Las elecciones de este año nos revelan que el deterioro económico, el desempleo, el aumento de la pobreza (y la concentración de la riqueza) no han sido suficientes para que los mexicanos voten mayoritariamente contra el PRI como partido que representa (todavía) las políticas del gobierno neoliberal de Zedillo. He argumentado en otro momento que ello se debe a que en las elecciones locales no se decide el futuro del país, ya que no depende de gobernadores, diputados locales o presidentes municipales la definición de las políticas económica y social, que son las que afectan masivamente a la población.
Sin embargo -me atrevo a decir en aparente contradicción-, si existiera conciencia generalizada de que la situación cada vez peor de la mayoría de los mexicanos se debe en buena medida a las políticas de los gobiernos neoliberales, apoyadas por el PRI, este partido no obtendría los triunfos que ha logrado en gubernaturas, diputaciones locales y municipios, por mucho que las elecciones locales no definan ciertamente el destino de México en su conjunto.
Se argumenta, sobre todo desde la oposición, que muchos de los triunfos priístas obedecieron al voto coaccionado o comprado y a las amenazas esgrimidas por caciques locales con puestos o no en los gobiernos. Es cierto que, sobre todo en los ámbitos rurales, el voto es con frecuencia comprado o producto de amenazas y coacciones, pero no podría negarse que estos mismos métodos de intimidación debieron existir en elecciones pasadas en las que el PAN, el PRD o el PT obtuvieron triunfos en elecciones municipales o legislativas en plazas que ahora perdieron.
Si la anterior reflexión es correcta, ¿por qué entonces los resultados de las 14 elecciones de este año beneficiaron al PRI en el saldo total? Se podría decir que los ciudadanos mexicanos en mayoría están desinformados, insuficientemente informados o de plano que son masoquistas y votan -como en Brasil, recientemente- a favor de quien los ha hecho más pobres para que continúe su política de subordinación a los grandes capitales. Pero también se podría decir que los partidos tienen en gran medida la culpa de lo que está ocurriendo.
Si bien es cierto, como se ha comprobado por muchos años y en diversos ámbitos, que la población en general es conservadora y que por lo mismo a veces prefiere ``malo conocido que bueno por conocer'', también es cierto que uno de los papeles de los partidos, con frecuencia olvidado, es que la educación política y las posiciones claras y entendibles para todos abre cabezas y dota a la población de mayor conciencia sobre su situación y sobre las causas de ésta.
En la medida en que los partidos se esfuercen casi exclusivamente por ganar elecciones sin hacer una verdadera labor hacia abajo, hacia sus miembros y hacia la población en general, sus esfuerzos no se verán coronados con mayores votaciones, la abstención (descrédito) aumentará y la política, al final, será cada vez más un asunto de élites y no de mayorías. Para vencer, dice el refrán, hay que convencer.
Y convencer significa, en este caso, formar ejércitos de militantes que permanentemente, y no cada vez que se aproxima una elección, expliquen la situación del país y de la gente, las razones de esta situación, las alternativas que propone el partido y el país que ofrece contra la propuesta de otros partidos y, desde luego, el compromiso de llevar a cabo lo que se ofrece.
La pérdida de credibilidad de los partidos se debe, en gran parte, a que la oposición se desenvuelve en las esferas de las disputas (o arreglos) con el gobierno (que deben tenerse) y no también, al mismo tiempo, en una labor constante de convencimiento entre la población común, que es el grueso de los votantes. Pareciera que olvida el poder del poder, y lo que éste significa en términos propagandísticos, dados los recursos de todo tipo que tiene a su alcance y que usa.