Lo repetimos una vez más. Al lado de los terribles fraudes y asesinatos que nos hieren, hay escenarios esperanzadores y optimistas. El presidente Frey, sus colaboradores y los generales que protestan, deben entender que juzgar y castigar al genocida Pinochet nada tiene que ver con la soberanía de Chile; lo único que buscan España, Suiza, Francia, Suecia y otros países, entre los que tristemente para los mexicanos aún no figura México, es instruir un proceso penal contra quien usurpó el poder público en la patria de Neruda y llevó a cabo una sistemática matanza de defensores de la libertad y de la justicia, sin perdonar, por supuesto, a familiares y amigos; estos actos aberrantes y bestiales tendrán que ser esclarecidos en los tribunales y castigados por los jueces.
Esto es lo que quiere el mundo en el caso Pinochet, y de ningún modo agraviar la soberanía de un país. La soberanía, según afirmaron los fiscales en el juicio contra Maximiliano, no puede ser nunca utilizada como garantía protectora de delincuentes; Maximiliano fue fusilado por malhechor y no por austriaco. Pinochet será juzgado por genocida, no por chileno.
El otro asunto que duele se llama Fobaproa. Las valientes denuncias de Manuel Andrés López Obrador han despejado las débiles dudas que flotaban en el ambiente; hoy se sabe concretamente de complicidades entre funcionarios del gobierno y de empresas financieras, industriales o comerciales, para hurtar en su beneficio 65 mil millones de dólares del erario. Lo denunciado por López Obrador es público y ninguno de los señalados ha emprendido acciones tendientes a demostrar su inocencia; la única respuesta conocida es una cascada de denuestos sin ton ni son contra quien valientemente ha destapado las avenidas subterráneas de la corrupción oficial. ¿Acaso los dirigentes y miembros del PAN están dispuestos a sumarse a quienes pretenden tapar el sol con un dedo? Millones de mexicanos y no mexicanos están pendientes de su conducta.
Pero las deplorables vergüenzas se vieron arrinconadas el pasado miércoles 11 al celebrarse, en la Universidad Nacional Autónoma de México, el centenario del natalicio de uno de sus más ilustres rectores, el maestro Luis Garrido, quien por acuerdo de la Junta de Gobierno, se desempeñó en el cargo durante el quinquenio 1948-53, periodo inaugural de la historia moderna de la Universidad, cuya Ley Orgánica (1944) rompió con las procelosas agitaciones que la estremecieron en los anteriores cuatro lustros. Los censurables hechos que pusieron fin al rectorado de Salvador Subirán provocaron el renacimiento del grandioso espíritu universitario, que con la dirección de Alfonso Caso forjó el nuevo mandamiento.
Antes de su toma de posesión, Luis Garrido estaba plenamente conciente de la enorme responsabilidad implicada en la elección que lo llevó a la Rectoría. Primero como consejero y luego como director de Difusión Cultural, tuve la oportunidad de charlar amplia y abiertamente con el maestro Garrido y sus ilustres colaboradores Agustín Yáñez, Raúl Carrancá y Trujillo y Nabor Carrillo.
Reunidos los cuatro una bella mañana de abril (1952), en las oficinas de Justo Sierra, hice la pregunta que provocó la inolvidable respuesta: ``Yo siento -aseveró de inmediato el maestro Garrido- que el deber supremo de la Universidad es cultivar y comprometer el talento del pueblo con la verdad y con la moral. Una ciencia sin moral da lugar a la opresión o esclavización del hombre; una moral sin ciencia puede caer en el dogmatismo. En la Universidad se debe lograr que la ciencia nos salve y no nos destruya; hay que unirla con el bien, a fin de que el saber se convierta en sabiduría, es decir, en camino de libertad y justicia''.
Yo escuché estas palabras con verdadero goce, mientras Nabor, Yáñez y Carrancá se levantaron de sus asientos y le ofrecieron un caluroso abrazo, al que se sumaría, así lo recuerdo, Raúl Cardiel Reyes, quien inesperadamente entró al sitio de la conversación para informar sobre algún asunto y escuchó con alegría las frases del Rector. Una universidad que investiga la verdad comprometida con el bien es, sin duda, una universidad salvadora del pueblo. Esta fue la filosofía reafirmada el pasado miércoles durante el homenaje a Luis Garrido, en el que participó la comunidad universitaria al lado del rector Francisco Barnés de Castro y los ex rectores Pablo González Casanova, Guillermo Soberón, Octavio Rivero, José Sarukán; los directores Cristina Puga, de Ciencias Políticas, y Felipe Leal Fernández, de Arquitectura, quienes aplaudieron la entrega de la medalla conmemorativa que se hizo a la familia del maestro homenajeado, representada por el distinguido doctor Luis Javier Garrido, cuyas profundas palabras quedaron bien gravadas en la conciencia universitaria.
¿Acaso ese solemne homenaje al ilustre mexicano Luis Garrido no es para el México moderno un profundo motivo de confianza en el futuro?