Horacio Labastida
Alegría en Madrid; lágrimas en México

Ni en los más crueles imperios de los remotos milenios del pasado, ni en los Estados modernos han sido perdonadas las autoridades responsables de crímenes horrendos contra la humanidad. Así lo advirtió el sabio discípulo de Confucio, Mencius, al diseñar la teoría política del poder en el Oriente, cuyo texto aparece intercalado en el clásico Libro de historia: el Emperador Celeste o Hijo del Cielo recibe el mandato divino a través de la aceptación del pueblo para que asuma la soberanía del imperio, soberanía que se pierde si el elegido rompe con la virtud otorgada por practicar el mal y no el bien; al perder el mandato, agrega Mencius, el príncipe ``no es más un verdadero soberano, y cuando se le castiga o inclusive se le mata, no es el rey quien recibe el castigo o la muerte, sino un malhechor''.

La democracia que surgió a finales del siglo XVIII -democracia recogida en México desde la revolución insurgente (1810-1815)- no cambió la esencialidad teórica de la clásica filosofía política cínica, pues como bien lo ha establecido el juez español Baltasar Garzón, que reclama el enjuiciamiento del delincuente chileno Pinochet, quien se asume gobernante por la fuerza de las armas, derrocando al elegido democráticamente, no es un soberano, y la justicia internacional puede buscarlo si el falso magistrado cometió genocidio utilizando violencia militar o celebrando convenios con otros tiranos para encarcelar, atormentar y hacer desaparecer a reales o supuestos opositores a la arbitrariedad; quien reúne tales características, señala el juez Garzón, es reo de todas las naciones, con base en acuerdos sancionados por la ONU, en el derecho internacional y en precedentes en los tribunales de Nüremberg. Principalmente desde la última posguerra, la doctrina penal tipifica tres delitos: el cometido contra la propiedad privada y perseguido por queja del dueño del patrimonio afectado; el cometido contra la vida o la integridad corporal de las personas, investigado de oficio en virtud de que ofende a la sociedad, y el genocida, buscado en todos los países por haber agraviado a la humanidad entera. Y en este molde se acomoda el general chileno que traicionó y mató al ahora inmortal Salvador Allende.

Claro que al margen de la cámara inglesa de los Lores en el asunto Pinochet, cuya decisión puede o no puede obstaculizar la extradición del citado delincuente, la persecución del genocida continuará porque el genocidio no prescribe y porque lo solicitan ya otros países europeos, además de España. La conducta de la justicia española y la valiente sabiduría del juez Baltasar Garzón causan alegría en España y entre todas las familias honradas del planeta. Loar a la justicia española es loar una victoria más de la civilización contra la brutalidad.

Muy distinta es por hoy la situación de México. Las lágrimas del pueblo cada día más pobre y desesperado, son lágrimas que nacen en el espíritu abatido de nuestros hogares. La honestidad ciudadana, sus ilusiones de vida digna y tranquila, el deseo de entregar a los niños una patria donde el bien social sea realidad cotidiana, todo lo que eleva el ánimo y hace sonreír a los labios está gravemente herido y maltrecho, entre otros motivos por las sofisticaciones priístas-panistas para preparar el renacimiento de un Fobaproa, ya no disfrazado de deuda pública y sí de enormes agobios fiscales que de un modo u otro cargan con más toneladas el trabajo de las enormes mayorías de mexicanos, atormentadas desde hace largo tiempo por el autoritarismo presidencialista que maneja al país.

El contraste entre la alegría de una España no dispuesta a perdonar genocidas y la tristeza mexicana herida con agravios inmisericordes, nos mueve entre la grandeza del hombre que ahora se regocija en Madrid y la ignominia que suele vejarlo en nuestro suelo. Sin embargo, las desgracias que por ahora nos abruman no borran de nuestra memoria las frases inmortales que pronunció Emiliano Zapata luego de la lectura de su plan redentor en la pequeña Ayala: México, afirmó ante quienes lo escuchaban, tiene un eterno compromiso con la libertad y la justicia, y este compromiso nos llevará sin duda al triunfo de nuestros ideales.