Elba Esther Gordillo
G-7

Las decisiones que los países más industrializados del mundo, reunidos en el poderoso Grupo de los Siete (G-7), tomaron recientemente para ``fortalecer el sistema financiero global y evitar futuras crisis económicas'', motivan algunas reflexiones.

La primera es que, después de muchas crisis y de multitud de voces que a lo largo de décadas se alzaron para enjuiciar un sistema financiero profundamente absurdo, finalmente, ven coronado su esfuerzo. Los países más ricos del mundo deciden que es hora de aceptar que no todo está saliendo bien.

El saldo del más reciente ciclo del sistema capitalista, traducido en miles de millones de pobres, nunca fue motivo de la preocupación de tan selecto grupo, no así las crisis bursátiles de México, de Asia, de Rusia o de Brasil que, siendo producto de la especulación, amenazaron el paraíso en el cual sus sociedades viven.

El anuncio de que inyectarán 90 mil millones de dólares a un obsoleto Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar nuevas crisis, se constituyó en una muy buena nueva para ``los mercados'', los cuales levantaron los indicadores bursátiles, quizá porque saben que esos dólares pronto estarán a su disposición. Si aceptamos que la crisis de México requirió de 50 mil millones de dólares, y que Brasil perdió, en un solo día, cerca de 20 mil millones de dólares, tendremos la justa proporción de esa asombrosa suma.

Pero los rescates. ¿de verdad son para las economías, o son para los mismos que generan las crisis? Los miles de millones de dólares que se entregaron a México no fueron regalados: se pagaron completos, con intereses, antes del plazo de vencimiento y se les dio como garantía la factura petrolera. Sí, mucho sirvieron para evitar el derrumbe, pero esos dólares ya están en las cajas de los bancos que financiaron la operación, junto con los 70 mil millones de dólares que se fugaron en los aciagos comienzos del 95.

Cuántos créditos para abrir nuevas empresas y crear empleos, para viviendas de interés social, para el apoyo al campo o el combate a la pobreza extrema caben en esos 50 mil millones de dólares.

Esa es la segunda reflexión. El programa tiene únicamente el objetivo de cuidar los intereses de esos países, los del G-7, que tienen la salvaguarda de la riqueza. En ningún momento se habla de una mejor distribución del ingreso mundial, de mecanismos compensatorios novedosos entre economías ricas y pobres que de verdad anticipen y eviten las crisis; que, junto con el ``código mundial de conducta económica para mejorar la transparencia financiera'', también hable del compromiso ineludible con el bienestar concreto del hombre y de su futuro.

Si una economía como la rusa, que sólo representa el 2 por ciento del PIB mundial pudo cimbrar la estabilidad financiera del orbe, ¿no será el momento de que las economías pobres, por su misma situación, pongan condiciones para seguir formando parte de esta globalidad económica tan difusa para los más y tan satisfactoria para los menos? ¿No será el momento de hacer nuestro propio plan?

Correo electrónico: [email protected]