Guillermo Almeyra
Netanyahu, con el poder de su firma

Después de los acuerdos de Oslo ¿hay un progreso hacia la paz en Medio Oriente? Permítaseme la duda, por lo menos hasta hoy, miércoles 4. Lo único positivo es que Netanyahu llegó al compromiso de devolver a los palestinos parte de la zona B ocupada, o sea, un total de 14.2% de los territorios que Israel usurpa, es decir más del 10% más otro 3% para ``parques naturales'' que Netanyahu y Sharon juraban era ya ``un peligro mortal para la seguridad de Israel''. Un poco menos de 40% de Cisjordania estaría así bajo jurisdicción palestina. Otra cosa positiva es que la extrema derecha no logra imponer sus sueños sobre un ``Gran Israel integral'', anexando los territorios ocupados y acabando con la posibilidad de un Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza. La tercera es que entre Israel y Estados Unidos han aumentado las fricciones (incluso Netanyahu chantajeó con no firmar si Washington no liberaba al espía israelí Johnatan Pollard) y también hay problemas entre los colonos israelíes fascistas y Netanyahu (el Consejo de las Colonias en los Territorios ocupados acusó a aquél de ``traición''). Y aquí queda todo lo posiblemente positivo. Porque por enésima vez Israel firma acuerdos que reproducen otros anteriores que jamás cumplió, como los de Oslo o los relativos a Hebrón, y nada ni nadie asegura que cumplirá ahora los de Wye Plantation, pues Netanyahu sigue llevando adelante sus provocaciones a través de la construcción de colonias enclavadas en las poblaciones árabes, incluso en Jerusalén.

Pero lo peor de todo no es la posición de los derechistas israelíes (que se refuerzan con estos acuerdos, ya que los ataques de la ultraderecha a los mismos aseguran a Netanyahu el apoyo en la Knesset de los laboristas y algunos pacifistas, incluso árabes).

Lo terrible es el tipo de concesiones que tuvo que hacer Arafat para lograr una firma en un papel. En primer lugar, para lograr acercarse a Estados Unidos, la Autoridad Nacional Palestina se subordina totalmente a éstos y a la CIA, que controlará su actividad y su policía. Por consiguiente, pasa a depender del principal defensor y aliado de Israel (que supuestamente debería controlar a Netanyahu, al cual arma y sostiene). Por lo tanto, depende de Israel mismo, que con sus exigencias determina su política interna. Y rompe la base de su consenso --su nacionalismo--, dándole así margen al fundamentalismo religioso de Hamas. Eso, precisamente, es lo que quiere el gobierno de Israel, que incluso infiltra y utiliza a ese y a otros fundamentalismos y terrorismos para justificar su presión sobre la ANP, impedir la constitución de un Estado palestino independiente, dividir a los árabes, oponer los árabes israelíes asustados por el terrorismo a los de los territorios ocupados, separar a los palestinos de los Estados árabes y de la opinión pública mundial y justificar al ala anexionista, racista, fascista en el bloque de partidos que apoya a Netanyahu.

¿Cómo va a haber pues paz si la parte que más la quiere --la ANP-- sale debilitada y desprestigiada ante su propio pueblo, que es su sostén? ¿Cómo va a haberla si para los fascistas los compromisos son sólo papel mojado y hasta ahora solamente se ha logrado un puñado de palabras, poco más que aire frito? En cuanto a la actitud de Estados Unidos, hay que tener en cuenta que, aunque al marionetista no le gusta nunca que uno le lastime el dedo, Washington le sigue atribuyendo a Israel un papel estratégico en el control del petróleo medioriental y, por lo tanto, Tel Aviv y no la ANP será su punto de apoyo permanente en la zona. En segundo lugar, a EU le conviene tener a Israel como instrumento para presionar a los gobiernos árabes y evitar toda veleidad de independencia y nacionalismo. En tercer lugar, Clinton, que estaba muy debilitado por el caso Lingüisky y necesitaba éxitos prelectorales en el terreno internacional, ahora está más tranquilizado y no tiene por qué pelearse con el hijo pródigo Bibi Netanyahu. En cuarto lugar, es preocupante que las negociaciones en Medio Oriente se hagan al margen de Europa y de Rusia, las potencias vecinas y ligadas a esa zona por viejos lazos históricos y geopolíticos. Por lo tanto, sólo queda esperar que ojalá que Israel cumpla el acuerdo de Wye Plantation. Ahora bien, ojalá viene de Inshallah, que quiere decir ``si Dios quiere''. Pero el que decide es Jehová.

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