Hasta donde se me alcanza, es la primera vez que David Olguín dirige un texto ajeno, el del dramaturgo quebequense Larry Tremblay, aunque con algún añadido del propio Olguín en cuanto al texto se refiere y una gran cantidad de recursos escénicos que lo teatralizan aún más y al mismo tiempo develan muchos significados del monólogo de Tremblay que podrían quedar ocultos en los repliegues del discurso de Marta y, posiblemente, le añadan algún otro que parte de los puntos de vista del director. El dramaturgo propone la disección que la científica conductista hace de su esposo Pierre y de la relación de ambos a partir de datos autobiográficos sin más escapelo que la palabra. El monólogo rompe con muchas convenciones, una de ellas es el sujeto a quien se dirige, que puede ser el marido ausente lo mismo que el público (``Yo estoy aquí, entre ustedes...'', dice casi al final), con lo que no sólo olvida la cuarta pared sino también establece una ambigüedad situacional que será el eje de la puesta en escena de Olguín.
El discurso de Marta parte de la dificultad de describir al otro, las palabras no bastan. Va de lo más superficial de la apariencia de Pierre hasta llegar a lo más profundo, da rodeos que hablan de sí misma y de momentos en aparente desconexión con el tema, para volver siempre a Pierre, a su amor-odio obsesivo por él. Esta La lección de anatomía parte de la descripción de un hermoso cuerpo sano para terminar con el horror de un cuerpo mutilado y presa del cáncer. La mirada infantil de Marta niña que contempla cómo los renacuajitos se convierten en ranas, se convierte en la mirada desolada de Marta mujer estéril, en la que la vida ya no se transforma en otra vida y que lleva el estigma de una enfermedad mortal. Como ruptura, en uno de sus aparentes rodeos que la apartan de lo esencial de ese discurso, el recuerdo del esqueleto a escala que le fue regalado a los 14 años y que la transformarán en temprana adulta y la definirán con la frialdad de la científica que incluso ve a su marido como un modelo a escala y también le ofrece el presagio de la muerte, el misterio del cuerpo sin encarnadura. Marta se observa, como lo hace con su marido y como lo ha hecho antes con sus animales de laboratorio.
El lenguaje mismo varía, desde las prolijas descripciones que hace Marta en un principio, hasta el lenguaje casi telegráfico en que describe su enfermedad y su mutilación (y que por cierto es uno de los momentos más difíciles actoralmente y que Laura Almela saca avante de manera excelente). David Olguín añade dos breves momentos al personaje de Pierre, uno en que habla con molestia del cuerpo -siempre el cuerpo- envejecido de Marta, el otro un discurso del poder. Así, cuando aparece como el médico inglés del siglo XVII William Harvey (en vestuario de Carlos Roces) y canta (con música de Erando González) la paráfrasis de una carta que el científico que consolidara el conocimiento de la circulación de la sangre con base en los descubrimientos de Miguel Servet al rey Carlos, la cortesanía de Harvey desnuda la de Pierre y une su interés científico al de Marta, enlazando ambos motivos en esta escena singular. Ya el mismo Pierre ha devenido de un discurso en un lenguaje incomprensible al del político (por quien nunca ha votado Marta como rechazo a sus ideas conservadoras y racistas) autoritario que grita ``el Estado soy yo''. Y Marta, que es más inteligente, sabe que entre las cosas que no le perdona él -ser estéril, tener una mama extirpada- está el delito de haber publicado cuatro libros científicos.
A esta pareja imposible, Olguín añade un tercer personaje que en algún momento dice textos de T.S Eliot. Esta presencia en atuendo de cirujano cumple diversas funciones escénicas, un poco como de hombre negro del teatro oriental, ya sea arrancando los grabados de Andreas Vesalius como quien arranca hojas de un calendario, ya sea apoyando a Laura Almela -como cuando funge como psicoanalista en la escena en que Marta se remonta a su infancia- o cambiando de lugar la única silla en escena, siempre como un subrayado de lo que de fría lección anatómica tiene la escenificación.
Gabriel Pascal crea un espacio muy indefinido. El área principal del escenario es de duelas de madera, con una silla y un teléfono (que sonará de manera intermitente para marcar giros en el monólogo). La pared es de mosaicos blancos y al interior de una puerta corrediza, una especie de frigorífico con una res en canal y con desagües para la sangre. De allí el tercer personaje sacará a Pierre en una bolsa de muerto: Pierre, que para Marta es ya el pasado muerto, pero también que sale de su capullo para ir cobrando cada vez más vigor y fuerza mientras Marta se debilita y se encoge. Alejandro Calva, que encarna a Pierre, tiene toda la prestancia de ese hombre vanidoso y rozagante, la vitalidad del egoísmo. Está muy bien. Laura Almela nuevamente muestra sus dotes de actriz muy completa, muy madura en todos los matices y vericuetos de personaje vestido con camisón y gabardina, las dos caras simbólicas de la interioridad y el exterior.