Lo que ocurre en Estados Unidos debería interesarnos más. No sólo porque es la potencia motriz de una globalización que acrecienta como nunca la interdependencia, en primer lugar de naciones vecinas. También, y lamentablemente, por los gobiernos neoliberales de México que han hecho que nuestro país ya casi sea un protectorado estadunidense.
Nunca estará de más vacunarnos contra el machismo-patriotismo. Nada se gana con ignorar lo que acontece en EU bajo la cantaleta de que a los meros mexicanos sólo interesa lo de México, o bajo el influjo del antiyanquismo primitivo: todo lo atinente al imperio yanqui no merece nuestra atención (salvo para encontrar un buen chivo expiatorio de las desgracias nacionales). Y en efecto, se ha prestado muy poca atención a las elecciones recién celebradas en EU.
Podría argüirse su carácter secundario en tanto elecciones sólo de legisladores (el total de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado) y de 36 gobernadores. También podría argüirse el hartazgo ante un sistema político preñado por la trivialización (escándalos sexuales por delante) y su hermana gemela, la mercantilización (triunfos electorales en razón directa a los apoyos financieros). Aun así, el hecho es que se trata de una contienda electoral en un país que gira precisamente en torno a lo electoral. Y una nación que en cualquier descuido puede hacer y deshacer muchas cosas en el mundo entero; con mayor razón, en una nación vecina que se debate entre la pérdida del rumbo propio y el suicidio bélico, ya visible en Chiapas.
Por lo demás, las elecciones estadunidenses del martes pasado arrojan resultados y perspectivas interesantes. Para empezar, todo hacía suponer un triunfo arrollador del Partido Republicano, porque logró atrapar a Clinton con los calzones en el piso más que con los dedos en la puerta. Y porque desde 1934 lo normal era que en este tipo de elecciones (intermedias) el partido en el poder perdiese entre 20 y 40 escaños legislativos.
Pues bien, el triunfo de los republicanos nunca llegó. La ventaja que tenían antes de las elecciones sobre los demócratas quedó idéntica en el Senado (55 a 45), casi igual en el cuadro de gobernadores (31 a 17) e inclusive disminuyó en la Cámara de Representantes (211 a 206, tras perder cinco escaños). Así, el canibalismo en torno a las travesuras sexuales de Clinton resultó contraproducente y quizá marca un alto a la trivialización de la política.
Pero junto a ello sigue creciendo el abstencionismo. Mientras que en las elecciones intermedias de 1994 votó casi 39 por ciento del electorado, ahora sólo lo hizo 37, según estimaciones preliminares. No sobra recordar que para una democracia, sobre todo electoral, el abstencionismo es un cáncer que fácilmente puede desembocar en una dictadura disfrazada o, si se prefiere, en una democracia de plano postizo. ¿De qué sirve un sistema electoral muy pulcro si nadie vota?
¿Cuánto daño podrán hacer unas autoridades que ya no representen más que a sus padrinos financieros? En fin, si esas autoridades dejan de atender las opiniones de su propia sociedad ¿cuánto querrán atender las de otros países?
Obviamente, entonces, a México también conviene --y no sólo al revés-- que la democracia acabe de florecer en EU. Pero eso no va a ocurrir si siguen creciendo lastres como el abstencionismo. Como tampoco ocurrirá con mano negra trasnacional en las elecciones de cada cual. Y aquí aparece otro resultado interesante de las elecciones comentadas: el perfilamiento de George Bush hijo a la presidencia de EU en el 2000. Lo que trae a la memoria la irresponsabilidad del entonces presidente Salinas al apostar por Bush padre en su contienda contra Clinton. ¿Será parte del legado salinista repetir esa irresponsabilidad?
Lo cierto es que eso no haría más que ensanchar el terreno para que el gobierno estadunidense apueste por tal o cual candidato en el 2000 mexicano. Sólo que en este caso la apuesta sí sería determinante, aunque también muy torpe. En el mejor de los casos engendraría en México una democracia impuesta, artificial y a la larga explosiva.
Urge entender que a la hora de elegir autoridades la mejor ayuda es la no intervención. No sólo para bien de la democracia auténtica, sino de una vecindad tan fructífera como respetuosa. Pobre inicio del nuevo siglo y pobre candidato aquél que triunfe con padrinos extranjeros. Sólo una globalización del todo perversa daría para tanto.