Espectáculo sui generis en el Teatro Alameda

Jaime Whaley Ť Una mezcla de circo, la tradición del teatro y el uso indiscrimado de la imaginación se conjugan en el Cirque Ingenieux, el espectáculo novedoso, hasta cierto punto, que se presenta en el Teatro Alameda.

Lo más granado del espectáculo circense que hay en el mundo --descontando a los actores cuadrúpedos, los animales, pues-- se dan cita en estas funciones que, dicen, han revolucionado la forma convencional de presenciar los actos en la circular pista.

Acrobacia, mímica, contorsionismo, canto, gimnasia y música, entre otras expresiones ejecutadas con maestría, amén de un colorido vestuario y finos adelantos de la tecnología, se conjugan en esta buena revoltura de dos horas para una creativa historia.

El espectáculo es el recorrido por el sueño de la niña Sara (Katusha Fedosseva), que expone al público en varios momentos de gracia y belleza con seres fantásticos y extravagantes que contribuyen al desarrollo de la historia que, como en los viejos cuentos, tiene su happy end, sin llegar a lo empalagoso.

La fresca empresa del Cirque Ingenieux --apenas está en su segunda temporada-- es la creación de Neil Goldberg, hombre de amplia experiencia en el nuevo concepto de circo, que ha puesto su talento lo mismo en shows de Walt Disney que en los famosos medios tiempos del Super Bowl. Joe Leonardo es el director y Norman Allen el libretista.

La troupe procede de lugares tan disímbolos como Estados Unidos y Mongolia y el singular elenco es reclutado por los scouts que viajan por todo el mundo o que revisan con detenimiento los videos que en gran cantidad reciben de solicitantes de una oportunidad para actuar. Una vez aceptados se someten a rígido y proteico entrenamiento en la Universidad de Texas A/M, en College Station, la base del circo.

Otras personalidades de reconocimiento universal, como el músico japonés Kitaro, quien entre otras gracias compuso la música para la película de Oliver Stone Heaven and Earth (El cielo y la tierra) y los diseñadores Jerome Sirlin, encargado de los alucinantes efectos especiales, y Jonathan Bixby, el creador del vestuario. Ambos, nada más, se desenvuelven en Broadway y le añaden calidad al espectáculo.

Jennifer Hemmely, una voz privilegiada, fue quien llevó esa función el jueves, pero al parecer suplió a la titular Colleen Ryan. Jaroslaw Marciniak y Darek Wronski son los hombres fuertes de apolineo cuerpo trabajado a la perfección, que se llevan buen tiempo de la segunda parte con sus estupendas pulsaciones. Nathalie Hebert, Shelly Kastnet y Veronique Thibeault son tres estupendas trapecistas, bellas además, que mantienen al respetable boquiabierto con sus simétricos performances.

Hoy sábado habrá tres funciones: a la una y las cinco de la tarde, y a las nueve de la noche. Para mañana domingo sólo habrá dos funciones en el horario de matiné y vespertino. Los precios de las entradas son de 150 a 350 pesos. Pero vale la pena el gasto. La polisemia de los cuadros hará que usted y su hijo conversen por horas sobre el significado de lo que vieron.