La Jornada Semanal, 8 de noviembre de 1998
Después de publicar un libro sobre el mito de Quetzalcóatl y varios ensayos donde suscribo interpretaciones heterodoxas acerca de ese personaje evanescente, advierto que mis encuentros con Quetzalcóatl cambiaron mi concepción de la historia al menos en tres ocasiones.
El primer encuentro con esta entidad coincidió con el inicio de mis estudios de historia. En esos años, por una predestinación imponderable, la costumbre de componer un trabajo escrito para evaluar el desempeño de los alumnos me llevó derechamente a la figura de Quetzalcóatl. A los pocos días de establecer contacto con este personaje mis lecturas me transportaron a un medio desconocido. Casi sin darme cuenta fui sustraído de mi realidad y depositado en un ámbito encantado, gobernado por el mito. La perplejidad que me producía acercarme al dios y fundador de reinos legendarios, o el impulso que me empujaba a perseguir su huella en los escenarios más extraños, se convirtieron en una experiencia cotidiana.
No percibí entonces que había transitado senderos considerados ineludibles en el oficio de historiador: concentración en un tema específico; ir y venir por diferentes perspectivas para atisbar el objeto perseguido; disposición para el asombro... Lo cierto es que estos contactos iniciales sellaron mi relación futura con Quetzalcóatl. Años más tarde, este encandilamiento temprano con el mito me predispuso a perseguir el fantasma de Quetzalcóatl cada vez que intuía la presencia de una de sus manifestaciones. Pero en esos años ignoraba lo que era esencial en el mito. Al mismo tiempo que fui deslumbrado por sus múltiples apariencias, apenas percibíÊsu íntima relación con la planta del maíz.
Mi segundo encuentro con Quetzalcóatl ocurrió veinte años más tarde y me llevó a conocer sus innumerables manifestaciones y el misterio de sus mensajes. En Memoria mexicana (1987) me había propuesto registrar la diversidad de representaciones del pasado construidas por los grupos que poblaron el territorio que hoy llamamos México. Al abrirme a esa perspectiva me encontré con muchas memorias y reconstrucciones del pasado. Registré una multiplicidad de interpretaciones cuya característica común era ser cada una distinta de otra, estar apartadas entre sí, servir de instrumento de identidad al grupo que las producía, y reflejar un concepción del mundo diferente. Entre estas variadas representaciones del pasado, la que más llamó mi atención fue la memoria que se expresaba a través del lenguaje del mito. Pero resultó ser esta una memoria entonces incomprensible para mí, porque no entendía sus símbolos ni sabía leer su lenguaje.
Desafiado por esos obstáculos, en la segunda edición de esa obra me esforcé por ahondar mi entendimiento del mito y esclarecer las relaciones entre el mito y la historia. Advertí entonces que para los pueblos mesoamericanos el mito fundador de los orígenes y la concepción cíclica del tiempo eran los articuladores de la memoria histórica. Según esta concepción, el cosmos, la naturaleza y las creaciones humanas tuvieron un momento de plenitud máxima. Este tiempo pleno fue el momento de la creación original, cuando las cosas fueron por primera vez establecidas y estaban imbuidas de la plenitud de la creación primordial.
Para los pueblos mesoamericanos el tiempo más significativo era aquel en que por primera vez se establecieron los fundamentos del cosmos y de la vida humana. En las culturas que florecieron en Mesoamércia, el mito de la creación del cosmos narra simultáneamente el ordenamiento del mundo, el comienzo del tiempo y el origen de los seres humanos, la agricultura, las ciencias y las artes. Es decir, el mito de la creación del cosmos cuenta el nacimiento portentoso de la vida civilizada. Al llegar a este punto de mi comprensión del mito volví a encontrar la figura de Quetzalcóatl. A fines de la década de 1980, la progresiva lectura de los glifos mayas llevó a varios investigadores a reconocer vestigios del mito náhuatl de Quetzalcóatl en numerosos monumentos y estelas mayas de la época Clásica (300-900 d.C.), donde Quetzalcóatl aparecía bajo el nombre maya de Hun Nal Ye, que quiere decir Uno Semilla de Maíz.
Estos descubrimientos maravillosos, y mi renovada fascinación por el mito de Quetzalcóatl, me indujeron a perseguir las transformaciones de ese personaje por varios años, y a escribir el libro que lleva el mismo título. Al comenzar esta investigación, mis desmesurados propósitos eran precisar las múltiples presencias del dios en los diferentes ámbitos de Mesoamérica, dar cuenta de sus características, y explicar sus transformaciones a través de poco más de tres mil años de historia.
Por supuesto, mi intento de reconstrucción histórica nunca pudo alcanzar esas metas, pero sí mostró que el dios del maíz era la deidad más importante de los antiguos pueblos de Mesoamérica. Puede decirse que el dios del maíz nació con la misma civilización mesoamericana, y que es una de sus representaciones más constantes. En Mesoamérica, los símbolos de la creación primordial, del origen del tiempo, la fertilidad, el nacimiento de los seres humanos y la aparición de la civilización están íntimamente relacionados con el dios del maíz. En las culturas más tempranas, este dios tiene el rango de progenitor del cosmos y de ordenador de la nueva era, habitada por los agricutores civilizados. En los años que siguen a la caída de Teotihuacán y del reino de Tula, la figura de Quetzalcóatl se multiplica y su simbolismo se vuelve más complejo.
Desde entonces sus antiguos significados son continuamente reinterpretados y fundidos con otras tradiciones. Su figura ubicua se emparenta con Ehécatl, el dios del viento, y con el rico simbolismo de Venus, con los cultos de la renovación vegetal, y con los mitos de la realeza y la vida eterna. Quetzalcóatl se relaciona con esos cultos, dioses y mitos, se mezcla con entidades oriundas de distintas partes de Mesoamérica, y cambia sus símbolos y representaciones.
Para asir esta figura proteica que constantemente se disvuelve en otras más complejas, recurrí a diversos métodos. En lo fundamental, seguí el método de los historiadores, que aconseja examinar el cambio que experimentan las cosas humanas a partir de las huellas que van dejando en el proceso histórico. Sin embargo, también recurrí a los instrumentos creados por los antropólogos para analizar la estructura de los símbolos y el lenguaje del mito.
Al tratar de comprender la estructura que subyace en el mito del dios del maíz, lo que más me sorpendió es que desde sus manifestaciones más tempranas incorpora en su secuencia narrativa los procesos fundamentales del cultivo de la planta del maíz. Constaté con asombro que el pasaje que en el cultivo corresponde a la cosecha de las mazorcas, en el relato se convierte en la decapitación del Hun Nal Ye, y en los episodios que describen la fatalidad del sacrificio de una parte de la vida para asegurar la reproducción del conjunto cósmico y humano. De los frutos que cada año ofrece la madre tierra, una porción se convierte en alimento de los seres humanos y la otra vuelve al seno materno, para continuar el ciclo de muerte y recreación de la naturaleza.
Otro gran momento del ciclo agrícola, la siembra de las semillas en el interior de la tierra, está representado en el mito por el descenso de Hun Nal Ye o de Quetzalcóatl a las profundidades de esa región, en busca de las primeras semillas. La permanencia de las semillas en el interior de la tierra, que biológicamente corresponde al pasaje de su transformación bajo la intervención de los jugos de la tierra y el agua, adquiere en el mito la forma de una contienda entre los señores de Xibalbá y los emisarios celestes, los Gemelos Divinos. Como sabemos, en el Popol Vuh esta contienda se resuelve en el triunfo de los Gemelos. La victoria de los GemelosÊimpone a los señores del inframundo la aceptación del ciclo anual de la siembra, la reproducción de las plantas en el interior de la tierra, y la devolución periódica de los frutos sembrados por los agricultores.
Asimismo, en el relato mítico el brote de la planta del maíz se transforma en la resurrección maravillosa de Hun Nal Ye-Quetzalcóatl de las profundidades de la tierra, que simbólicamente expresa el triunfo de las fuerzas creativas sobre las de la muerte, y el otorgamiento de los seres humanos del alimento que asegurará la reproducción de las generaciones futuras. La identificación de este alumbramiento agrícola con el origen del cosmos, el nacimiento de los seres humanos y el comienzo de la vida civilizada, expresa la importancia que estos pueblos le atribuyeron a la domesticación de la planta del maíz. Hun Nal Ye es la primera deidad americana cuyo cuerpo mismo, la mazorca del maíz, se convierte en hechura y alimento de los nuevos seres humanos. Según esta concepción, el dios creador y sus criaturas tienen el mismo origen y están hechos de la misma sustancia.
La correspondencia tan notable de los procesos del cultivo de la planta del maíz con los episodios que componen el relato mítico, muestra que la mentalidad mítica es un reflejo de la realidad natural y social que nutría a los creadores de esas construcciones. Este descubrimiento debe resaltarse, pues cuando percibimos que la trama del relato mítico es la expresión simbólica del proceso agrícola más importante de los pueblos mesoamericanos, no sólo tocamos el núcleo profundo que da razón de la estructura general del mito, sino que a partir de ese conocimiento podemos explorar, con mayor seguridad, sus variaciones y modificaciones a través del tiempo, y seguir su tránsito por las distintas culturas que lo dotan de nuevos significados.
La tercera lección que recibí de Quetzalcóatl tiene que ver con la forma como se expresa el lenguaje mítico. Desde que terminé el libro que ingenuamente pretendía esclarecer las mil caras de Quetzalcóatl, no cesé de preguntarme por qué artes esa figura legendaria pudo permanecer en la memoria mexicana por más de tres mil años. Si miramos hacia atrás, nos percatamos de que esa entidad acompañó a los pueblos mesoamericanos desde la fundación de sus primeros estados hasta la caída de Tenochtitlán, bajo los nombres de Hun Nal Ye, Ehécatl, Kukulcán, Gucumatz, Nacxit, Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl, Serpiente Emplumada, Quetzalcóatl, y muchos otros que ignoramos. Más tarde, durante los tres siglos de dominación colonial, la figura y los símbolos de Quetzalcóatl renacieron, impulsados por interpretaciones más audaces. En los últimos dos siglos esa figura no ha cesado de reaparecer. Cada una de sus apariciones ha resucitado antiguas ideas e imágenes, y las utopías más diversas, mismas que han multiplicado sus innumerables rostros.
Deslumbrado por esas reapariciones, advertí que la constante en todas ellas es la envoltura mítica que las transmite. Sea cual fuere la forma que adquiere Quetzalcóatl o sus mensajes, estos siempre se presentan bajo el lenguaje del mito.
Si observamos los mitos cosmogónicos mesoamericanos, advertimos que aun cuando el mito parece concentrarse en los ingentes esfuerzos de los dioses para dominar a las potencias que producen el caos, en realidad su relato se ocupa de los asuntos sobrenaturales y humanos que sustentan la vida. Los temas que concentran la atención del mito cosmogónico son el ordenamiento del cosmos, el origen y el destino de los seres humanos, la naturaleza que los rodea, y los acontecimientos que tejen la vida de los pueblos y construyen la historia de los reinos.
La necesidad de almacenar, ordenar y transmitir en forma segura esa memoria colectiva, es el fin último del mito. En su versión oral o escrita, el mito cosmogónico adquiere la forma de una suerte de enciclopedia elaborada por los pueblos antiguos para preservar su identidad y asegurar su sobrevivencia. Para cumplir esa función social, el lenguaje del mito tiene que reunir dos requisitos: por una parte debe cautivar a su auditorio, y por otra tiene que compendiar en el relato los conocimientos indispensables que aseguran la sobrevivencia del grupo. Cuando una comunidad logra plasmar los saberes que la sustentan en un relato con estas características, su máxima ambición es darle estabilidad a ese mensaje, y transmitirlo incesantemente a las generaciones futuras.
Esto es lo que hicieron los mayas con el Popol Vuh, un relato que empezaron a contarse una y otra vez desde los albores de su civilización, en cantos y en figuras grabadas en lápidas, en vasijas pintadas, en las portadas de sus templos, en las paredes de los palacios, en ceremonias teatralizadas y en los ritos que conmemoraban los actos fundacionales de su historia.
El Popol Vuh es la versión popular de la gran enciclopedia de conocimientos que los mayas elaboraron para sobrevivir como pueblo civilizado. Utiliza un lenguaje narrativo y se concentra en episodios protagonizados por personajes bien caracterizados (los dioses creadores, los Gemelos Divinos, los señores de Xibalbá, los hermanos envidiosos). La trama (la formación del cosmos) y el desenlace del relato (el nacimiento de la vida civilizada), expresan las valores más altos del pueblo Kiché, los cuales son transmitidos con las técnicas del cuento maravilloso o de la dramatización teatral, formas de comunicación que hoy siguen en uso entre sus descendientes.
Al comparar las aventuras de los Gemelos Divinos narradas en el Popol Vuh con los textos y las pinturas de la época Clásica, se tiene la impresión de haber recorrido un tramo muy largo de la historia humana, y tocado algo profundo de esa historia. De pronto percibimos que durante más de quince siglos los mayas se contaron una misma historia acerca de los orígenes del cosmos y los fundamentos de la vida civilizada.
El relato cosmogónico que los mayas clásicos grabaron en los monumentos de Copán, Quiriguá, Bonampak y Palenque, indica que en sus orígenes este fue un mito agrícola, una narración centrada en el borde de la planta del maíz de las profundidades de la tierra. El hecho de que la cosmogonía maya se refiere a la presente creación del cosmos como un alumbramiento agrícola, y haga brotar a la nueva humanidad de la masa del maíz, revela que para los pueblos más antiguos de Mesoamérica la civilización nació con los orígenes de la agricultura y el cultivo del maíz. Este es el mensaje esencial que los mayas quisieron transmitir a las generaciones futuras y que llegó a nosotros encerrado en la maravillosa brevedad del mito.