El pasado 13 de octubre terminó la retrospectiva que el Museo de Arte Moderno, de Nueva York, dedicó a la obra del pintor francés Pierre Bonnard, considerado hasta hace poco tiempo un pintor menor y objeto de una encuesta un año después de su muerte (1948) en la famosa revista Cahiers d'Art, y a la que Picasso respondió diciendo: ``No me hablen de Bonnard, lo que él hace no es pintura'', ante lo cual, indignado, Matisse declaró: ``Sí, yo certifico que Pierre Bonnard es un gran pintor''.
Pocos días después estuve en Monterrey y vi una espléndida exposición del pintor alemán Georg Baselitz, en el Marco. Muy diferentes entre sí, ambos pintores coinciden en algo excepcional: tuvieron una modelo recurrente a lo largo de varios años -casi 50, el primero, 30 el segundo- y fue su mujer.
Una vida entera dedicada a pintar los actos más inmediatos, cotidianos e íntimos de Marthe de Méligny: Marthe joven, indolentemente tirada en la cama; Marthe echada en un diván con el vestido levantado y con medias negras y liguero blanco que dejan entrever un fragmento de los muslos; Marthe sentada a la mesa delante de un mantel a cuadros, leyendo o reflexionando, y muchas escenas reiteradas en el comedor de la casa donde Marthe aparece subrepticiamente, en una esquina del cuadro, a medias mutiladas, o con uno de sus brazos entrando al ámbito de la pintura, o mirando desde la ventana que da al jardín, desayunando o preparando la comida para su perro o para su gato y, además, y en sitio preponderante, una larga y estupenda serie de pinturas de Marthe en el baño, en la tina, mirándose al espejo, quitándose las medias, perfumándose, de espaldas, acuclillada, sentada en un banco con una pierna levantada y una pantunfla verde, de pie frente al espejo, desnuda y con zapatos azules de tacón alto, pinturas que remiten a una franca lectura de otros famosos desnudos de la historia del arte (estatuas griegas, cuadros de Tiziano, Ingres y muchos de los contemporáneos de Bonnard, por ejemplo Degas y Rodin), y al mismo tiempo y con todo siempre retratos de Marthe.
Baselitz, por su parte, pinta a Elke su mujer en enormes lienzos con trazos rápidos, distorsionados y la imagen alterada, representada casi siempre de cabeza, o de lado, con las piernas exageradamente abiertas, grandes pinceladas de color que contrastan con fondos de tonos violentos o negros.
En ambos pintores los esbozos preparatorios utilizan líneas abruptas, punzantes y en algunos grabados de Baselitz el cuerpo parece un árbol descarnado, o un espino erizado. ¿Por qué? -me pregunto? Y no soy la única. No sé mucho de Baselitz, sólo sé que para él -como para Baudelaire- el retrato es una historia o una ficción. Y en esa ficción en la que su esposa es la protagonista se dibuja una elección, la de una manera de mirar traducida en imágenes y colores cuya forma es recurrente. Esta elección parecería más delineada anecdóticamente en Bonnard, pintor figurativo que eligió pintar obsesivamente una cierta intimidad burguesa, en apariencia mucho más representativa de una pintura totalmente fechada que correspondía mejor a las corrientes del fin de siglo XIX -el impresionismo, el simbolismo- que a la nueva pintura moderna que iba transitando por diversas etapas nunca frecuentadas por Bonnard, el fauvismo, el cubismo, el dadaísmo, el surrealismo, el expresionismo, la abstracción, el pop art...
Y esa ficción que colinda con la obsesión tiene un personaje principal: una mujer que ha entrado en su vida también como personaje de ficción, una costurera que se oculta bajo un seudónimo y cuyo nombre real es Marie de Boursin y que incursiona en la pintura con el nombre de Marthe Solange y, además, se quita los años y por quien Bonnard abandona a una joven pintora, su modelo y amante, Renée de Mouchaty, quien se suicida cuando él decide que a final de cuentas es incapaz de abandonar a Marthe, con quien se casa dos años después, 1924, 30 años después de conocerla.
Marthe, un personaje que de tan repetitivo parece anónimo y que en las pinturas reitera idealmente su juventud corporal, un personaje que le permite al pintor irrumpir libremente en la tela con ojo de voyeur: ``Hay que hacer sentir que el pintor estuvo en el cuadro'', afirma Bonnard: Y en esa monotonía del artista que contempla siempre la misma imagen y la va reafirmando -y a la vez innovando a la manera de las variaciones musicales- se dibuja una concepción del arte: ``La visión de las cosas distantes es plana. Son los planos cercanos los que dan una idea del cosmos tal y como lo mira el ojo humano, una idea de un universo que rueda, un universo convexo o cóncavo''.
En Bonnard y en Baselitz la presencia recurrente de esa misma figura de intensa intimidad logra crear la ficción absoluta, la que demuestra que entre el arte y la vida no puede existir ninguna fisura.