Continúo con la breve crónica de algunos asuntos musicales ocurridos durante el reciente Festival Internacional Cervantino.
5. Desde Hungría llegó el coro masculino Honvéd Férfikar, que se presentó bajo la dirección de András Toth. De nuevo, dieta sonora a base de abundantes cantidades de música de Franz Liszt. Si se considera el hecho de que Liszt recibió órdenes sacerdotales menores, bien cabría esperar de su música vocal religiosa un mínimo de convicción y pasión espiritual. Por el contrario, se trata de una música austera e intelectual, que se antoja más bien como una liturgia utilitaria que como un vehículo de expresión personal. Esto fue particularmente evidente en el Requiem de Liszt con que se cerró el programa de Honvéd Férfikar. Más interesantes, acaso, los fragmentos de la Misa de Szekszárd, del propio Liszt, y más satisfactorio musicalmente el breve Ave María de Zoltan Kodaly que interpretó el coro húngaro.
Por desgracia, el órgano del Templo de la Valenciana estaba, para variar, en un estado lamentable, así que el coro hubo de ser acompañado por un micro-órgano portátil de emergencia. Esto no ayudó mucho al lucimiento del ensamble, pero al menos permitió conocer al organista Laszló Attila Almásy, quien a pesar del inadecuado instrumento demostró un muy buen nivel de ejecución, particularmente en dos piezas de Jan Pieterszoon Sweelinck que interpretó con articulación clarísima.
6. El Quinteto de Alientos de la Ciudad de México realizó un programa formado íntegramente con música de compositores vivos, lo cual en sí mismo es ya un punto a su favor. Tres de las piezas interpretadas resultaron particularmente interesantes, por cuanto incluyen un poco de trabajo escénico. En este rubro, las versiones del quinteto a las obras Opus Number Zoo, de Luciano Berio; Doña Rosita, de Roberto Sierra, y la Música para el entierro de Fellini, de Luis Jaime Cortez, permitieron confirmar la solidez instrumental del grupo y, además, descubrir que con el paso del tiempo sus miembros están adquiriendo mayor soltura y colmillo para la ejecución simultánea de tareas escénicas. De muy buen nivel, como siempre, la participación de la soprano Lourdes Ambriz en la obra de Sierra y en la austera, demandante pieza Teocuitlacoztic de Víctor Rasgado.
Muy sólida igualmente la interpretación de las Cinco danzas breves, de Mario Lavista, pieza que el grupo ya conoce al derecho y al revés. Sólo el Quinteto silvestre del ecuatoriano Diego Luzuriaga se quedó corto en cuanto a su coherencia sonora frente al resto de las piezas del programa. Un sabroso momento musical de Paquito D'Rivera redondeó este buen concierto de música para alientos.
7. Concluyo este recuento con la noticia de uno de los puntos climáticos del Cervantino. Por primera vez en la historia, un solo cuarteto interpretó en el mismo acto los 17 cuartetos de cuerdas del brasileño Heitor Villa-Lobos. No hace falta decirlo, este tour de force estuvo a cargo del Cuarteto Latinoamericano, y más allá de la estadística y la proeza, el ciclo resultó un éxito rotundo, tanto por la invariable calidad de las interpretaciones como por la nutrida y hasta cierto punto sorpresiva asistencia de un público genuinamente interesado en esta música y, en general, muy joven. Ahí donde hubiera podido esperarse, tratándose de Villa-Lobos, una serie de cuartetos llenos de descripciones selváticas y narraciones amazónicas, hay por el contrario una enorme obra cuartetística básicamente abstracta, llena de hallazgos sonoros y exploraciones diversas en cuanto a forma y organización.
En las dos primeras sesiones de este histórico ciclo fueron interpretados los cuartetos 1, 15, 6, 4, 10, 14 y 3, en cuya ejecución el Cuarteto Latinoamericano demostró, entre otras virtudes, una singular capacidad para la resolución de los múltiples acertijos rítmicos planteados en estas partituras por Villa-Lobos, y para la expresión cabal de la variada paleta colorística de esta serie de obras.
Un ciclo formidable que, sin duda, vale la pena repetir en la capital. Ojalá esto ocurra pronto.