La pintura, socorrido medio de expresión mesoamericano
Yanireth Israde Ť Textura y aroma de tiempo remoto: pedazos de piedra y cal cuya superficie lució alguna vez cuajada de color en las edificaciones precolombinas y que ahora se exhiben en el corazón de México, como parte de la magna exposición Fragmentos del pasado. Murales prehispánicos.
Estos trozos fueron, hace siglos, paredes sobre las que se pintaron majestuosos murales; lienzos sólidos donde los antiguos mexicanos plasmaron sus ídolos, su entorno, sus presagios y sus temores.
Contemplar los fragmentos diseminados en las salas del Antiguo Colegio de San Ildefonso --lugar que alberga la exposición desde septiembre pasado y en el que permanecerá hasta el 21 de marzo próximo-- equivale a asomarse a las profundidades de México, descorrer los pliegues del tiempo y, además, ser partícipe de un privilegio, porque en las culturas prehispánicas observar los murales era un disfrute de pocos.
La mayoría de los murales estaba lejos de la atención del pueblo, eran de carácter sagrado y se pintaban en espacios cerrados, explica en entrevista María Teresa Uriarte, curadora de la exposición.
``En Teotihuacán los murales se referían a temas extremadamente sagrados y la gente común no tenía acceso a los sitios donde estaban, porque lo más sagrado no está a la vista de todo el mundo. Esto es común en toda Mesoamérica: los murales en general se ubican en espacios restringidos, aunque las ciudades sí estaban pintadas'', incluso con la sangre de los gobernantes, quienes la ofrendaban para procurar el bienestar de su pueblo.
Esencialmente, añade, esas mágicas pinturas aluden a tres aspectos: cielo, tierra e inframundo; a las deidades, al recuerdo y la honra de los antepasados, a la celebración de rituales -como el autosacrificio de sus gobernantes--, a la guerra y llamaban a propiciar la lluvia.
El mundo mesoamericano, como nuestro mundo indígena actual, no se explica sin un fuerte sustrato religioso, destaca Uriarte.
``Los conceptos han cambiado, sí, pero uno no puede explicar a un indígena cora o huichol sin su vida religiosa.
``Para el hombre mesoamericano todo tenía un espíritu, todo se hallaba animado por un soplo vital, un aliento --ni siquiera un alma como la entendemos nosotros-- que existía en todos los objetos, incluyendo los inanimados. Las ciudades también reflejan esta armonía, porque estaban orientadas astronómicamente.''
El pintor mismo era considerado como un ser de enorme respeto en su comunidad, que nacía predispuesto para la pintura, acota la historiadora: ``sabemos que en el área maya el pintor seguramente formaba parte de la clase gobernante y reunía una serie de conocimientos que lo convierten en auténtico sabio''.
La pintura fue un socorrido medio de expresión en Mesoamérica (área con rasgos culturales comunes que abarca la zona maya, el Altiplano, la costa del Golfo, Oaxaca y Occidente), pues cubrió las superficies de las construcciones, la cerámica, las esculturas, los textiles, las pieles curtidas de animales y el papel. En partes como Oaxaca, sin embargo, se acostumbraba pintar murales en las tumbas, en tanto que los edificios sólo se coloreaban; es el caso de la tumba de Suchilquitongo, sitio arqueológico ubicado al norte de la ciudad de Oaxaca, cuya reproducción se incluye en Fragmentos del pasado...
Abierta desde el mes pasado, la muestra --única en su tipo-- constituye un verdadero acontecimiento: es la primera vez que se reúnen tantas piezas (360) de pintura mural mesoamericana. Muchas de ellas permanecían resguardadas en bodegas de distintos museos mexicanos e incluso del extranjero.
Los fragmentos que se aprecian en la exposición son parte de los Murales de la Higuera, custodiados por el Museo de Xalapa, que son expuestos después de 30 años de haber sido desprendidos del sitio en que originalmente se encontraban; las pinturas de Cobá y Mulchic, que se exhiben en el Palacio Cantón de Mérida; algunas otras provenientes tanto de las bodegas como del propio Museo de Teotihuacán, y objetos diversos de piedra y cerámica procedentes del Museo Nacional de Antropología e Historia.
El Metropolitan Museum de Nueva York proporcionó algunos de los facsímiles que integran su colección de arte egipcio (que se incorporan a esta exposición con un afán ilustrativo y comparativo). Por su parte, el Museo de Bristol, Inglaterra, otorgó en préstamo las acuarelas de la viajera del Siglo XIX Adela Bretón, quien legó extraordinarios testimonios de los sitios arqueológicos de México.
Desprendimientos riesgosos
Durante la década de los sesenta se arrancaron numerosos fragmentos de murales en la zona arqueológica de Teotihuacán, lo mismo por parte de los restauradores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que por saqueadores profesionales, se indica en el catálogo de la muestra.
En el caso de Teotihuacán, explica Uriarte, se conservan sólo las partes bajas de los muros; en cambio, se cuenta con una gran cantidad de trozos de los murales de otras culturas que debieron cubrir las partes superiores. Hay casos excepcionales, como el de Cacaxtla, ``donde se conservó la pintura espléndidamente.''
El desprendimiento de la pintura mural conlleva siempre ``el gran riesgo de la pérdida total de información y puede ocasionar daño en lugar de beneficio, cuando es realizado por manos inexpertas'', asevera la asistente de curaduría y especialista Tatiana Falcón
``Sin embargo, en un país como México, que cuenta con un enorme acervo cultural pero que carece de suficientes conservadores y presupuesto para el adecuado mantenimiento de las zonas arqueológicas y que, por añadidura tiene climas extremos en varias de sus regiones, a veces resulta pertinente considerar la posibilidad de desprender la pintura mural a la que no se le puede garantizar su cabal permanencia''. Por eso --en opinión de Uriarte-- hace falta un museo para la pintura teotihuacana.
No sólo muestrario de fragmentos
La exposición, lejos de reunir sólo fragmentos, sobresale por brindar una amplia información del México precolombino. ``Su característica principal es tener como tema incidental dichos fragmentos y como mensaje central la información derivada de los mismos'', se lee en el Catálogo.
En efecto, Fragmentos del pasado... permite visualizar desde diversas disciplinas y enfoques (arqueología, astronomía, biología, historia...) las escenas plasmadas en los pedazos sobrevivientes.
La exposición es resultado de una aventura académica emprendida hace ocho años por Beatriz de la Fuente, quien a principios de esta década instauró y dirigió un seminario sobre murales prehispánicos en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
De la Fuente consideró necesario efectuar ese seminario --que se bautizó con el nombre de Pintura prehispánica en México y que convocó a múltiples especialistas: arqueólogos, astrónomos, biólogos, dibujantes, epigrafistas, fotógrafos, historiadores, historiadores del arte y restauradores (20 en total), ante la necesidad de conservar y estudiar con mayor profundidad esas creaciones plásticas, porque ``su frágil condición les depara una existencia más corta que la de esculturas y edificios de la época''.
``No obstante, al analizar el proyecto inicial lo encontramos incompleto: parecía indispensable abordarlo desde diversas disciplinas y métodos de trabajo; fue así cómo se integró un equipo inter y pluridisciplinario, que ha estudiado, desde muy diversas orientaciones, el contexto cultural de la pintura mural precolombina en lo que actualmente es México''
El proyecto rindió ya notables frutos, que son, además de esta muestra, dos tomos sobre Teotihuacán, cuyo enfoque innovador y su buen diseño merecieron, en 1997, el premio Wittenborn.