La Jornada 8 de noviembre de 1998

La música, medida exacta del tiempo para vivir otros tiempo

Arturo Jiménez, enviado, San Luis Potosí, SLP, 7 de noviembre Ť La fuerza interpretativa de los hits del barroco alternó ayer con la frágil potencia de la música antigua menos conocida, ambos en la acústica exacta de los recintos religiosos.

El trío La Fontegara llenó la tarde de la capilla de Loreto mientras la orquesta de cámara Vladimir Vulfman invadió la noche del templo del Carmen, en la segunda jornada del primer Festival de Música Antigua y Barroca Miguel Caldera.

La Fontegara ofreció un deleite de variaciones, suites y sonatas del mundo barroco, más de una docena de delicadas sonoridades de viola da gamba, clavecín, guitarra barroca y la sensación: la tiorba.

El escenario fue el hermoso altar barroco de madera verde y oro, coronado por un lienzo de la virgen de Loreto, adjunta a la iglesia de la Compañía.

La Fontegara se especializa en la interpretación histórica de la música de los siglos XV al XVIII, utilizando réplicas de los instrumentos originales. Su música da la medida exacta del tiempo para vivir de aquellos tiempos sublimados.

El clavecín de la invitada Eunice Padilla seguía una sola línea de armonía enriquecida con improvisaciones, mientras la viola da gamba de Gabriela Villa Walls -más cercana a la guitarra y con una técnica de arco diferente a la más conocida del chello- encabezaba la melodía y narraba viejas historias.

Eloy Cruz tocó una guitarra barroca o española, algo así como la abuela de las jaranas huasteca y jarocha. Pero la nota la dio con su tiorba, ``una maldición'', como bromeó, ya que es ``difícil de tocar, difícil de cargar y difícil de afinar''.

Con sus más de dos metros de largo, este instrumento es una especie de guitarra con un mástil larguísimo y dos grupos de cuerdas que sólo producen sonidos graves. Su belleza formal y sonora justifican cualquier sacrificio.

En una combinación de tiorba y clavecín, en Kapsberger-canario-colascione, el sonido adquirió incluso visos de señorío. Y luego, Eloy Cruz mostró en un solo las posibilidades sonoras de ``la maldición''.

Superclásicas universales

Ya de noche, se conjuntaron músicas y arquitecturas de altos vuelos barrocos: Pachelbel, Albinoni, Marcello y, de nuevo en este festival, Vivaldi, en el imponente escenario del templo del Carmen, cuya fachada e interiores sorprenden al más posmoderno.

La bien plantada orquesta de cámara Vladimir Vulfman, dirigida por Martha Villalpando, fue directo al centro del espíritu barroco con esa maraña de sentimientos encontrados que son el Kanon y el Adagio, de Pachelbel y Abinoni.

Con soltura y precisión, Villalpando y su orquesta trasmitieron la juvenil melancolía de la primera y la tristeza romántica, casi fúnebre y casi trágica, de la segunda. Después vendría la fina elegancia de Marcello, con Introducción, aria y presto.

En la segunda parte, las dos primeras estaciones de Vivaldi fueron interpretadas de manera excelente por el violinista Cuauhtémoc Rivera, invitado de honor de la orquesta potosina.

Considerado por algunos como el mejor violinista de México, Rivera ejecutó con fría precisión el primer movimiento de El verano, pero ya en el presto su destreza fue bañada por la calidez del lugar y de los espectadores, muchos parados en los pasillos. Al final, de pie, los aplausos fueron pródigos.