Pobres de ellos. Su mentalidad burocrática no da para más. Al no tener la razón, juegan su baraja de ``leyes'' por debajo de la mesa, y si los cachan, como sucede cada vez con más frecuencia, se hacen los que sí, los que no, los que bueno, sí pero no. Al cabo que a falta de razón tienen la fuerza.
Nadie les cree a los burócratas, pero no importa. Mientras los congresos estatales se dejen enhebrar como títeres en estos tiempos del modesto retorno de los nietos de don Porfirio and Co., se pueden improvisar reformas sin que el país cambie. La deslegitimidad progresiva, y al parecer irreversible, del sistema político dominante, les permite pasarse por el arco del triunfo --esa antigualla-- la opinión y la experiencia real de las comunidades y los pueblos indígenas.
Consultas (oficiales) hubo, y con ellas llenaron costales. En cambio, el histórico debate que se dio en las mesas de diálogo de Chiapas, y que llevó a la firma de acuerdos, no lo ven ni lo oyen (pero qué tal lo sienten).
Para deshonrar y desfondar los Acuerdos de San Andrés, tan incómodos como cualquier otro principio de compromiso verdadero, a los gerentes les bastó cruzar por computadora los términos claves, las palabras cuya sonoridad ha ganado sentido y legitimidad en boca de los modernos indios mexicanos, y con este cernido perpetrar un licuado de mediatizaciones que ``suenan'' como si fueran la palabra cabal de los pueblos, y ya que el Congreso federal no se dejó embarcar, todavía, se deja en manos de las legislaturas locales con los procedimientos publicitarios adecuados para lanzar un nuevo refresco de gas.
La maña va del centro a la periferia, merced al ``efecto Oaxaca'', y varios estados parecen a punto de estrenar ``leyes indígenas'' de cartón.
Pero letra que nace muerta no necesita entierro.
Tanto esfuerzo, tanto maiceo, tanta campaña promocional, para nada. ¿Creerán que van a librarla armados de machotes?
El Estado tahúr juega al poker con las leyes. Otras cosas del país se han administrado como un casino (por ejemplo la economía), pero nada indica que los pueblos indígenas funcionen así. Son un mito genial pero no tanto.
Discriminación, desprecio, ninguneo, más de lo mismo. El mensaje de Gobernación a las soberanías locales es claro: ustedes hagan como que legislan, y acá hacemos como que cumplimos.
Pero ni colorín, ni colorado. Ese cuento no comenzó ni termina aquí.