Poca resonancia ha tenido la propuesta de la ley de cine, sin duda tapada por otros debates, abiertos como heridas (Fobaproa, Chiapas, etcétera). Sin embargo, hay un punto, el del doblaje, que condensa uno de los conflictos culturales más candentes. Resumiendo, existen dos posturas: la que plantea que todas las películas de cine se deben doblar y otra que propone que este procedimiento siga como hasta ahora: que se doblen algunas, para ser exhibidas en televisión y las películas para niños.
¿Qué implicaría el doblaje de todas la producción de cine? Cuestiones de orden cultural y económico. De un lado, aunque el público tendría la facilidad de no leer subtítulos, se perdería el trabajo expresivo de los actores y el soundtrack original; se uniformaría el tono de las películas, al igual que en las series televisivas. Esto implicaría la pérdida del sabor local y de muchos matices. Por otra parte, con el doblaje total, el cine mexicano sufriría una brutal competencia, puesto que la única ventaja comparativa que tienen las películas mexicanas -para cierto público- es que están habladas en español. Si a esto sumamos la ausencia de estímulos a la industria cinematográfica, pronto se extinguiría el cine nacional.
La propuesta del doblaje total se dirige a dos tipos de personas: a los verdaderos analfabetas (que no saben leer) y a los analfabetas funcionales (que leen con dificultad o lentitud). Se podría argumentar que el doblaje les abriría horizontes más amplios al ofrecerles una variedad mayor de películas, pero mucho me temo que la oferta se reduciría a las consabidas gringadas de acción, suspenso y violencia. Repetir a gran escala la abominación de las series televisivas no beneficiará, a la larga, al público analfabeta. Al contrario, el atractivo del buen cine se puede convertir en un aliciente para desarrollar hábitos de lectura y adquirir la velocidad necesaria para los subtítulos.
¿De qué trata en verdad la propuesta del doblaje? ¿De ofrecer al público mayor riqueza cultural cinematográfica? Actualmente la mayoría abrumadora del cine que se dobla para televisión es estadunidense. Asimismo, casi la totalidad de los filmes que se exhiben son los últimos churros de Hollywood y sólo en las salas llamadas de arte existe posibilidad de ver películas europeas, asiáticas o africanas. Y aunque también hay un buen cine latinoamericano, éste tampoco se distribuye. Entonces, parece más bien que se trata de perpetuar la estrecha oferta de cierto cine comercial norteamericano. Pero, ¿quién desea reducir el cine a algo como las series dobladas en televisión?
La producción internacional cinematográfica desempeña un papel decisivo al liberar a los consumidores de los efectos negativos asociados al monopolio. Además, la circulación internacional de productos culturales como el cine es crucial para el avance de la libertad de expresión.
Por ello, oponerse al doblaje de todas las películas es también una manera de enfrentar la imposición que ejercen los poderes empresariales, producto más de su furor de lucro que de un supuesto interés por la cultura.
A nadie sirve, más que a las compañías de doblaje y a sus socios en las televisoras, reducir las facultades expresivas del cine. El argumento populista a favor del doblaje es muy endeble.
Si bien no es fácil que el gran público obtenga pronto las condiciones de acceso a un cine en versión original, para allá avanza el proceso educativo del país; además, condenarlo al consumo de la basura estadunidense (ojo: no todo el cine norteamericano es basura, pero sí la mayoría de lo que aquí se distribuye), tampoco es la solución.
Como se ve, respecto a este tema, son muchas las cuestiones que deberán ser debatidas públicamente. Mientras tanto, hay que frenar que la prepotencia mercantil degrade el espacio del disfrute cinematográfico.
La voracidad comercial tiene que ser acotada con una clara política a favor de la cultura.