Jorge Camil
Salinas, de nuevo...
Carlos Salinas de Gortari tiene el derecho de defender a su hermano Raúl contra viento y marea. Sin embargo, es inadmisible que al intentar esa defensa ofenda la inteligencia de los mexicanos y concluya que el ataque contra Raúl es un delito de lesa patria
En un artículo publicado en el último número de la revista Newsweek (16/XI/98) intitulado ``El exiliado habla'', Salinas afirma que las acusaciones de homicidio y protección al narcotráfico que pesan sobre el hermano incómodo ``impugnan la integridad y legalidad de las instituciones mexicanas'' (en la madre patria -sin juego de palabras-, donde uno de los diarios principales, El País, publicó hace unos meses el primer panegírico de Salinas sobre la globalización y el programa Solidaridad, se exclamaría: ¡vaya, que se necesita caradura!).
Para el ex presidente las acusaciones penales, basadas en un procedimiento judicial ``escandaloso'', deben examinarse escrupulosamente para entender lo que está en juego: ``la destrucción del debido proceso legal'' (el due proces of law del derecho anglosajón, a cuyos súbditos va dirigido, claramente, el texto de Salinas).
Ahora nos enteramos de que vivimos en un estado de derecho, en el que la violación de los derechos de un solo acusado es un hecho insólito, que debe ser objeto de alarma nacional (es obvio que nuestro autor no ha leído Cárceles, de Julio Scherer, y que durante su mandato jamás se enteró de ``la injusticia institucional, la corrupción interna, la impiedad, el dolo, la mala fe, el morbo, el lucro vil (y) la dignidad perdida'' (la excelente diatriba es de Vicente Leñero), que desafortunadamente son los lugares comunes del proceso penal mexicano, aunque reconoce -nobleza obliga- que tampoco se enteró del ``fondo de inversiones'' de su hermano, una desagradable ``sorpresa'', el cual ``fue creado en forma tan extraña, que naturalmente induce a sospechar actos indebidos''. ¡Vaya!, después de todo, en un alarde de fair play (insisto, el artículo busca el aplauso de la comunidad internacional), Salinas reconoce que su hermano pudiera estar involucrado en la comisión de algún pecadillo de imprudencia financiera: el proverbial ``no hagas cosas buenas...''.
En el texto se advierten hilos entretejidos por algún inteligente abogado anglosajón porque está finamente salpicado de frases sacramentales de ese sistema legal, y de críticas paternalistas a nuestro proceso penal; de pasada, critica al sistema suizo. Por otra parte, la descalificación del proceso contra Raúl se pretende lograr aireando nuestras vergüenzas. O sea, las pruebas fueron ``descubiertas después de su encarcelamiento'' (¡ah!, pruebas supervenientes que confirman la mala fe: reitero lo dicho, violaciones al ``debido proceso legal'', no a nuestras maltrechas garan-tías constitucionales). Por supuesto, no podía faltar la retahíla de testigos amañados, sobornos, irregularidades, procuradores vendidos, cadáveres plantados, violación de los derechos humanos y una grotesca corte de los milagros donde campean ``magos, brujas, chamanes (...), comandantes'' y otras alimañas de igual calaña.
¡Qué poca vergüenza de los suizos! Eso de ``contar los depósitos dos veces, mover puntos decimales (...) y confiar en criminales convictos'' para ganar un caso en el que resultan acusados -además de Raúl, por supuesto- ``el Congreso mexicano, tres ex presidentes, varios gobernadores, nuestros partidos políticos, un procurador de la oposición y un candidato presidencial cuya memoria es venerada por todos los mexicanos''. En síntesis: ¡la acusación suiza ``es una afrenta a todos los mexicanos!''
Antes de cerrar con el broche de oro de una nueva apología al programa Solidaridad, al TLC, a sus dotes de visionario, a la nueva relación con Estados Unidos, y a los presidentes George Bush y Bill Clinton, Salinas asume la defensa de la dignidad nacional. ``Para quien desconozca las transformaciones ocurridas durante (mi sexenio) -advierte-, la acusación de los suizos pudiera dar la imagen de una administración -la suya- dedicada a enriquecer a un grupo selecto de políticos y millonarios''. ¡Ni Dios lo quiera! Aunque, después de todo, la culpa parece ser de ``una nomenklatura vengativa que ha envenenado la atmósfera política y el proceso judicial''.
Ah, casi lo olvido: Raúl no está acusado de ordenar el asesinato de su ex cuñado (aunque eso le hubiera dado a su artículo un interesante vuelco shakespiriano), sino el de ``un distinguido miembro del partido''.