Hagamos un ejercicio de resumen de los datos sobresalientes de los últimos días. Las noticias buenas y las malas. Buena es que un delincuente de Estado chileno haya sido apresado en Europa; mala es que varios dirigentes de América Latina cuestionen la detención. ¿Cómo hacerles entender que América Latina sería bien poca cosa si sirviera de manto para cobijar golpistas y asesinos? Una estrecha y olvidadiza justicia nacional no puede ser única responsable de sancionar crímenes contra la humanidad. Por tantos escozores que esto produzca a aquéllos que asignan a la nación un valor sagrado. Obnubilación patente, cuando el mundo va a la construcción de sentidos de pertenencia más amplios, más complejos y capaces de evolución ulterior.
Otra buena noticia es que Desmond Tutu haya entregado su informe sobre los años del apartheid. Un documento que alumbra la maraña repelente de brutalidad y asesinatos de los órganos de la seguridad sudafricana, sin olvidar, sin embargo, las violencias y los homicidios cometidos por el propio Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de Mandela. La mala: que algunos de los principales dirigentes del CNA, entre los cuales no está Mandela, hayan criticado el informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica encabezada por el anciano arzobispo. Lo que no anuncia tiempos gratos para la joven democracia del país en el post-Mandela.
El otro acontecimiento reciente, de consecuencias difícilmente predecibles, es esa Europa de pronto recorrida por gobernantes de izquierda. Mientras la moneda única está a la vista, la nueva voluntad europea de hacer pesar su voz en el mundo resulta encarnada en una izquierda que busca definir programas propios y acuerdos internacionales capaces de hacer frente a varios retos. Algunos de estos nuevos dirigentes hablan de acuerdos globales de estabilización de los tipos de cambio, de extender a escala mundial derechos sociales mínimos, de introducir impuestos a la movilidad del capital de corto plazo, de mejorar los sistemas de cooperación internacional y establecer mayores compromisos globales para la conservación del medio ambiente. Menos clara parece ser una idea de ``tercera vía'', cuando resulta evidente que la realidad contemporánea está dominada por un capitalismo que exige menos impuestos, menos seguridad social, menos derechos. Un camino que convierte el mercado en una mezcla de mito fundador e ideología de la eficiencia. Frente a esto, a la izquierda falta aún un programa de amplia inspiración mundial, para establecer la polaridad necesaria con el capitalismo. Este es el reto central de la modernidad y no sólo de la izquierda. Por cierto. ¿Tercera vía respecto a qué? ¿A un delirio igualitario que descompuso en el camino todo lo justo que encarnó en algún momento? Este es ya sólo un accidente en el camino, trágico accidente. Enfrentar al capitalismo es enfrentar un animal histórico de mucha mayor persistencia y que no puede resumirse en un juicio moral tajante.
El problema de la izquierda es introducir en el presente del mundo elementos que mejoren la calidad de vida de la gente, buscando un complejo, y mejor, equilibrio entre recursos y necesidades, entre democracia y desarrollo, entre desarrollo y empleo. ¿Cúanto tiempo deberá transcurrir para que a fuerza de inyecciones de solidaridad y de equilibrios compensatorios, el capitalismo deje de serlo para dar paso a alguna forma mejor de producir y distribuir riquezas y poderes? Este es tema que tal vez sería mejor que los políticos dejaran a los filósofos o a los historiadores. El tiempo de los filósofos gobernantes dejó detrás de sí una estela de muertos y desastres económicos y políticos que sería oportuno conservar en la memoria recordando el costo de los milenarismos voraces de perfección.
Para una izquierda mundial que quiera contar verdaderamente existen, por lo menos, tres problemas centrales que requieren reflexión y decisión. El desarrollo del Tercer Mundo; la calidad de la vida y el desempleo en el primero y la construcción de un nuevo orden monetario internacional capaz de garantizar la estabilidad financiera. Debería resultar evidente que si la izquierda fallara en los próximos años en generar nuevas ideas y voluntades de reforma, el péndulo resultaría inevitable. Y otra vez tendremos que acomodar entre nosotros a los fantasmas conocidos: mercado como suprema encarnación civilizatoria; pobreza como sanción de la pereza y expectativas racionales como última palabra sobre lo que los hombres fueron, son y serán. O sea, la trivial y cínica monserga de la cual intentamos salir.