Estados Unidos desde hace rato intenta crear las condiciones y encontrar el pretexto para bombardear a Irak. El ex presidente George Bush dijo claramente que la guerra del Golfo no había sido provocada por la necesidad de defender a Kuwait invadido sino, más prosaicamente, para impedir que un país pudiese amenazar el mercado petrolero en la zona, cuyo control es importante para Washington en su competencia con Europa y con Japón, que no tienen fuentes de hidrocarburos propias y deben abastecerse en zonas (el Golfo Pérsico, Irak, Irán o Libia) sensibles a los ataques y bloqueos estadunidenses. Ahora, nuevamente, se cierne sobre Irak la amenaza de una ola de bombardeos unilaterales de Estados Unidos, pues Washington no ha conseguido ni el apoyo militar ni político de los demás miembros del Consejo de Seguridad, ni siquiera la autorización saudita al uso de sus aeropuertos para atacar a una nación árabe, precisamente en el momento en que Israel se niega a cumplir los acuerdos de Wye Plantation y coloniza Jerusalén cambiando su composición demográfica, en abierto desafío a la comunidad internacional.
En efecto, la seriedad de la preparación de ese ataque militar parece reflejarse en el aumento del precio del petróleo en Londres, en previsión del conflicto, quizás por filtraciones de información, organizadas o no, llegadas a los medios de negocios británicos desde el otro lado del Atlántico. Washington amenaza con la guerra y hace saber por todos los medios que puede lanzarla en cualquier momento, pero vacila hasta ahora no sólo por el repudio internacional a un bloqueo que ha costado a Irak cientos de miles de muertos civiles por falta de medicinas y alimentos, sino también porque un aumento del petróleo reduciría las ganancias de las empresas que hoy se benefician con el bajo costo de la energía y golpearía aún más duramente a los países pobres y ya en crisis que dependen de las importaciones de hidrocarburos, agravando la crisis económica internacional y reduciendo aún más los mercados. Pero la tentación de reforzar ante sus competidores, sobre todo europeos, la idea de que Estados Unidos goza de una indiscutida omnipotencia y del control de las fuentes de energía mundiales podría dejar libres las manos a Washington para cometer otra agresión al derecho internacional, similar al bombardeo de una fábrica de medicinas en Sudán. La amenaza misma del ataque a Irak tantas veces proclamado y tan preparado es, en sí misma, una violación del derecho de autodeterminación de los pueblos, de la soberanía de Irak, de la legalidad internacional. Saddam Hussein, que durante la guerra entre Irak e Irán fue armado y apoyado por Estados Unidos y fue considerado su bastión en la zona, ahora es visto por el Departamento de Estado como un peligro permanente. Pero la más elemental lógica impide pensar que un país pequeño, pobre, destruido por una guerra perdida y por un bloqueo terrible durante años pueda amenazar a la primera potencia del planeta y, menos aún, la paz mundial. Por lo tanto, sería conveniente tratar de inducir a la razón a los gobernantes de Estados Unidos haciéndoles llegar la voluntad de paz y de legalidad internacional de todos los pueblos. Aún hay tiempo para ello.