La Jornada Semanal, 8 de noviembre de 1998
¿Quién habló del cisne? Quién dijo
cisne entre la multitud? ¿Quién
de todos
se atrevió a remover el cristal del disecado?
A riesgo
de que el polvo explore lo real,
se agite en el éter y suspenda por
obstrucción
la en demasía luz que nos asusta. ¿Para eso
la
remoción? Ambrosía para mendigos que
degustar no saben es la luz de
lo real (que nos asusta).
De ahí el palmípedo, el atenuante hermoso
de lo alado;
de ahí el oclusivo párpado pineal, el esfínter de
ver
o de no ver el mundo -el cual es mucho decir
(y sin embargo
es mudo en su mudanza que no cesa
ni César hubo ni habrá que la
detenga).
Mejor mirar con lentitud el cambio: devenir
lo mirado
en la mirada. Mejor sería aún
dejar de hacer para entender al fin
lo que se hace.
No levantar tanto polvo en el altar (el polvo
tose
pero nunca canta), tanto emplumado dado en
sacrificio para
eclipsar así el equinoccio
-única dádiva dada en realidad.
Dejen
al cisne entre la Ofelia oscura,
al ave ecuestre y elocuente
dejen
porque una lúcida lumbre en demasía
baña al hombre que
sueña lo real. Una luz
que desciende lo silencia -un halo
sin
temor su voz apaga. Y algo
besa detrás de la palabra
-y cuando
se besa (se sabe)
no se habla.