DISQUERO Ť Pablo Espinosa
Mecerse y mesarse
La palabra swing, puntualiza el profesor Joachim E. Berendt, es un término clave de la música de jazz. Se emplea en dos sentidos, el primero de ellos designa un elemento rítmico del cual obtiene el jazz aquella tensión que la gran música europea consigue por medio de la forma. Se encuentra en todos los estilos, fases y modos interpretativos del jazz, y pertenece tan necesariamente a éste que puede decirse: sin swing no hay jazz. Ahora bien, esté uno o no de acuerdo con el profesor Berendt, es insoslayable la importancia de un libro fundamental, titulado precisamente El Jazz, cuya edición relaborada y actualizada por Gunther Huesmann acaba de poner en circulación el Fondo de Cultura Económica. Trátase de un libro ya clásico, un referente inevitable en nuestro país. En el anaquel se ven bien chistosas las varias ediciones que el FCE ha puesto a circular con el transcurso de los años: cada una de ellas crece en páginas, se actualiza, se mejora incluso. La actual gordura de este libro abarca 901 páginas, en las que el melómano, al igual que el por iniciarse en este dulce veneno que es el jazz, halla conocimientos prestos, oportunos, pertinentes. Viene al caso todo esto para hacer en esta ocasión una recomendación doble: por una parte, este libro recién salidito del horno y, por la otra, una contraparte: el disco compacto titulado Count Basie (GP/ Universal), que no contiene la teoría sino la mismísima práctica, la puesta en vida, la epifanía del swing con uno de sus exponentes mayores: el Conde Count Basie y su orquesta y 18 piezas clásicas, perfectas, irresistibles.
En la cresta de la ola
El disco del Conde Basie integra una colección afortunada: el subsello Swingstation, que además de la nada despreciable virtud de que cada uno de sus volúmenes se consigue a precios más que bajos, aglutina no sólo lo más representativo y, por supuesto, lo mejor de la así llamada ``era del swing'', sino rarezas tales como esa maravilla llamada Jimmie Lunceford, artista que forma parte de la lluvia de estrellas que se cierne sobre nuestros oídos y entendederas en cuanto uno pone a sonar el disco precisamente titulado así: Jimmie Lunceford (GP/ Universal). Entre los tesoros encontrables en la colección Swingstation uno tiene a la mano a Ella Fitzgerald, Lionel Hampton, Benny Goodman, por qué no: Glenn Miller, Artie Shaw y, por supuesto, a Tommy Dorsey. ¿Puede un tornado hallarse suspendido? ¿Existe un punto en la cresta de la ola en el que ésta pueda romper de la manera más graciosa? Tales perplejidades, entre otras, pueden experimentarse en esta colección, mientras las caderas del espíritu se mecen con andar de hamaca, o bien bailan nuestro ying y nuestro yang en acompasado, candente diapasón. Calmo y estático por igual que frenético y enfebrecido. Extasiado éxtasis. He aquí, pues, el swing de los años treinta pero he aquí también el tiempo suspendido, el tornado devenido ola, la pasión que nace desde el meritito swing. Golpes, acentos, caricias, puestos exactamente entre el sístole y el diástole, en el intersticio que se halla entre dos acentos rítmicos; es equivalente a una sonrisa de mujer. Que danza, lenta y al mismo tiempo a velocidad del colibrí. Disfrutemos, mortales, del swing. (Pablo Espinosa)