La Jornada Semanal, 8 de noviembre de 1998
El arte como una cura pánica
En el más reciente libro de Jodorowsky, La sabiduría de los chistes. Historias iniciáticas (Grijalbo, 1998), el autor desentraña el universo simbólico del chiste, de las historias japonesas y los koans, adivinanzas zen que se consideran herméticas. En esa misma dirección se orienta otra actividad poco conocida en México: el comic. Junto con artistas como Moebius, el autor realiza un comic que él llama iniciático. Alejandro Jodorowsky publicará un libro de poesía de 400 páginas y comenzará a trabajar en su próxima película.
Una figura constante en su varia invención es la del ``maestro''. ¿Ha sido una aspiración? ¿Se considera cercano a ese grado?
-No soy maestro ni sabio, aunque confieso que traté de llegar a ese ideal, no para dar clase a otros, sino para calmarme; nuestro orgullo humano nos hace creer que podemos dar lecciones. Con los años lo único que aspiro es a ser alumno, ya que ser maestro es ser el gran alumno, porque se aprende de todo y de todos.
-A través de un arte polifacético, usted ha encontrado y expresado lo que llama sabiduría. El artista, en el sentido estricto, ¿debería tener esa finalidad? ¿En qué momento comprendió esto y cambió su quehacer?
-Durante muchos años hice un arte personal como todos los artistas. Estuve encerrado en mi intelecto, viendo al mundo a través del lenguaje, hasta que me di cuenta de que el intelecto es una prisión. Es algo útil para ciertas cosas, pero para la vida humana no sirve. Entonces busqué disciplinas que lo rompieran, que lo pusieran en su lugar e implicaran otras formas de entendimiento como la intuición, la imaginación o la experiencia directa. En un momento dado comencé a estudiar, entre otras cosas, el tarot, que para mí es un arte sagrado como lo son los evangelios o el calendario solar azteca. Son obras en las que el artista no expresa su ego. Así, el tarot me llevó a la despersonalización y me di cuenta de que el arte debe ser útil. Los últimos años estuve decepcionado porque me decía, ``es industria'': los pintores cobran precios inmensos, los actores se venden por millones de dólares. Si el arte es comercio en esencia, no lo quiero hacer. Pero descubrí que tiene un motivo, que el arte cura. Seguí con él por la vía de la terapia porque ésta es el progreso del arte. Así, se volvió otra vez digno para mí.
-En este sentido, su arte ha sido una obra de búsquedas y encuentros pero, como dice, de algún tiempo a esta parte ``ha dado explicaciones'': los koans, los evangelios, los chistes. ¿No es precisamente el camino hacia respuestas lo que lleva a la sabiduría y no la explicación misma?
-Si explico algo, no significa que la persona integre la explicación a su vida porque puede buscar otra opción. Trato simplemente de mostrar que hay una vía más, pero que no es la única. Si mis respuestas les gustan, me interesa que las personas aprendan a saber por qué y qué tanto dichas propuestas pueden convertirse en algo práctico. Finalmente estos libros son más útiles para la gente. A mi edad uno ya no se preocupa por sí mismo. Ya hice todo, ya tuve fama, hijos. Lo único que me queda por hacer es escribir libros que sirvan a los otros.
-¿Y el comic también abarcaría esta dimensión?
-Cuando llegué al comic éste era destructivo y me dije, ``voy a hacer un comic iniciático''. En medio del furor de la violencia hice El Incal, obra totalmente iniciática en la que trabajo con diez dibujantes, entre ellos Moebius, con quien también realizo La loca del sagrado corazón. Puedo decir que inauguré el comic que dice cosas. Estas creaciones se publican en Europa y hasta en Japón. Del comic no hablo mucho porque es una actividad industrial, es mi modus vivendi. Acabo de llegar de Hollywood donde Universal escribió el guión de La casta de los Meta-barones, un árbol genealógico de los guerreros, que ha sido muy aceptado.
-Las adivinanzas zen, los koans que usted desentraña, se fundamentan en la contradicción. ¿Cómo se construye esa lógica que le ha permitido analizarlos y reconstruirlos?
-En la alquimia dicen que para comprender tienes que estudiar, leer, volver a leer, leer, revisar, llorar, trabajar y al fin entiendes. Ese es un camino. La segunda vía de aprendizaje es por iluminación y la tercera es cuando una persona caritativa te ayuda. Yo trabajé como loco, a través de libros, maestros que marcaron mis defectos y de pronto entendí los koans. Entonces me pregunté por qué perdí 20 años en eso, por qué no ahorrarle tiempo a la humanidad ahora que el zen está metido en la sociedad hay maestros que se hacen pasar por grandes santos o centros de estudios zen que son tan banales como el yoga actual. Me cuestioné: Por qué me voy a meter en esta mascarada de hacer todo un mito del koan y del zen mismo. Voy a decir lo que es el koan de una vez por todas, que no anden diciendo que no tiene respuestas, que no me cuenten cuentos de iluminación. Entonces edité este libro, lo que nadie en el mundo ha hecho. Existe solamente un tratado secreto que se publicó en Estados Unidos traducido del japonés, donde los monjes dan la respuesta correcta al koan.
-Pareciera que, a pesar de que es una disciplina que ha practicado, tiene una postura crítica con respecto al zen...
-El verdadero zen no existe. El yoga se ha convertido en gimnasia y el zen en una actitud meditativa para oficinistas, para que vuelvan calmados a su negocio y exploten lo que más puedan al pueblo. El zen está al servicio del sistema de consumo. Como los dirigentes tienen los nervios destrozados y el psicoanálisis fracasó, hay que calmarlos con algo. Entonces venga el zen, venga la meditación. Para mí el zen ya murió. Además, la religión tiene ciertas dimensiones. El cristianismo ha matado millones de gente, pero el budismo también. Por eso creo que hay que buscar las escencias y hacer a un lado las religiones como tales. El hombre moderno debe ser místico.
-Es decir, el sentido religioso que se ha dicho signará el próximo siglo, para usted radicaría en la desaparición del dogma. ¿Implicaría mayor incertidumbre?
-Se requiere de una actitud mística, aunque esté en contra de los intelectuales ateos. Hablar del bien delante de ellos es pecado mortal. Hablar de cosas positivas también. Hay que ser negativo, kafkiano, dostoievskiano, cínico, pensar que el mundo está en decadencia o, como los filósofos, pensar que nunca se podrá encontrar la verdad. Son unos criminales porque negar el misticismo significa llevar al hombre a la desesperanza, a la depresión y a la muerte. Mi posición es que si no hay Dios, hay que inventarlo. La creación del Dios interior es el primer paso hacia la curación. Otro de los muchos pasos es aprender a reírse, de ahí el libro de chistes.
-Es emblemático que haya analizado el chiste, en la medida en que el humor es una de las virtudes del sabio. ¿Quedaría un sentido después de haber revelado, a través del humor, el absurdo de la condición humana?
-Lo que ocurre es que uno aprende a morir. Luego obtiene cuatro conocimientos fundamentales: en el intelecto, uno aprende a ser, porque no nos enseñan a ser lo que uno es. En el corazón, uno aprende a amar. En el sexo, a crear y en el cuerpo, a vivir. Todo esto es saber morir y cuando se sabe, automáticamente se ama la vida porque es lo único que se tiene, después ya no habrá nada. Y eso que queda es la paz del corazón.
-Habrá quienes se muestren escépticos ante esta faceta de Jodorowski...
-Sí, dirán que estoy senil. Sigo siendo artista, no he traicionado al arte, pero me interesaría que la gente aceptara que el artista también puede ser terapeuta.
-La polémica y la provocación a partir de un arte imaginativo y multifacético ha sido su característica. Ahora que hay serenidad, atemperación, ¿qué carácter adquiere su irreverencia?
-Es igual, lo que pasa es que la gente me entendió. Yo nunca provoqué, fue la sociedad la que lo hizo. Se me trató de escandaloso, se me agredió; Rius, increíblemente, publicó un comic en contra mía. Yo sólo estaba siendo precursor de un arte que era el performance, en ese entonces llamado happening; sólo estaba inventando el póster, la minifalda, la canción de protesta, el arte colectivo. Todo eso se hizo en México antes que en Estados Unidos. Estaba transformando al teatro mexicano, pero los granaderos echaron ácido en las sillas. Di parte de mi juventud para transformar el teatro en México, pero no porque fuera provocador, sino porque era artista, es decir, estaba haciendo lo que el artista debe hacer sin miedo. También se me acusó a partir de La montaña sagrada, de atacar a la religión. Yo sólo trataba de alcanzar el misticismo a través de un cine sagrado. No me quejo, no hay amargura, hay paz porque la misión se cumplió. Lo que se dio fue la ley del arte nuevo. Se hace el arte por la necesidad de abrir el espíritu y la sociedad se paraliza ante lo nuevo.
-¿Cómo aspirar a la sabiduría cuando la condición de ser ``invisible'' no la puede cumplir el yo artista?
-El yo no se abandona nunca. Hay una carta del tarot que se llama el loco donde hay un mendigo iluminado que es perseguido por un perro. El perro es el ego, el mendigo, el ser esencial. El ego es el niño que vive dentro de uno. Cuando uno se ilumina, el niño cesa de conducirnos, es dominado y nos sigue, pero no lo abandonamos. El ego no se abandona, el ego se doma, se convierte en aliado y no en niño caprichoso.