La Jornada Semanal, 8 de noviembre de 1998
Rem Koolhas escribió que el siglo XX ``ha sido una batalla perdida contra la cantidad''. Podría aplicarse esta afirmación al área metropolitana de la ciudad de México, que creció de 1,644,921 pobladores en 1940 a alrededor de 18 millones de personas en la actualidad. Las investigaciones expuestas en el libro Cultura y comunicación en la ciudad de México (UAM y Grijalbo), no quieren insistir en el recuento de desastres producidos por ese crecimiento tumultuoso: escasez de vivienda y embotellamientos de autos, aglomeraciones de comercios improvisados, enfermedades crónicas y masivas por la contaminación, desempleo e inseguridad creciente. La vasta bibliografía escrita sobre estos dramas de la cantidad ha dejado poco tiempo para que se estudie lo cualitativo, los significados que encuentran los pobladores al vivir en esta megalópolis. Si la ciudad de México sigue atrayendo migrantes es, entre otras razones, por la oferta cultural, no sólo de espectáculos artísticos y diversiones sino también de otras posibilidades de enriquecimiento cualitativo que brinda la variada cultura de todos los días.
Raúl Nieto: ¿Qué cambia estudiar a la ciudad no sólo desde el centro histórico sino desde la periferia? Eduardo Nivón y yo desarrollamos esta perspectiva a través de una encuesta que muestra el consumo de la prensa, la radio, y la televisión. Pero dadas las características de la periferia, fue necesario incluir un conjunto de géneros populares, que no provienen de las industrias culturales sino de otras fuentes de creación cultural. A veces se los considera ilegítimos porque no están cercanos a la alta cultura. Estoy pensando en actividades como la lucha libre, las tocadas, el jaripeo, los títeres, estos géneros menores que tienen la fuerza de las prácticas tradicionales. Hay jaripeos que hacen una instalación fastuosa y exhiben gran talento, pero no están considerados en ningún inventario. Del mismo modo, las arenas donde se desarrolla la lucha libre todavía están por mapearse, y así podríamos contar una infinidad de lugares ya institucionalizados cuya mínima infraestructura se reduce a un equipo de sonido y plásticos con los que se cierran las calles. Me atrevería a proponer una hipótesis: al lado de las industrias culturales existen las artesanías culturales o manufacturas culturales, que desde una lógica distinta están proponiendo una oferta no necesariamente alterna pero sí diferente de las industrias culturales.
La investigación también trata de conocer cómo se insertan en la trama de la vida urbana grupos familiares que están distribuidos en el gran mosaico de la desigualdad cultural que diferencia a la periferia con mejores servicios (el poniente), del norte y de Iztapalapa, menos equipadas. Esta desigualdad no sólo se ve en lo económico, sino en las distintas maneras en que conocen y se apropian de la ciudad y de su oferta cultural. Hay una dimensión intermedia entre la soledad del consumidor de videos y la masividad de un concierto de rock, se sitúa en este nivel barrial, local. ¿Cómo se construye lo local en términos culturales en la ciudad? La cultura local se va tejiendo en las reuniones vecinales, en los quince años, en las bodas, en un conjunto de actividades de corte colectivo.
Ana Rosas Mantecón: En el centro histórico están los mayores equipamientos culturales de la ciudad, los principales museos de arte e historia, teatros, cines, parques y centros de espectáculos de carácter popular. Además, es la zona que condensa la mayor cantidad de monumentos, no solamente de México sino de América Latina. Sin embargo, pareciera haber barreras para relacionarse con ellos, dificultades para apreciarlos.
Pese a que oficialmente se valoran tanto los monumentos históricos como los arqueológicos, en realidad se favorece más a estos últimos. El nacionalismo mexicano ha ido utilizando el pasado prehispánico para buscar legitimidad en la política actual. Por lo que toca a los habitantes, a través de encuestas y entrevistas encontré que reproducen esta jerarquía. Se considera mucho más el Templo Mayor que monumentos posteriores. Esto tiene consecuencias sobre el patrimonio cotidiano, inclusive las viviendas antiguas que aún se habitan. El centro histórico, desde los años cincuenta, viene perdiendo su carácter de centro habitacional. No obstante, las políticas que se desarrollaron después de los sismos lograron en parte que permaneciera una buena cantidad de pobladores. Hay que señalar también que la relación con el patrimonio habitacional está atravesada por el estigma de las vecindades. En el cine, las telenovelas y la radio, las vecindades son presentadas como algo que hay que superar. La prensa valora el patrimonio al dar preferencia al centro histórico y al área central de la ciudad. La relación con los espacios públicos está sesgada por el tratamiento que hacen distintos medios, por ejemplo, el Zócalo aparece siempre, en tanto se ignoran o se desvaloran otras zonas de la ciudad.
La estética del apocalipsis
Néstor García Canclini: No sólo con respecto al patrimonio y al uso de espacios públicos se ve un desequilibrio entre la sobreinformación de la ciudad central y la bajísima información sobre el resto. Pese a que en las periferias ya vive más de la mitad de la población del Valle de México, es mucho menor el porcentaje de noticias que los periódicos recogen de estas zonas.
Miguel çngel Aguilar: Efectivamente, así como el DF representa en forma desmedida el centro del país, el centro del DF ejerce un efecto de centralismo sobre la periferia. Otro hecho interesante es que en la manera de contar la ciudad la prensa urbana, tanto en los textos como en las imágenes, hace prevalecer la visión apocalíptica: el énfasis se coloca en la contaminación, en las emergencias urbanas, en equipamientos y servicios siempre deficientes y en la inseguridad. Así se forma una estética para mirar la ciudad, que queda estilizada visualmente por las fotografías. Hay fotografías sobre contaminación muy bellas. En parte, contrarrestan este discurso negativo las crónicas del periodismo urbano que tienden a documentar la vida cotidiana. Frente a la megaciudad apocalíptica hay una suerte de microciudad hecha de pequeños actos cotidianos, como tomar una paleta, andar con la novia, pasear, el detalle de un portón. Sin embargo, prevalece esta tendencia a ver una ciudad contaminada y violenta, de multitudes, que es compartida por la televisión.
No todos los medios de prensa se comportan de la misma manera en la selección del material fotográfico, o en el registro de lo cotidiano y de lo político. Cada periódico tiene su ciudad o su forma de contar la ciudad. Mientras hay diarios que dan mayor énfasis a los actos cotidianos, multitudinarios y de protesta, otros tienden a enfatizar la nota roja o los actos políticos.
NGC: ¿Qué pasa con las ciudades de la radio? Este medio se relaciona con los ciudadanos de maneras distintas de las de la prensa, dramatizando y conectando de otras formas los acontecimientos.
Rosalía Winocur: Podría decirse que hay tantas narrativas de la ciudad como distintos programas, dirigidos a los jóvenes, a los homosexuales, a las amas de casa, a los noctámbulos. La radio se hace cargo de la ciudad con espacios fragmentados, y va construyendo narrativas e imaginarios sobre esos espacios como si fuera la ciudad de todos, pero se está dirigiendo a algunos en particular. El radioescucha se maneja con opciones limitadas del dial, conoce poco el resto de la programación, es muy fiel a sus programas.
Esto se aprecia sobre todo en los noticieros, pues todo radioescucha tiene uno de su preferencia. Los noticieros han ido ganando importancia en la frecuencia de AM y cada vez ocupan más tiempo, hasta tres o cuatro horas de duración, con dos o tres emisiones al día. El noticiero es cada vez menos informativo y más pedagógico, con recursos de simplificación de la complejidad que hacen a la ciudad comprensible, aprehensible, amigable. El reporte vial de los noticieros radiales imaginariamente cumple con varios objetivos: eleva al conductor sobre la maraña del tráfico, amplía el horizonte de visibilidad, genera una perspectiva de salida del laberinto, explica la demora, ofrece alternativas, y eso tiene un efecto tranquilizante y apaciguador, porque hay alguien que desde las alturas genera la ilusión de controlar la situación.
La ciudad se dramatiza a partir de múltiples recursos, mediante el reporte del tráfico y del clima, las marchas y plantones, los accidentes automovilísticos, las obras del gobierno, la relación con las autoridades, o sea lo que ocurre en la vida pública. En tanto, lo privado, que se sitúa casi siempre en el espacio doméstico, se alimenta, por una parte, del puente imaginario que tiende el locutor-narrador entre el estudio de grabación y el interior de la vivienda, lo cual genera una atmósfera de contacto estrecho e intimidad, y, por otra, con las múltiples historias y dramas de los que llaman, escriben o mandan faxes.
NGC: Una buena parte de la credibilidad y la legitimidad de la radio deriva de la situación de sentirse escuchado. Como a los gobernantes se los siente lejanos y las ventanillas para trámites son difíciles de relacionar con las instancias de decisión, los programas de participación dan la ilusión de que uno es directamente escuchado por alguien que tiene poder para considerar esa demanda. En ese sentido, es muy distinta la experiencia de los que quieren organizarse para conseguir servicios y deben realizar gestiones burocráticas.
Ángela Giglia: Hay programas de radio que lo hacen sistemáticamente, por ejemplo Monitor de la mañana que invita a representantes institucionales con el objetivo de atender las quejas y demandas de los ciudadanos. Se crea, así, un foro público mediático. Nuestro estudio trata de establecer si estas formas de participación producen realmente un aumento de la democratización, o son, al contrario, solamente espacios para que se cree mayor ruido, mayor eco, alrededor de ciertos problemas.
Por otra parte, en la ciudad existen espacios públicos, ligados a la vida cotidiana, que no son mediáticos, por ejemplo los que se construyen a partir del hecho de ser condóminos. Hay que recordar que en la ciudad de México más de la tercera parte de la vivienda construida es colectiva. En los condominios se debe lograr participación para que el conjunto funcione. Hemos tomado ese ámbito de la existencia cotidiana, para preguntarnos, primero, cómo funciona y cuáles son sus problemas, y a partir de qué elementos culturales es posible construir mayor democracia. Es un intento de entender a nivel micro la posibilidad o no de avances en la democratización y de ejercer la ciudadanía. ¿Es cierto que participar en condominio se traduce realmente en mejoras del conjunto? ¿Respetar los reglamentos es suficiente para que las cosas vayan mejor? ¿La unidad del conjunto de los ciudadanos frente a las instancias que deberían proporcionar servicios, sirve para conseguir los servicios o mejorarlos?
Las respuestas muestran un desfase entre la exigencia de reglas y una tendencia cultural que, al contrario, valora mucho al vecino como alguien que no crea problemas, como alguien simpático, buena onda. Tenemos, entonces, una construcción ideológica, poco realista de la vida condominal como un ámbito construido en torno a la buena socialidad, que se revela contraproducente cuando se trata de hacer las cosas según las reglas.
También la vida condominal representa la política más general por la atomización de las demandas y la crisis de liderazgo urbano en todo lo que es gestión de servicios. Los líderes son cuestionados, los condóminos se fragmentan, pequeños grupos van a pedir las cosas por su cuenta. A veces, la atomización se resuelve mediante el aumento de las relaciones verticales. En este sentido, el estudio sobre condominios ha sido un ejercicio para comprender cómo la cultura tiene que ver con los procesos de democratización a un nivel social más amplio.
El shopping y los medios como recursos culturales
NGC: La ciudad de México se ha modernizado por los cambios en los modos de habitar, como se expone en el libro en las investigaciones de çngela Giglia y de Anahí Ballent, y también por transformaciones aceleradas en la oferta cultural y en las maneras de consumir. En algunos capítulos estudiamos cómo esta modernización se manifiesta en el predominio de la cultura audiovisual sobre las interacciones públicas. Los teatros fueron en parte reemplazados por la radio y los cines, los espectáculos en estadios y plazas por su representación en las pantallas domésticas, y las salas de cine por el video (aunque también analizamos el parcial regreso a los cines gracias a la proliferación de multisalas). El impacto de los medios electrónicos es mayor en la medida en que la expansión territorial de la capital no fue acompañada por una redistribución que superara la concentración de las instituciones culturales en el centro y el sur de la megalópolis. Aquí cabe decir qué revela el estudio de los centros comerciales, como lugares de consumo y entretenimiento, donde se concentran fuertes inversiones para remodelar el comercio, las interacciones con los consumidores y el uso privado de espacios públicos.
Patricia Ramírez Kuri: Los antecedentes de los centros comerciales están en las primeras grandes tiendas departamentales que se construyen con el cambio de siglo, como parte del impulso modernizador porfiriano. Pero los shoppings modernos comienzan a partir de los años setenta, con Plaza Universidad, el primero y más grande de América Latina. También cambian los consumidores a los que se dirigen. Si antes la oferta iba dirigida a las élites, en las últimas décadas los centros comerciales responden a la demanda de consumo de las clases medias.
La penúltima etapa fue la de Perisur y Santa Fe. Ahora, surge una oferta distinta representada por Plaza Loreto y Plaza Cuicuilco. Estas se reconocen como espacios públicos de reunión social y encuentro. Por eso ambas plazas presentan atractivos culturales y recreativos. Son centros abiertos entre comillas, porque en las plazas Loreto y Cuicuilco existe un circuito cerrado de vigilancia. Sin embargo, en el imaginario el centro comercial pone en escena un espacio público abierto donde se pueden realizar actividades culturales, de entretenimiento, exhibiciones, hay salas de arte, de cine, ofertas para distintas poblaciones, en gran parte jóvenes.
MAA: ¿Cuál sería el futuro de los centros comerciales? ¿Son espacios ya completamente consolidados, o cabe esperar nuevas modificaciones?
PRK: La condición de sobrevivencia de los centros comerciales es renovarse de manera continua, plantear alternativas originales que respondan a las nuevas demandas de las ciudades. Un centro comercial ofrece a los jóvenes un espacio de mayor seguridad que las plazas públicas. Sin embargo, en entrevistas realizadas a jóvenes algunos dijeron que van a ciertas horas a un centro comercial y a ciertas horas a las plazas públicas, como Coyoacán, porque convocan con actividades distintas. Si les preguntas dónde pasarían un fin de semana, te dicen: ``De cuatro a seis yo iría a la plaza de Coyoacán a ver al mimo, pero por ahí de las seis o seis y media me voy al Centro Coyoacán a ver discos, al cine, a encontrarme gente, e igual luego vuelvo a Coyoacán.'' O sea alternan los dos espacios. Así pueden complementarse un espacio de la modernidad con un espacio tradicional como la plaza.
NGC: Uno de los aspectos que más impresiona al relacionar las investigaciones es la compleja multiculturalidad de la megalópolis. Sería todavía más diverso el panorama si incorporáramos el trabajo de Patricia Safa sobre las distintas identidades locales dentro de Coyoacán, el de César Abilio Vergara sobre las canciones que representan la vida de la ciudad en distintas épocas, el estudio de Amparo Sevilla acerca de los salones de baile popular, el de Teresa Ejea sobre los usos de las artesanías, y también el análisis de Francisco Cruces con respecto a los rituales en las marchas de protesta. ¿Cómo hacer políticas culturales para esta multiplicidad de ciudades que coexisten dentro de la megalópolis?
Si bien es imposible abarcar la totalidad, tratamos de organizar hasta cierto punto estos materiales heterogéneos clasificando las prácticas culturales. Así, aparecen en el libro dos mapas de las ofertas culturales que la ciudad de México presenta: uno es el de los espacios culturales y de entretenimiento situados en lugares específicos, a los que hay que trasladarse para conocer lo que se presenta (auditorios, librerías, bibliotecas, teatros, cines y museos), y el segundo mapa, el de las redes que llevan los bienes y mensajes a domicilio a través de la radio, la televisión, el video y las computadoras. Pero aun estos dos mapas ordenan pedazos de la megalópolis, y hay que considerar el peso de las prácticas locales en barrios, familias, grupos familiares o condominios, que exceden los modos de organización habitual en la ciudad. Encontramos un abanico de comportamientos, que no sólo incluye la cultura de élites y la cultura popular local, sino también los comportamientos relacionados con los medios masivos de comunicación, que llegan al noventa y cinco por ciento de los hogares. Pero cuando se piensa en políticas culturales aún nos limitamos a lo que hace el Estado, y apenas están empezando a formar parte del debate público las políticas de los medios masivos.
Siendo el consumo de los medios el comportamiento cultural más extendido, la gestión de esos medios es de interés público, de todos los ciudadanos. También tenemos que preguntarnos qué pasa con los centros comerciales, otro tipo de prácticas que no suele ser considerado parte del desarrollo cultural de la ciudad. Tanto los medios de comunicación como los centros comerciales modifican el espacio público, están entre los atractivos más importantes para la población que vive en la ciudad, y aun para otros que migran hasta aquí o vienen como turistas. Esto es lo que se llama ciudades globales: la ciudad de México es un lugar de resonancia del mundo, emite mensajes de radio y televisión para todo el país, y también para poblaciones que están más allá de las fronteras mexicanas. Esta ciudad se está transformando con una infraestructura turística, hotelera, empresarial, de espectáculos y comunicaciones que la vincula con sectores externos al país. En los años noventa, ciudades como Barcelona y Berlín, entre otras, han redefinido sus políticas sociales y culturales en función de este horizonte mayor para dinamizar su economía, generar empleos y revitalizarse como centros urbanos. Por su riqueza histórica y artística, y su potencial comunicacional, este es también un futuro posible para la ciudad de México. *Ángela Giglia, Ana Rosas Mantecón, Raúl Nieto, Patricia Ramirez Kuri, Miguel Ángel Aguilar y Rosalía Winocur.