Los tiempos para definir posturas frente al rescate bancario entraron en su fase crítica. Lo mismo le sucede a otro producto que quedará condicionado por ellas: el presupuesto para el 99. Tanto el Fobaproa como el presupuesto son dos realidades íntimamente ligadas y con una fecha tan cabalística como impostergable por delante, el 15 de noviembre.
El volumen de los recursos que se reconozcan como deuda pública, directa o indirecta, con motivo de los enormes pasivos que tiene incautados el Fobaproa, condicionará la distribución de los recursos sobrantes en los varios renglones que integran el gasto y la inversión pública. Similar problema tendrá la determinación de la ley de ingresos pendiente para el próximo ejercicio. Hará falta incrementar los ingresos para mitigar la sangría que los tropiezos del aparato financiero le han impuesto a las menguadas cuentas públicas.
Estas tres entidades son básicas para visualizar la real conducta económica del país y, por tanto, sus determinaciones son asuntos de la mayor trascendencia, tanto para las personas como para empresas y los hogares mexicanos. Sin embargo, los partidos políticos y el gobierno se hayan trenzados en un desgastante forcejeo por imponer sus visiones e intereses al respecto. Y, hasta el día de hoy, no parece haber claras salidas que inyecten el solicitado optimismo para la marcha de los asuntos colectivos.
Los grupos de presión tradicionales no hacen más que girar, a la manera acostumbrada, tras las espaldas, ya bien encorvadas, de las predicciones y versiones del pequeño grupo decisorio y, en especial, de las intenciones presidenciales. De esta manera, financieros, patrones, industriales y líderes sindicales, es decir, el oficialismo, juega un papel de comparsa tratando de encontrar el lugar que mejor les acomode para llevar agua a su molino.
Esta vez el torrente será muy escaso para todos. Pero, de todas maneras, esos conspicuos actores quieren lograr, de la forma acostumbrada, las mejores condiciones para sus pocos afiliados.
Como un punto central a desenredar por estos días, se encuentra la pugna por los costos de la quiebra y la escamoteada rendición de cuentas por parte de las autoridades. La tecnoburocracia ha cerrado filas en torno de algunos de sus miembros más destacados que están bajo el acoso de la oposición y de buena parte de la cada vez más influyente sociedad crítica. ``Ceder en uno solo es concitar la alucinante cadena de frágiles naipes, caeremos en escalera'', parecen decir. Como de costumbre, usadas todas las defensas, acudieron a sus mentores del exterior en busca de respaldos para G. Ortiz. Y, como en momentos pasados los propiciaron para Aspe, Gurría, Salinas o Silva Herzog, ahora los consiguen con la misma facilidad.
Tal parece que el mismo presidente Zedillo ha encadenado su prestigio o sobre vivencia con esas figuras y modelos ya tan vapuleados por la conducta de la economía y los efectos en los bolsillos de la población. El sentimiento de culpa por el quiebre del 95 ronda por palacio y los usufructuarios del sistema lo han aprovechado con habilidad.
Primero argumentaron que los bancos y las empresas, otrora públicas, se les habían vendido caras y requerían de apoyos y simpatía para recuperar sus inversiones con rapidez. Después alegaron que la culpa de la catástrofe no fue de ellos, sino de los responsables de conducir la economía.
La consecuencia de todos estos dimes y diretes ha sido un atorón marca diablo en todas las negociaciones en curso. La reforma del Estado ha sido la pagana del sainete y la incompetencia para caminar cediendo y dándole respuestas adecuadas a la ciudadanía es notoria en todos los confines donde se mueven y habitan las élites conductoras.
El crecimiento para dos o cinco años en el futuro dejará mucho que desear hasta que se absorban los pasivos ya documentados. El PRD tendrá que sacudirse de encima el bien ganado estigma de su confinamiento a la reacción y la denuncia.
El PAN no sabe cómo transitar por un sendero propio y entendible. Sus explicaciones y distingos son tan sutiles que se tornan ininteligibles aún para sus propias huestes militantes. Para ambos partidos, el premio electoral parece flotar sin asideros ciertos ante sus continuos y torpes pleitos, justo frente al rival a vencer.
Los daños que se han infligido no han sido mayores debido a la poca capacidad restante de los priístas y su gobierno para aprovechar el tiroteo. Tienen tras de sí mismos esa parte estelar en la catástrofe que los lastra. En tales condiciones, los enemigos de la democracia, como una forma eficiente de gobierno y de vida en común, alzarán su voz para denostarla o circunscribirla a sólo un incompleto sendero hacia la modernidad o un mejor ámbito colectivo que bien puede, mientras tanto, ser dilatada o trastocada.