Miguel Angel Barrón Meza

¿El fin de la ciencia?

No es raro que a medida que nos acercamos al fin del milenio resurjan ciertas visiones apocalípticas, algunas muy viejas como las provenientes de diversas religiones que anuncian el fin del mundo. Lo que resulta más curioso es que a los religiosos se hayan incorporado conocidos académicos, científicos y periodistas, que en años recientes han publicado algunos libros anunciando el fin de algo; por ejemplo, El fin de la historia (Francis Fukuyama), El sueño de una teoría final (Steven Weinberg), El fin de las certidumbres (Illya Prigogine) y no podía faltar, aunque es seguro que se me escaparon varios, El fin de la ciencia (John Horgan). Es sobre este último que me surgen algunas reflexiones, porque no es la primera vez que se plantea el fin de la ciencia.

Hace más de un siglo, Albert Michelson, en una charla en la Universidad de Chicago en 1894, dijo: ``Parece probable que la mayoría de los grandes principios subyacentes (en la física) han sido firmemente establecidos y los avances posteriores habrá que buscarlos principalmente en la aplicación de esos principios a todos los fenómenos de que tengamos noticia''. Cuando a principios del siglo actual se propuso la teoría de la relatividad y se sentaron las bases de la mecánica cuántica, muchos físicos que pensaban igual que Michelson tuvieron que tragarse sus palabras. Un siglo después, en 1994, el físico danés-estadunidense Per Bak, autor de una teoría unificada de los sistemas complejos, señaló: ``La física de partículas ha muerto, víctima de su propio éxito. La mayor parte de los físicos de partículas creen estar haciendo ciencia cuando no hacen más que limpiar la casa después de la fiesta''.

También el biólogo evolucionista Richard Dawkins, de la Universidad de Oxford, pone su granito de arena: ``Nuestra existencia albergó en otro tiempo el mayor de los misterios... pero Darwin y Wallace lo resolvieron... nosotros sólo seguiremos añadiendo notas a pie de página''. Por su parte, en 1990 Stephen Hawking, durante un simposio en Suecia, dio una conferencia mediante su sintetizador electrónico de voz a la que denominó: ``¿Se vislumbra el final de la física teórica?''; allí, Hawking pronosticó que, dada la acelerada evolución de las computadoras, serían ellas las que encontrarían la teoría unificada de las fuerzas de la naturaleza, poniendo fin a la física.

Durante un congreso celebrado en Siracusa en 1989, denominado ¿El fin de la ciencia?, George Stent, pionero eminente de la biología molecular de la Universidad de California en Berkeley, afirmó: ``La ciencia como tal podría estar llegando a su fin, no porque haya fracasado ni por las críticas de los filósofos sofistas, sino porque la ciencia ha estado trabajando de manera tan excelente que, debido a su avance tan vertiginoso, está a punto de llegar a sus últimas fronteras. Ahora que la ciencia parece más imparable, triunfante y poderosa, está acercándose precisamente al momento de su muerte''.

Los personajes mencionados, y otros más, pronostican el fin de algunas de las ciencias puras debido a que, en su concepto, éstas prácticamente han obtenido ya sus paradigmas definitivos; lo extraño del caso es que esos personajes no son filósofos de la ciencia sino científicos. En su libro La estructura de las revoluciones científicas, Thomas Kuhn distingue dos tipos de ciencia: la revolucionaria, que origina nuevos paradigmas, y la normal, que se encarga de aumentar el alcance y precisión de los paradigmas. Por definición, la ciencia normal es conservadora y no aporta novedades conceptuales importantes; es, según Kuhn, la que practican en la vida cotidiana casi la totalidad de los investigadores.

Las ideas de Kuhn no son bien vistas por la comunidad científica, porque se atrevió a catalogar de ``irracional'' a la ciencia e incapaz de alcanzar la verdad objetiva; algunos científicos radicales lo ubican dentro del grupo de los filósofos ``traidores a la verdad'', supuestamente integrado, además de Kuhn, por Lakatos, Popper y Feyerabend.

Las proposiciones sobre el fin de la ciencia se pueden comprender mejor desde la perspectiva de Kuhn: se asegura un desarrollo indefinido de las ciencias aplicadas y la tecnología, y quienes estarían llegando a su fin serían las ciencias básicas en su vertiente revolucionaria, lo cual, de ser cierto, significaría que ya no se esperan cambios radicales en nuestra manera de ver el mundo que nos rodea, sus fenómenos y a nosotros mismos. De tener razón los apocalípticos, ¿qué sería de los científicos puros? Horror, podrían terminar como ingenieros o técnicos o, como ya sucede en Estados Unidos, como corredores de bolsa en Wall Street.

Afortunadamente, la mayoría de los científicos todavía opina lo contrario; en lo personal, soy partidario, al igual que muchos niños, de la idea kantiana de que cada vez que se contesta una pregunta surge una nueva. Así que tal vez compartan conmigo esta conocida frase: habrá ciencia mientras el ser humano tenga curiosidad e imaginación; o esta otra, de Prigogine: la aventura acaba de empezar.

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