A José Saramago, homenaje a la inteligencia y a
la dignidad
Michel Foucault
1. El silencio y la palabra
Uno de los temas recurrentes de los últimos meses ha sido el del silencio. El silencio como represión, como derecho, como imposición, como conquista...
El silencio del poder, en otros momentos no percibido, se ha hecho evidente en muchos ámbitos: frente a una sociedad que reclama participar en las decisiones que le competen, que reclama continuamente ser escuchada de múltiples maneras, y el poder ``no la ve ni la oye'', ni reconoce los acuerdos firmados con ella; frente a la carencia de solidez de un modelo económico que acentúa la concentración de la riqueza (con la consecuente generalización y profundización de la miseria) y que en México ha significado una pérdida de 17% del ingreso en 40% de la población más pobre entre 1984 y 1994, en contraste con un aumento de 33% en el ingreso de 10% de la población más rica(1); frente a los excesos de corrupción e impunidad de las instituciones que lo conforman y que constituyen una de las bases de su insolvencia moral, política, económica y social. El silencio del poder es la impunidad.
Las voces de San Miguel Chiptik, como tantas otras que han emergido de las profundidades de los municipios autónomos, de las comunidades masacradas, de los confines de la historia y la geografía, han empezado a romper los cercos del poder desde sus capilaridades más extremas, espacio que Foucault identifica como el de la mayor radicalidad para empezar a crear un barullo en el que se encuentran todos los del hablar contenido, los de la invisibilidad ciudadana, los de los mundos sumergidos por efecto de la modernidad occidental.
En este mismo año el silencio de una persona, aunque persona-movimiento, logró hacer aflorar la indignación de una prepotencia construida cuidadosamente a lo largo de medio milenio, de una costumbre de hacer circular la palabra en un sólo sentido y sin necesidad de respuesta, de escuchar voces de dirigentes o representantes, a fin de propiciar, así, la reproducción de las estructuras jerárquicas de poder desde el primer intercambio de palabras. El poder no quiere la voz de los zapatistas, quiere que el subcomandante Marcos se comporte como caudillo. Sin embargo, ese silencio ha sido espacio de reflexión sobre todo los otros silencios, los no decididos, los cotidianos, los nuestros, los indígenas.
Pero también los no indígenas, los de las minorías, los de los excluidos, los de los solitarios, fragmentados y dispersos. Y se pudieron escuchar algunas de las voces más débiles que ya eran voces de la resistencia o que se hicieron tales. Y se hizo más presente el silencio del poder frente a una sociedad que exige respuestas.
El silencio de la resistencia es un espacio de construcción de posibilidades, es silencio para el poder, pero murmullo o clamor para los silenciados, para los no escuchados.
La visibilidad de las lenguas soterradas, de las costumbres e imaginarios penalizados, de las utopías, de las resistencias cotidianas, pequeñas y sencillas, es parte de la construcción de un nuevo sujeto colectivo que ya está cambiando el mundo. La palabra tojolabal de San Miguel Chiptik, o las de tantas otras comunidades que aun en español no siempre son oídas, ni siquiera entre nosotros, forma parte de esta rebelión y de la esperanza del próximo milenio.
2. La democracia y el fundamentalismo occidental
Otro de los temas que, afortunadamente, más ideas y experimentos prácticos han generado en el México actual es el de la democracia (2). Con un amplísimo espectro de posiciones, la democracia es reconocida como el terreno privilegiado e ineludible del quehacer político y de su dignificación, notablemente a partir de las nuevas formas y contenidos de la lucha desarrollada por los zapatistas.
El de la democracia es el espacio más complejo de transformación social, al tiempo que es el de construcción del nuevo sujeto colectivo. Su fragilidad, por supuesto, está abonada por el pensamiento único que considera al mercado como el instrumento democrático más perfecto y que supone la adopción de un referente único y universal para el intercambio y la validación social implícita y, en general, por el fundamentalismo occidental (capitalista) incapaz de concebir democracia sin igualación, homogeneización o mestizaje y que, en sus versiones extremas, visualiza en la guerra, en la represión y el autoritarismo la mejor manera de resolver las discrepancias. Si concedemos que el mestizaje que históricamente ha generado el sistema de dominación en México es una realidad ineludible, se hace del mestizo el referente de los márgenes de diversidad admisibles sin reconocerlo como el símbolo mismo de la dominación.
Dentro de lo que se podría considerar como expresiones del fundamentalismo occidental hay una gama que desde el integracionismo militante y racista hasta la auténtica convicción de la imposibilidad de encontrar caminos alternativos de diálogo entre lo diverso o formas distintas de dirimir lo que difícilmente tiene una sola respuesta, condena toda concepción o práctica discordante.
En el relato de San Miguel Chiptik, la comunidad sólo cuenta su historia como ella la entiende, con una sencillez que seguramente muchos encuentran incómoda o simplista, y resalta con ello sus imaginarios, sus motivos de preocupación y alegría, sus diferencias internas (por ejemplo con respecto a la distribución del ganado o a los roles de género), pero, sobre todo, su manera y su decisión de pensarse a sí misma.
Ante esta osadía, surgen por todos lados las viejas voces del poder y las nuevas de quienes no saben vivir sin privilegios o sin tener la razón para recordamos que en el mundo indígena reina la barbarie, el autoritarismo y la corrupción ¿más que en el nuestro? ¿Qué autoridad moral tiene el mundo occidental frente a las civilizaciones en resistencia?
El gran trabajo de los compiladores de la primera historia escrita, que en los tiempos modernos San Miguel Chiptik se cuenta a sí misma y comparte con nosotros, nos previene de tomar las interpretaciones de los antropólogos como suplantación de la realidad de aquellos que, durante mucho tiempo, dejaron de ser personas para ser ``informantes'' excluidos del relato final.
Estos pueblos no se reconocen a sí mismos en las instituciones de la civilización occidental que los ha sometido, explotado y exterminado durante 500 años. ¿Cómo podrían? Y el fundamentalismo occidental califica esta rebeldía como signo de barbarie en tanto afirma que las iniciativas que no fortalecen el sistema pluripartidista que asoma de forma incipiente en México son producto del jurásico político y causa de recuperación de la legitimidad del poder, autoritario, ahora posdemocrático.
Y sin embargo los excluidos del poder, los dominados durante siglos por esas mismas instituciones, no niegan la libertad de que los que así lo desean se organicen a través de un sistema de partidos o se reconozcan en las instituciones actuales. Sólo reclaman la misma libertad para crear instituciones propias, nuevas, diferentes; producto, en parte, de la larga historia que los trae hasta esta y otras salas de encuentros; producto, en parte, de sus anhelos de futuro.
No es falta de respeto a las instituciones existentes lo que el poder y sus intelectuales les reclaman, porque han demostrado en exceso su respeto frente al resto de la sociedad en la que están contradictoriamente insertos, sino que es la resistencia al sometimiento y la altanería de haber decidido no ser más interpretados.
(*) Palabras pronunciadas en la presentación del
libro San Miguel Chiptik. Testimonios de una comunidad
tojolabal, compilado por Carlos Lenkersdorf y Gemmá van de Haar y
editado por Siglo XXI.
(1)ECLAC, Stratisticial Yearbook for Latin América and the
Caribbean, ONU, 1996.
(2) A propósito de los límites de la legitimidad civilizatoria
occidental ver mi artículo "La resistencia como espacio de
construcción del nuevo mundo" en Chiapas 7. México: ERA, en
prensa.