La Jornada 4 de noviembre de 1998

González Suárez: ahora no creo en nada, por eso todo me interesa

Renato Ravelo Ť ``Todo tiempo pasado pertenece al mundo de los muertos'', sentencia Mario González Suárez y explica que su novela De la infancia trata de un doble descenso a esa muerte que es el pasado, que es la memoria, tan engañosa ella. El autor, quien encontró en un viaje a Rusia su vocación de escritor, afirma sin rastro de cinismo en la voz: ``ahora no creo en nada, por eso todo me interesa''.

Actualmente, por ejemplo, lee el primer capítulo de El capital, así como el Manifiesto comunista, con la sorpresa de descubrirlos como textos casi esotéricos, actuales en sus conceptos, con una visión audaz del mundo.

De la infancia, de González Suárez, publicada por Tusquets, es en realidad un concierto de voces del pasado, del presente, del futuro, del tiempo que fluye suave por el marco que, para términos de contexto, se limita por un hombre que recuerda su infancia y a su padre, el cual es presencia violenta como marca el mito civilizatorio del parricidio prohibido.

Su autor prefiere explicarse la novela como una cosa de ``espectros'', porque es al figura lógica que le permite jugar en el tiempo.

De hecho, como parte de la presentación que se efectuará mañana por la noche, en la que participarán Carlos Montemayor y Daniel Sada, un mago hará prestidigitación con los presentadores, desapariciones e introducción de espadas por los costados de una caja.

Mario González Suárez (DF, 1964) salió rumbo a la Unión Soviética, en 1988, para aprovechar una beca en cinematografía que había obtenido. El plan era permanecer allí seis años, pero a su llegada se encontró el hacinamiento, la comida con la que sufría en la pensión oficial y descubrió además un submundo en Kiev, donde todo se podía conseguir. Salir de ese país fue, para él, una entrada en sí mismo.

``Fue un viaje iniciático porque la salida del país para mí fue el repensar lo que estaba haciendo con mi vida y que me quería dedicar a escribir. Ver el mundo, México, mi familia, mi vida; desde esa distancia me dio una perspectiva que posiblemente de otra forma nunca hubiera tenido. Titubeaba en cuanto a mi vocación y decidí regresar a los seis meses; para ello solicité la beca del Centro Mexicano de Escritores y me la dieron.''

Diez años después de aquella determinación, González Suárez ve marcado su rastro con sus libros publicados (Nostalgia de la luz, 1996, y La materia del insomnio 1997) y el premio Gilberto Owen. Cuenta ya con el reconocimiento de una editorial de importancia internacional, como Tusquets, que ya tiene contratada su próxima novela: Libro de las pasiones. Pero, sobre todo se sabe con la enseñanza de un estilo, de una voz. Sus historias no se complican en la trama, como se deduce de la entrevista, sino en el entramado.

Optar por la imaginación

-¿Crees en la literatura como una manera de reformular la memoria?

-En la memoria no confío. Uno llega al final del día, recupera las experiencias y ya desde entonces están falseadas, acomodadas de acuerdo con nuestra conveniencia. Más que la memoria, la imaginación tiene un peso mayor.

De la infancia, comenta González Suárez, tuvo cuatro tratamientos. En su primera versión la novela estaba marcada por un tono de ``yo recuerdo'', González Suárez ya tenía la historia y las anécdotas, le faltaba encontrar el tono.

``En esta novela desarrollé el tema del regreso al pasado como a la muerte, pero en la que está por salir es la novela del destino que abordo con tres historias en torno de la idea sobre la inmortalidad. La primera se nutre con lo que viví en Rusia, la segunda con toda esa intensidad que se vivía en el CCH, donde la militancia era una forma de mafia; finalmente es un grupo guerrillero que se prepara en el desierto. Y, además, hacer esto con humor es un reto.''

Como una espiral, la novela regresa sobre sí misma y avanza sobre el pasado, que es el recuerdo, la sustancia de la anécdota, la muerte espectral en la visión de González Suárez, quien escribe sin acentos nacionales o regionales, sin coqueteos, y con mayor identidad que no sea la de la invención en sí.

Hace un año González Suárez se fue solo a Marruecos para buscar a Juan Goytisolo. Al terminar su odisea, entre laberintos, acoso de vendedores, compradores, mendigos, intentos de ventas de alfombras mágicas, desencuentros, la imagen de sí mismo -ya a salvo en Algeciras- fue la de un joven moreno que con túnica y sin lentes podría haber pasado por árabe, pero que ahora descubre por un espejo de la estación de ferrocarril que un corte simétrico ha sido hecho a la parte baja y trasera de su chamarra larga en busca de dinero. En la conversión de esa anécdota trágica en historia, entre otras cosas, trabaja Mario en la actualidad.