El paso del huracán Mitch por el Caribe dejó un saldo de devastación y muerte en Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala. El meteoro, uno de los peores que han azotado la región y que, al contrario de lo que se temía, no llegó a las costas de Quintana Roo y Yucatán, en territorio nacional, se abatió en cambio sobre zonas de Nicaragua y Honduras -es decir, dos de los países más pobres de Latinoamérica-, donde afectó a grupos de población paupérrimos.
El fenómeno natural se constituyó así en un multiplicador de la pobreza, la enfermedad y la marginación, en naciones con ínfimo desarrollo de la infraestructura de protección civil, comunicaciones, salud y los servicios e instituciones necesarios para enfrentar una amenaza meteorológica de las dimensiones de Mitch.
Las instituciones de salud de los países afectados han reportado la carencia de medicamentos suficientes para evitar la propagación de enfermedades como el dengue o el cólera entre los cientos de miles de damnificados. La destrucción de puentes y carreteras ha imposibilitado la rápida asistencia a las comunidades asoladas.
La dimensión de la tragedia que hoy viven hondureños y nicaragüenses tiene su expresión más terrible en las miles de muertes que provocó el deslave de las laderas del volcán Casita, en Posoltega, Nicaragua, donde al menos 2 mil 500 personas quedaron sepultadas bajo el lodo. Para dimensionar esta tragedia, cabe señalar que un desastre similar equivaldría, en la demografía mexicana, a más de 50 mil muertos.
En el pasado inmediato, fenómenos atmosféricos similares han producido devastaciones de gravedad comparable; en Oaxaca y Guerrero, el año pasado, y en Chiapas, hace unos meses. Ello obliga a admitir que, en esas áreas del territorio nacional, los grados de carencia material son semejantes a los que hay en las zonas marginadas centroamericanas que la semana pasada resultaron devastadas.
Esta similitud remite a la grave fractura social que persiste y se ahonda en nuestro país, y que divide a la población en un grupo con niveles de vida similares a los de Estados Unidos o Europa Occidental, por un lado, y a una gran mayoría que sobrevive de manera no muy diferente a los habitantes de las regiones rurales marginadas de las referidas naciones hermanas.
La emergencia por la que atraviesa Centroamérica requiere una respuesta inmediata para el envío de ayuda humanitaria y técnica en auxilio de los damnificados. Pero, además, a mediano y largo plazos debe hacerse conciencia sobre la necesidad de que, en lo interno, México salde su deuda social con sus pobladores más pobres y olvidados -los que mueren o pierden sus casas y sus escasos bienes por lluvias, tormentas tropicales o huracanes- y que, en lo externo, encabece acciones orientadas a impulsar el desarrollo conjunto con los países hermanos de América Central.