La Jornada 13 de noviembre de 1998

Actuar es un oficio humilde para gritarlo y adorarlo: Ignacio Retes

Raquel Peguero Ť Don Ignacio Retes, el maestro Retes, como le llaman los que lo quieren, cumple hoy 80 años de vida y los celebra pegado a su computadora, escribiendo una novela, de la que no ha querido contar ni el nombre, hasta que esté terminada. Lleva año y medio trabajando en ella y su promesa es concluirla este 1998. Seguramente lo hará.

Hombre de teatro, ha incursionado también en el cine, manifestación artística en la que comenzó en los años cuarenta con Emilio Gómez Muriel, Julio Bracho y Mauricio de la Serna ``y aunque tenía ilusión por filmar, mi perspectiva en aquellos años hacía imposible que yo dirigiera''. Trabajó con Roberto Gavaldón y Alejandro Galindo; ``me llevé muy bien con ellos, pero no podría decir si eran mejores aquellos que éstos''.

No obstante que el cine le gusta mucho, lo abandonó durante 25 años por la fidelidad a la escena teatral. Volvió a la pantalla grande en los años setenta, cuando su hijo Gabriel comenzó sus pininos con la cámara: ``hice un papelito miserable y luego cosas más importantes con él, y después como guionista''. También realizó documentales con Manuel Alvarez Bravo, como fotógrafo; ``con él aprendí a ver y a precisar''. En 1977 ganó un premio de la Sogem, por el guión de Unos cuantos días que, como era de dinero en efectivo, le permitió filmar Viaje al paraíso, que dirigió a última hora. ``Desgraciadamente estaba en un momento difícil de mi vida, no me sentía bien y no quedé satisfecho con el resultado. Pudo ser una gran película pero no lo fue'', afirma el maestro.

La suerte de improvisar

Ha participado en una veintena de filmes, no sólo como actor sino como argumentista, labor que le dio su primera nominación al Ariel en 1990, por La ciudad al desnudo, que escribió con Servando González. En los últimos dos años participó en Por si no te vuelvo a ver, de Juan Pablo Villaseñor, en un precioso papel que le valió hace días su segunda nominación al Ariel como actor de cuadro -la primera fue por Bienvenido/ Welcome en 1995. Este año volvió a los sets con Gabriel Retes, interpretando a un hacendado en Un dulce olor a muerte, que se filmó hace siete meses en San Luis Potosí.

El cine y la actuación han sido su otra amorosa actividad. Con su sonrisa contagiosa explica que, como actor, es el ``más respetuoso. Se lo he demostrado a muchos que me hablan con cierta reticencia, pero descubren que ahí hago lo que me diga, a la hora qué me diga, cómo me diga, y lo mejor posible; así lo he hecho toda mi vida. Igual en cine que para teatro, en el que he actuado para Luis de Tavira''.

-¿Se siente más seguro como director o como actor?

-Soy muy seguro como actor, a pesar de que mi memoria es cada vez más vólatil. He tenido la suerte de que a veces me dejan improvisar y si una línea la digo de una forma diferente de como está escrita, y el director siente que fue mejor, la deja. Eso me brota, me es fácil improvisar. Si encuentro una frase mal escrita y me piden que así la diga, lo hago tal cual, pero si en un ensayo se me va, improviso.

-¿Improvisar en la dirección también le gusta o no se puede?

-Sí se puede. Un director que esté seguro de su tema, de su desenvolvimiento de la acción dramática, de sus personajes, puede hacerlo. Está obligado porque depende de las condiciones. Teatro y cine son diferentes. Hay directores formalistas que ocupan mucho tiempo en el análisis del texto, se van a Freud, al marxismo. Yo no. No acudo a la psicología, es más, me revienta. Leo cuidadosamente y pongo la escena; al día siguiente la cambio, y al tercero, también; al quinto día quizá vuelva a la primera opción, hasta que queda. Quien no sabe improvisar se le complica. El teatro es libre, no puede hacerse con esquemas.

Trabajar con miedo es un delito

-¿Y el cine?

-Es bellísimo trabajar en cine. A pesar de los años de práctica, a la hora del ensayo, voltear, cuidar las luces, es muy exigente, pone nervioso a todo el mundo. Me es fácil adaptarme a las circunstancias y controlar el miedo. Trabajar con miedo es un delito porque el que labora así no puede controlar sus movimientos, su mente. Ese nunca va a ser actor aunque tenemos casos de personas que así trabajan, tienen éxito y es una estrella, pero no actor. La actuación es un oficio más modesto, simple, humilde, que hay que tomarlo por el buen camino. La actuación debe ser un goce y eso hay que decirlo, gritarlo, adorarlo. Es un oficio único porque uno crece como individuo, si tiene sensibilidad. Esa posibilidad de ser santo, pordiosero o asesino, llena el proceso creativo.

-¿Y eso no pesa?

-No, porque uno se deshace de él, después de la función o de la filmación. Pesa el viacrucis. No lastima ser un malvado, porque entendemos nuestra posibilidad de que podemos ser tan malvados o buenos como el personaje.

-¿Le divierte estar tan activo últimamente en el cine?

-Sí. Hay directores que me echan un telefonazo y voy para lo que se les hinche. Así es con Arturo Ripstein, que me ha llamado varias veces y le hice un papel que me premiaron en Nueva York; también con Jaime Humberto Hermosillo, ya que tuve una experiencia maravillosa con él. Me llamó para Las apariencias engañan, pero no tenía dinero y me invitó a una participación por puntos que pagaría cuando recuperara. Dos años después me dió un cheque con lo que me correspondía por ese trabajo. Con eso me ganó. Uno trabaja en las películas con la certidumbre de que se hace con gusto y amor. El dinero no se barre y a veces ni hay.

(Hoy, la comunidad artística celebrará a Ignacio Retes en su cumpleaños. La fiesta comenzará a las 20 horas en la Casa del Teatro, Vallarta 31-A, en la Plaza de la Conchita, en Coyoacán.)