José Cueli
Zozobra en Centroamérica

Las imágenes de la televisión sobre la tragedia centroamericana causada por el huracán Mitch que barrió personas y casas por el torrente de lodo nos deja paralizados de terror. ¿Por qué las desgracias se ensañarán con los más miserables? Las escenas son palabras o gritos lejanos que vienen de mundos desconocidos que están al alcance de nuestra voz.

Las caras de desesperación desfilan como grupos de seres extraños o como rumor de tráfago callejero. Cada persona es apenas una sílaba y todas juntas, tal vez, una frase sin sentido.

Pero las hay como palabras en cinta que absorben ávidos nuestros sentidos y se ponen a resonar hasta soliviantar sonoridades tumultuosas dentro de nuestra conciencia. De un discurso raudal y espumoso de voces doloridas, surge una sola voz como ruido de muchas aguas, hermanas de las voces de Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Neza o Sudán y el resto de países africanos.

Las imágenes televisivas tienen sobre su elocuencia propia un valor representativo de los marginados en el mundo. Nos impresionan amargamente porque sabemos que en el mismo día, y a la misma hora, miles de retratos instantáneos habrán sorprendido en Centroamérica y el sudeste de México las mismas escenas las que resumen en única palabra zozobra, que no es inercia ni reposo ni sosiego, sino marasmo final. Esos hombres, mujeres y niños tronchados por el lodo, sepultados en vida, transidos de estupor al recibir el primer soplo de la muerte, sombra de un recuerdo traumático. Hambre sentirán en su desplazamiento de un lado a otro, huyendo del huracán, si el hambre no fuese tan piadosa que anestesia a sus víctimas. La cólera sería el sentimiento escondido, si esta llamarada espiritual surgiera de las cenizas.

La agonía de los pueblos centroamericanos es algo siniestro. Eso que todos llevamos, de lo cual huimos. De sus convulsiones se formó el relámpago que ensordeció y fue el trueno social. No tardará el día en que sus hálitos de estertor se llenarán e incendiarán la atmósfera que todos respiramos y nos hemos dedicado a contaminar día tras día, destruyendo la naturaleza. El ecocidio que ha descrito Fernando Césarman.

Porque curiosamente -gracias a ese ecocidio- la desgracia se ensaña con los más desposeídos, irredentos, nublados, henchidos de rencor que van a permanecer gravitando sobre nosotros y forman esas nubes tempestuosas (Mitch) que no saben perdonar. Cada uno de nosotros se muere aplastado por el lodo en cada ser humano que muere en Centroamérica, Chiapas o Sudán.