Pilar Luna: urge crear normas para la arqueología subacuática
Arturo Jiménez Ť Pese a ser en el mundo una investigación única en su tipo y amplitud y que se realiza desde 1995 en tres países y las aguas de la Sonda de Campeche, casi nadie sabe de sus pormenores, quizá para no despertar la codicia de los buscadores de tesoros.
Hasta el momento los principales logros se resumen en la creación del Inventario de Recursos Culturales Sumergidos en el Golfo de México y en el hallazgo de un lote de 39 lingotes de plomo, en estudio y restauración. También sobresale la incorporación de tecnología de punta, la capacitación de cuadros y la incipiente reconstrucción de pasajes de la historia antes desconocidos.
Se denomina de manera oficial Proyecto de Investigación de la Flota de la Nueva España de 1630-1631, participan especialistas mexicanos y extranjeros y está a cargo de la Subdirección de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
El tema de suyo remite a historias de tormentas, naufragios y piratería, a modernos y antiguos buscadores de tesoros, a la vida en esos ``edificios flotantes'' que fueron los galeones, ``cápsulas de tiempo'' hundidas en las profundidades marinas.
Asimismo lleva a reflexiones sobre el uso que debe dársele al patrimonio cultural sumergido, el cual ``no se negocia ni se reparte en porcentajes'', como advierte la arqueóloga subacuática Pilar Luna.
Experiencia internacional
Encargada de esa subdirección del INAH y directora del proyecto, Luna es férrea defensora de las riquezas culturales sumergidas de México y precursora en América Latina de la arqueología subacuática.
Además, es la formadora de la primera generación de arqueólogos mexicanos en la especialidad. En este proyecto Luna coordina a un grupo multidisciplinario que reúne a biólogos, historiadores, etnohistoriadores, geógrafos, arquitectos, geólogos y restauradores, entre otros.
La especialista lleva por lo menos 25 años en una ``batalla tremenda'' por el reconocimiento jurídico, defensa, investigación, conservación y difusión de este patrimonio, que incluye el combate a los actuales buscadores de tesoros, bucaneros privados dueños de avanzadas tecnologías.
En 1979, en Turquía, Pilar Luna realizó excavaciones submarinas para estudiar un barco de la época helénica y otro de la bizantina, invitada por el pionero estadunidense George Bass. Al año siguiente participó en el inventario de recursos culturales sumergidos de islas Caimán.
Sin embargo, la investigación más impactante quizá sea la relacionada con Port Royal, Jamaica, ciudad sumergida a finales del siglo XVII por un terremoto y un maremoto.
``Ubicamos perfectamente un edificio de seis cuartos y hasta supimos en qué calle se encontraba y quiénes vivían en él.''
Luna explica que Port Royal se encontraba en una lengüeta de tierra y una parte de ésta se deslizó a causa de la catástrofe natural. ``Es una historia impresionante porque de 6 mil habitantes murieron 4 mil; dos tercios de la población, una verdadera tragedia''.
Otro momento en la carrera de Luna se dio en las Bahamas, con un barco del siglo XVI, uno de los más antiguos descubiertos en América.
``Llegamos a los restos del casco y recogimos información muy interesante sobre, por ejemplo, la tecnología para construir la nave.''
Las naves y los malos presagios
El más reciente proyecto fue en Panamá, en la búsqueda de una de las carabelas de Cristóbal Colón utilizada en su cuarto y último viaje: La Gallega. La nave no se encontró pero, además, la investigación, que apoyaba el gobierno local, está suspendida.
San Juan de Ulúa, puerto de Veracruz, 12 de octubre de 1631. La muerte por causas desconocidas del capitán general Miguel de Echazarreta, dos días antes del regreso a la metrópoli de la flota de la Nueva España, sólo sería un augurio de la tragedia cercana.
De Echazarreta fue sustituido en el mando del Nuestra Señora del Juncal, una de las dos naves insignia de la flota, por el capitán Andrés de Aristizábal. La embarcación dejó de fungir como capitana para navegar en calidad de almiranta, mientras el galeón Santa Teresa, a cargo del capitán general Manuel Serrano, pasó a la vanguardia.
Se ultimaban detalles para el tornaviaje y concluía la estiba de la enorme carga en las 19 naves: maderas preciosas, sedas, cerámica oriental y especias, así como grana fina y silvestre, cochinilla, chocolate, algodón y minerales.
Por supuesto, había un importante cargamento de oro y plata, sobre todo de reales acuñados en la importante colonia. Según registros -y sin contar el consabido y clandestino porcentaje de contrabando- era una de las cargas de mayor importancia de entre todas las que salieron del continente en el periodo virreinal.
Aparte de la carga, los barcos llevaban los instrumentos de orientación necesarios para navegar, como astrolabios, rosa de los vientos, sextantes y brújulas, además de anclas, cabrestantes, cañones, arcabuces y municiones, entre muchos otros objetos.
Martes 14 de octubre de 1631. La flota zarpó hacia La Habana, su única escala. Navegaba sin contratiempos cuando, a los dos días, comenzaron fuertes vientos que en 24 horas se convirtieron en tormenta. Los 19 buques comenzaron a hacer agua y a dispersarse.
En un intento desesperado, el almirante De Aristizábal buscó cambiar el rumbo del Nuestra Señora del Juncal hacia las costas de Tabasco, pero la nave se inundó más aprisa. Los marineros tiraban por la borda parte de la carga para aligerar la embarcación.
Noche del 21 de octubre de 1631. Los tripulantes del Nuestra Señora del Juncal avistaron por última vez al Santa Teresa. Al parecer el primer galeón aguantó una semana más la fuerte marejada, hasta que en la oscuridad del 30 o 31 de octubre se fue a pique.
Los 36 sobrevivientes de las 330 personas que viajaban en el Nuestra Señora del Juncal fueron rescatados por un patache de la flota, a cargo del maestre Francisco de Olano, tras una noche a la deriva en una pequeña chalupa. Fueron llevados a San Francisco de Campeche y de ahí a La Habana, de donde salieron hacia la península ibérica.
Unos barcos se hundieron en aguas profundas, otros vararon en Tabasco y unos más regresaron a Veracruz, pero todavía se desconoce con precisión cuántos se salvaron y cuántos no.
Un galeón codiciado
En la primera mitad del siglo XVII, España se encontraba en crisis debido a los gastos por las constantes guerras con otras potencias europeas, sobre todo Holanda. Y la pérdida de la flota de la Nueva España de 1631 tuvo repercusiones negativas para la corona.
Nuestra Señora del Juncal ha sido motivo de codicia de diversos buscadores de tesoros, quienes desde 1979 intentan conseguir, sin éxito, permisos para buscar y explotar el galeón, pidiendo quedarse con parte de lo encontrado.
En 1677 el capitán Diego de Florencia, importante asentista de navíos perdidos, solicitó a la Corona una concesión para recobrar el tesoro y las piezas de artillería del buscado buque, pero al parecer no halló nada.
En 1993, tres siglos y medio después, el INAH encabezó una temporada de campo a bordo de un buque de la Academia de Ciencias de Rusia, siguiendo la ruta de esa flota. Los restos de la nave tampoco fueron encontrados.
Ese es el antecedente inmediato del Proyecto de Investigación de la Flota de la Nueva España de 1630-1631, que comenzó en 1995 con una amplia investigación de archivo en México, Cuba y España.
Esa primera base de documentación permitió definir áreas de la Sonda de Campeche donde empezar la búsqueda de la flota. Con el apoyo principal del Fideicomiso para el Rescate de Pecios se han realizado dos temporadas de campo en altamar: en 1997 y este año.
El Proyecto de Investigación de la Flota de la Nueva España de 1630-1631 está en riesgo ante la falta de recursos, pese a que una tercera investigación de campo en el Golfo de México podría resultar, por fin, en el hallazgo de los galeones hundidos, sobre todo del Nuestra Señora del Juncal.
La información y tecnología acumuladas en las dos anteriores temporadas de campo se aplicarían ahora para ``prospectar'' (registrar el fondo marino mediante diversos aparatos) aguas más profundas, señala Pilar Luna, directora del proyecto.
En el Fideicomiso para el Rescate de Pecios, creado por el gobierno federal en 1992, participan la iniciativa privada, la UNAM y Pemex, pero Luna advierte que el proyecto ``necesita mayor apoyo financiero. Debe decirse que se entregan recibos deducibles de impuestos''.
Otro resultado importante, señala, ha sido la localización de dos sitios arqueológicos submarinos: uno del siglo XVI (de los pocos del hemisferio occidental) y otro del XVIII. De este último se sabe incluso de qué barco se trata, pues el INAH pagó a especialistas estadunidenses una investigación de archivo en Inglaterra.
Sin embargo, el objetivo principal es la búsqueda de la flota de 1630-1631 y continuar con el Inventario de Recursos Culturales Sumergidos en el Golfo de México, por lo que la indagación de archivo prosigue en España.
Mientras, el equipo multidisciplinario de Luna realiza en México un laborioso ``trabajo de gabinete'' para procesar la gran cantidad de información recabada hasta ahora, con la cual se planea un libro que podría publicarse dentro de un año.
Hacia una historia de la navegación
Mediante la investigación de archivo iniciada en 1995, se logró una idea más completa de la historia general de la navegación en el siglo XVII, así como del contexto de la flota estudiada antes, durante y después de su hundimiento.
Ante los ataques de piratas, muchos financiados por los imperios europeos enemigos del español, éste creó a mediados del siglo XVI un sistema de navegación único en su momento: las flotas, compuestas por varios barcos de diverso tipo y tamaño.
Cada año partían de España hacia América la Flota de la Nueva España, con destino a Veracruz, y la Flota de Tierra Firme, que viajaba a Centro y Sudamérica.
Los naufragios durante la Colonia en aguas mexicanas fueron causados por desconocimiento de los obstáculos naturales (las cartas de navegación no eran exactas), falta de pericia de los capitanes, deterioro de las naves, imprecisión de algunos instrumentos, tormentas y ataques de piratas.
A bordo del Oceatec
La investigación de archivo iniciada en 1995 permitió a Pilar Luna y su equipo determinar un área en la Sonda de Campeche, donde comenzar la búsqueda de la flota de 1630-1631 y el inventario de sitios sumergidos.
Se hicieron estudios comparativos entre los conocimientos de navegación coloniales y los modernos, cruzando información de los mapas antiguos y los actuales. Además, usaron las descripciones presentes en los testimonios de los sobrevivientes.
La primera temporada en altamar del proyecto se realizó del 14 de junio al primero de julio de 1997. Participaron 15 investigadores mexicanos y extranjeros y un pescador local que sirvió como informante. Se trabajó a bordo del buque especializado Oceatec, equipado con áreas como cartografía, computación y radiocomunicación.
Los científicos utilizaron técnicas de rastreo visual, buceo libre y buceo con equipo scuba para la exploración, ubicación y reconocimiento. Al descubrir un sitio, éste se registraba mediante tecnología satelital, entre otras formas.
En 18 días se recorrieron 532 millas náuticas y se registraron 24 sitios con vestigios del siglo XVI al XX. Muchos de estos lugares presentan evidencias de saqueo, inclusive mediante dinamita.
Como el objetivo no era recuperar objetos, sólo se rescataron los importantes para la investigación o en peligro de saqueo y destrucción. En el barco se les aplicaron los ``primeros auxilios'' de restauración.
Entre las piezas recuperadas figuran un lingote de plomo, clavos y pernos de aleaciones de cobre, fragmentos de cerámica y un prisma de vidrio.
Existe un video realizado a finales de 1997 como parte del informe anual que es un medio de difusión del proyecto.
Exploración con el Justo Sierra
La segunda temporada de campo se realizó del 16 de junio al 5 de julio pasados y participaron 21 investigadores mexicanos y extranjeros, así como instituciones de EU, Puerto Rico, Argentina y Uruguay.
Colaboraron la Secretaría de Marina y el INEGI. Aparte del apoyo del Fideicomiso para el Rescate de Pecios, hubo recursos de la UNAM y Pemex.
Durante 20 días se trabajó a bordo del buque oceanográfico Justo Sierra, de la UNAM, de dos embarcaciones auxiliares y de tres lanchas de buceo. Se utilizó el Espada, sistema de información geográfica para adquirir datos arqueológicos.
Los investigadores localizaron 77 ``anomalías'' y todas fueron verificadas mediante buceo. Algunas eran material cultural más o menos reciente, pero otras eran anclas, cañones y demás objetos de los siglos XVIII y XIX.
En el sitio localizado el año pasado, del que se recuperó un lingote de plomo, los científicos descubrieron que fue visitado y habían extraído dos de esas piezas. Para protegerlo recogieron 39 lingotes de diversas medidas y pesos. Es la colección más grande de su tipo en este hemisferio.
Entre la ley y la conciencia
Luna propone que ante la carencia de reglamentación específica sobre arqueología subacuática, debería modificarse el artículo 36 de la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos que haga referencia expresa a los pecios (barcos o restos de barcos hundidos).
Otra medida urgente y que va más allá del proyecto es la necesidad de concientizar a instituciones y población -sobre todo buceadores, marinos y dueños de barcos de alcance- sobre la importancia de los recursos culturales sumergidos del país.
Si bien los poderosos buscadores de tesoros se mantienen ``más o menos'' a raya, dice, se padece un saqueo constante y en pequeña escala, aunque Luna sabe de casos de extracción de cañones de bronce.
``La vigilancia del patrimonio sumergido es difícil. México tiene más de 10 mil kilómetros de costa y hasta 200 millas de jurisdicción mar adentro. Es mayor el territorio acuático que el terrestre'', comenta.
``Sólo con investigación científica se puede reconstruir la historia y acercarse a otras culturas. Hay muchas páginas que únicamente la arqueología subacuática puede llenar.''