Hace un cuarto de siglo se reconoció oficialmente que México pierde cada año casi cien mil hectáreas por la erosión. A juicio del ingeniero Javier Gaxiola Flores, entonces director de Conservación del Suelo y Agua de la Secretaría de Agricultura y Ganadería, ``ese cáncer de la agricultura nacional'' torna improductivas las tierras y prolonga el desierto.
La situación la describía como crítica pues en el censo de 1970 figuraban ya como incultas o improductivas por esa causa más de 25 millones de hectáreas, mientras otros 45 millones se encontraban con procesos erosivos acelerados y avanzados. También hace un cuarto de siglo las autoridades advertían sobre la necesidad de tomar medidas drásticas y urgentes a fin de evitar ese mal, que hace a México más pobre en todo sentido, muy especialmente en las comunidades agrarias caracterizadas por sus carencias económicas y de recursos. En paralelo, se insistía en la necesidad de establecer programas de recuperación de los suelos, utilizando técnicas al alcance de quienes habitan el sector rural.
Han pasado 25 años y la situación que vive México por la erosión no muestra cambios positivos. Por el contrario, cada día crece el número de hectáreas afectadas por ``ese cáncer de la agricultura nacional''. Fruto de la desnudez de la superficie del suelo durante largos periodos de tiempo, las aguas torrenciales y el viento se convierten en factores degradantes. Agréguense el agotamiento químico de nutrientes y la presencia de sustancias tóxicas.
En el principio de todo este proceso se encuentra el hombre y sus actividades económicas o de sobrevivencia: desde el desmonte y el cultivo de tierras inadecuadas para ello hasta el pastoreo y la recolección excesiva de leña. Buena parte de su intervención se encuentra acompañada de la explosión demográfica, íntimamente ligada con pobreza, subdesarrollo, bajos niveles educativos, etcétera.
México se distingue por contar en su territorio con gran variedad de ecosistemas: desde desiertos, áreas semiáridas, montañas, islas y zonas costeras. Se trata de ecosistemas muy susceptibles a perder su sano equilibro ecológico si el ser humano interviene en ellos ignorando principios básicos de conservación y manejo sustentable. Larga es la lista de daños ocasionados por doquier, precisamente por la utilización extensiva e irracional de ecosistemas, que debían servir para crear riqueza, no desigualdad y miseria.
En el caso de la erosión debida a las actividades agropecuarias, el crecimiento de la población y la pobreza rural, cabe destacar cómo muchas prácticas agrícolas tradicionales que con sabiduría permitieron por largo tiempo el uso racional de los suelos, han pasado a segundo plano o son eliminadas por la tecnología moderna, la deforestación y la aplicación indiscriminada de insumos agrícolas. La acción combinada de estos y otros elementos reduce en distinto grado la fertilidad de la tierra y el rendimiento de los cultivos. Pero hay otros efectos, no menos nocivos: los que la erosión causa a las corrientes de los ríos y en las presas que sirven para irrigación o generar energía. Sobran los ejemplos de magnas obras de ingeniería hidráulica convertidas en inservibles por el azolve que sufren sus vasos de captación.
No hay duda que la erosión incide negativamente en la base material de la sociedad, y muy especialmente en la calidad de vida de quienes habitan el sector rural. Existen, sin embargo, alternativas para hacer producir la tierra sin deteriorla ni perjudicar a otros recursos naturales.
Pero los esfuerzos que se hacen en ese sentido van mucho más lentos que la degradación. Por lo menos, desde hace medio siglo el gobierno anuncia medidas para atenuarla y promover prácticas de conservación del suelo y el agua. Lo alcanzado hasta hoy deja mucho que desear, pues la erosión no cesa.
En buena parte, porque la acción oficial es tibia, aislada e insuficiente. Y por eso mismo, no convoca la voluntad de los campesinos y demás habitantes del medio rural. En medio de asombrosos avances científicos y tecnológicos, de promesas oficiales sin cuento, el país no ha podido sacudirse el lastre que significa la erosión de la tierra. La arrastra al nuevo milenio, en medio de la crisis que apenas hace un par de años se nos dijo pronto concluiría.