Visualicemos brevemente las anécdotas sobre las momias que ha estructurado el cine universal. Las primeras cintas a propósito de estos personajes fueron hechas por directores franceses; la inicial por Georges Méliés, en 1899, muestra no sólo a Cleopatra -la reina egipcia por excelencia-, sino también a una momia; la segunda es de 1912, La venganza de Egipto, y en su silencioso contexto aparece Napoleón.
Ahora bien, no debemos sepultar en el olvido a Gerard Bourgeois que en esos años décimos rodó en París, La momie du roi, acerca de la profanación de la tumba del faraón Ramsés y de la venganza que éste ejerce contra los sacrílegos excavadores. Pero, crucemos mentalmente el estrecho canal que separa a Francia de Inglaterra para ubicar, en 1915, a un cineasta londinense que narró mediante imágenes las aventuras de una princesa egipcia que recorre la capital británica en búsqueda de su mano cercenada por irresponsables arqueólogos (The avening hand).
Acerquémonos a 1922, cuando Howard Carter y Lord Carnarvon descubrieron la tumba del faraón-niño Tutankamon, hecho arqueológico de inusitado relieve que propició en Occidente un intenso culto cinemático por aquella remota tanatología que recogen los fotogramas de una estremecedora película, The mummy (1932), realizada por Karl Freund para Universal Pictures, cuyos recuadros expresionistas aprisionan a Boris Karloff protagonizando al recién resucitado sacerdote egipcio Imhotep, después de un agitado sueño de más de 3 mil años y a su eterno amor, una princesa rencarnada en una joven de nuestro tiempo, Hellen Grosben (Zita Johann). Antigua relación que debe continuar más allá de los días terminales, pero cuando Imhotep está a punto de consumar el asesinato liberador ante la estatua de la diosa Isis, un rayo celestial lo convierte en un humeante montón de huesos calcinados.
A partir de aquella primera versión sonora de la momia, intensas variaciones sobre el tema circularon durante las subsecuentes décadas (años cuarenta, cincuenta y sesenta) en las salas oscuras del mundo. Entre otras, The mummy's hand (1940), de Tom Tyler, que muestra a un sacerdote a punto de ejecutar otro sacrificio humano de carácter ritual, sin olvidar The Mummy tomb y The mummy's ghost, 1942 y 1943 respectivamente; de Lon Chaney Jr. una versión cómica del asunto a cargo de dos famosos comediantes Abbot and Castello meet the mummy (1955), y a Rosita Arenas como Flor/Xóchitl, la princesa rediviva y rencontrada en La momia azteca (1957), de Rafael Portillo.
Dos años más tarde Terence Fisher, director británico adscrito a la Hammer Films, retomó la idea original que otorgó cuerpo a la película de Freund y Karloff para realizar otra versión de aquel melodrama tamizado por una antigua maldición. La cinta también llevó el título de The mummy y recrea el sádico tratamiento de hechos mayores y menores en la Inglaterra victoriana. El ciclo no termina con el filme de Fischer, pues es necesario citar The curse of the mummy's Tomb (1964) y The mummy's Shroud (1967). La primera cuenta la triste historia de una momia condenada a errar eternamente por la Tierra; la segunda narra las vicisitudes de la expedición comandada por lord Carnavon después de descubrir la tumba de Tutankamon.
Y para cancelar esta visualización, dos últimas referencias; la primera alude a aquella secuencia, creada por Terence Fischer en The mummy, en la que aparece Mahamet (Cristopher Lee) surgiendo de las cenagosas aguas de un pantano envuelto en un enlodado sudario de indescriptibles vendajes; la segunda habla de Blood from the mummy's tomb (1971), transvase de una novela de Bram Stoker (autor de Drácula y otras necrofílicas historias) a propósito de la venganza que ejerce una reina egipcia contra la hija de un arqueólogo profanador.
Hoy, tiempo mexicano de desconcierto y depresión durante el cual oscilamos entre extremas coordenadas que van desde la penumbra a la oscuridad, mi memoria se atrevió a sintetizar estas imágenes cinematográficas pertenecientes a significativas películas del género de horror.