Sigue la contradanza: no puede haber recesión económica mundial --lo cual podría ser incluso saludable para renovar fuerzas-- porque en las actuales condiciones financieras los efectos podrían ser devastadoramente elevados. Lo cual nos pone en una posición difícil: escoger para el futuro entre una regulación que podría limitar los movimientos útiles de capitales, mercancías, etcétera, y una libertad caótica condimentada con una secuencia de crisis ruinosas. Por el momento se siguen apagando fuegos locales de posibles contagios globales y posponiendo decisiones ineludibles sobre una reforma del sistema financiero mundial. Los tiempos maduran lentamente.
En este contexto es positivo que se haya llegado a un acuerdo entre las autoridades brasileñas y el FMI para un crédito a Brasilia que se espera girará alrededor de 30 mil millones de dólares. El gasto público deberá reducirse en forma importante, tarifas y servicios públicos se incrementarán, las tasas de interés tendrán que aumentar y el resultado será que se evitará probablemente, por el momento al menos, una dramática devaluación del real brasileño y un nuevo ciclo de desconfianza de los inversionistas hacia valores y mercados latinoamericanos. Todo lo cual, huelga decirlo, con un costo elevado que tendrá que pagar la entera sociedad brasileña. Desconociendo aún los detalles del acuerdo entre Brasil y FMI, no es posible saber si la distribución social de la carga ha sido hecha pensando en minimizar el deterioro de las condiciones de existencia de los grupos más pobres de la población.
De todas maneras, esta es probablemente la noticia positiva del momento: la, llamémosla, ``comunidad internacional'' pone a Brasil en condiciones de evitar una crisis económica más grave con peligrosos efectos globales. Quedando en Brasil, es también buena noticia que la oposición ganara en las elecciones de la semana pasada importantes posiciones congresales y de gobierno local. Las democracias eso deben ser: alternancia y equilibrio de fuerzas. Y sin embargo, las otras noticias que vienen de América Latina no son alentadoras.
En Chile el ejército se declara en estado de alerta presionando a Europa con sofocar la incierta democracia chilena. Difícil imaginar un acto de bandidaje internacional peor: usar una sociedad entera como rehén para forzar decisiones ajenas. Pero, también es necesario reconocer que la democracia chilena revela la fragilidad de sus bases sociales, considerando la elevada presencia de una derecha que en estos días ha llevado a las plazas su protesta por la detención de Pinochet en Londres.
En Venezuela las elecciones parlamentarias y de varios gobiernos locales del domingo pasado revelaron la amplia base social de apoyo del ex golpista Hugo Chávez. Y de ahí otro signo de preocupación: el naufragio de los partidos frente a un empobrecimiento creciente de la población y a una corrupción que orilla a los electores a buscar alternativas personalistas. En los últimos veinte años el ingreso de los venezolanos se ha contraído persistentemente, evaporando las esperanzas de un bienestar petrolero interminable. Y a esto se añaden los episodios recurrentes de corrupción, simbolizados el domingo pasado por un ex presidente en arrestos domiciliarios que acude bajo custodia judiciaria a votar. Un sistema corporativo que garantizó estabilidad a lo largo de décadas a través de una compra y venta de favores, silencios, prebendas, coptaciones.
Nada asombroso que hace casi siete años el teniente-coronel Hugo Chávez se sublevara con sus paracaidistas contra la corrupción pública en un intento fallido de golpe de Estado. Lo que sí lo es que es ese mismo individuo, cuya sublevación costó 400 muertos, sea hoy el hombre a batir en las elecciones presidenciales venezolanas dentro de un mes. Hugo Chávez se ha convertido en la figura más popular de su país con promesas económicas y políticas que están a medio camino entre Perón y Getulio Vargas. Pero dejemos a un lado los juicios sobre una figura política que, probablemente por desgracia de Venezuela, parece destinada a ejercer un peso importante en su historia futura.
Aquello que ocurre en Chile y en Venezuela recuerda que antiguos problemas latinoamericanos quedan en gran parte sin solución: la tentación de las fuerzas armadas de hacer política como instituciones, la corrupción que deslegitima los sistemas políticos y orilla a opciones personalistas, el escaso prestigio de los partidos políticos. Una mezcla que en el pasado produjo caudillismos de consecuencias devastadoras y en el presente no promete nada bueno. La pobreza no es el único problema de la región, para decirlo al estilo de Perogrullo.