Christopher Ormsby
La ciencia de la conciencia
Nada nos es tan íntimo como nuestros propios pensamientos. Los pensamientos forman la parte que más consideramos como nuestra esencia. Podemos perder un brazo o una pierna, o nos pueden transplantar un corazón o un hígado, y seguiremos siendo nosotros. Pero no así el pensamiento, si perdemos la razón nos perdemos a nosotros mismos. Inclusive cuando la perdemos momentáneamente debido a una fiesta desmedida o por una furia desencadenada, justificamos nuestras acciones diciendo: ``Era yo otra persona''.
Esa separación entre nuestros cuerpos y ``nosotros mismos'' es un problema que ha dominado (y dividido) a la filosofía desde hace milenios. El filósofo y científico del siglo XVII René Descartes no fue el primero en señalar el problema mente-cuerpo, sino el primero en mostrar que podemos estudiar al cuerpo utilizando métodos objetivos, sin tomar en cuenta a la mente o el alma. Eso no fue porque desdeñara esa parte, muy al contrario, para él eran tan divina (en el sentido literal) que consideraba muy osado tratar de entenderla mediante métodos y experimentos. Esa postura se llama dualismo.
Hoy prevalece en la ciencia el monismo, en el cual se dice que la mente y el cuerpo son una sola cosa vista de diferentes maneras, o sea, utilizando diferentes métodos. Eso suena engañosamente consolidador, pero en la práctica se han suscitado, a grandes rasgos, dos bandos peleados entre sí. La importancia de estar en uno u otro marca la diferencia entre si existe realmente algo llamado conciencia o no.
Arbitrariamente, a unos los llamaré positivistas, que afirman que aquello que se describe como conciencia no existe como tal y es en realidad una serie de funciones fisiológicas del cerebro, tales como atención, aprendizaje, memoria y sobre todo lenguaje. El segundo bando es el subjetivista, el cual asume que prácticamente cualquier persona adulta y relativamente normal reconoce en sí misma una sensación de unidad y propósito, y no sólo respuestas a estímulos fisiológicos concretos.
Ciertamente, el argumento del subjetivista no es científico en el sentido de que le falta objetividad, dado que es perfectamente posible que todo el mundo perciba algo falsamente. Por ejemplo, todos vemos al Sol subir y bajar por el firmamento, pero gracias a la ciencia objetiva ahora sabemos que eso es falso, nosotros somos los que nos movemos. Pero para que fuera aceptable la definición positivista, primero nos tienen que explicar por qué la mayoría de las personas en todas las culturas sienten y dicen que tienen conciencia.
Este problema es probablemente uno de los pocos que todavía pudieran revolucionar la manera como vemos la vida, y en especial a nosotros mismos.
La psicología dinámica (las terapias) y la psiquiatría modernas son subjetivistas e inconcebibles si no hablan de conciencia, e incluso de partes o niveles de conciencia. Pero en ningún momento tratan de definirla en términos mensurables, cuantificables y observables para cualquiera, lo que sería el ideal científico.
Pero también es inaceptable que los neurocientíficos y algunos psicólogos experimentales desdeñen el estudio de la conciencia por sentir que no hay nada que explicar. Eso nos deja con un vacío que difícilmente se llena con explicaciones de cómo funciona una célula cerebral o cómo se comportan los organismos ante ciertos estímulos.
En años recientes ha aparecido una corriente de pensamiento que junta ciencia y filosofía, y que pretende definir la conciencia y buscar métodos más adecuados para hacer que ese estudio sea científico y útil a la vez. Se han organizado hasta ahora dos congresos mundiales sobre el estudio científico de la conciencia, pero en realidad sólo han mostrado mucho entusiasmo y pocos resultados.
Esos congresos y simposios similares han servido también para dejar relucir la resistencia positivista a integrarse con los subjetivistas, para así encontrar un punto medio aceptable para ambas partes. Dado que el status quo de la ciencia, y en particular el dinero para hacer ciencia, está en manos positivistas, hasta ahora no existen fondos para proyectos globales sobre el estudio de la conciencia.
Los que la estudian lo tienen que hacer prácticamente a escondidas, y en sus ratos libres, para no ser la burla de sus colegas más conservadores. Inclusive, en el segundo congreso del tema un especialista en el cerebro de muy alto renombre se paró en el pódium y afirmó osadamente que todo eso era hocus pocus'', el equivalente al abracadabra. Por fortuna, nadie le aplaudió su pequeño chiste.
Por lo pronto, los que interesados en cómo funciona nuestra mente y cómo es que pensamos tenemos que esperar a que terminen de pelearse entre ellos y satisfacernos resignadamente con nuestras propias experiencias, que nadie puede medir ni observar, pero forman nuestra riqueza como personas y son nosotros mismos. Pienso, luego existo.
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