Necesidad inaplazable para una salud integral
Educar la sexualidad
Juan Luis Alvarez-Gayou Jurgenson
Descuidar la salud sexual de una población es descuidar su salud integral.
En 1974, la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió la salud sexual como ``la integración de los aspectos somáticos, emocionales, intelectuales y sociales del ser sexual, de forma que sean positivamente enriquecedoras y que realcen la personalidad, la comunicación y el amor. Toda persona tiene derecho a recibir información y a considerar el aceptar la relación sexual como fuente de placer, así como medio de reproducción''.
Sin embargo, las cifras siguientes resultan escalofriantes, y no precisamente por la algidez de los números, sino porque remiten de manera inmediata a una imagen de agresión y grave daño de las personas afectadas, y de severa degradación de la condición humana: elevado número de violaciones a mujeres (más de 100 mil por año); el Centro de Terapia de Apoyo de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) reportó, en el último semestre de 1997, 7.9 casos de delitos sexuales por día, con un total de mil 825. De ellos, 4.15 diarios son violaciones y abusos sexuales infantiles, principalmente en niñas.
Asimismo, al 1o. de junio de 1997 existían 31 mil 807 casos diagnosticados de VIH/sida. Además de la grave implicación para la salud de la población de México, ``el costo de la atención óptima de una persona afectada es de 11 mil 200 dólares anuales (aproximadamente 90 mil pesos). La doctora Patricia Uribe, de Conasida, declaró que ``50 por ciento de las personas afectadas son atendidas por el sistema de seguridad social (con un costo de 133 millones de pesos por año)''.
En México se da una negación de la existencia de una sexualidad infantil con características propias bien definidas y distinta de la adulta. Sin embargo, entre la infancia y la juventud, los casos de sida detectados son verdaderamente impactantes: 248 de niños de menos de un año, 433 de entre uno y nueve años, y 679 de niños y jóvenes entre 10 y 19 años. Son, en total, mil 360 casos, y predominan en hombres con una proporción aproximada de 3.5 a 1.
La educación de la sexualidad que trascienda la sola información e incida en las actitudes y comportamientos es el único instrumento real de prevención para esa triste situación.
Una agencia especializada de Naciones Unidas estableció que la educación en salud sexual es vital para la reducción del VIH/sida, y que dicha educación no incrementa la actividad sexual en los jóvenes (octubre 22, 1997).
Y nuevamente las cifras remiten a las consecuencias por la falta de una educación de ese tipo: en 1983, 7 mil 233 nacimientos registrados fueron de madres de menos de 15 años; en 1997 fueron 11 mil 756 y, de acuerdo con cifras del INEGI, 420 mil 861 nacimientos son de madres de entre 15 y 19 años.
Por otra parte, en los países en desarrollo muere una mujer por cada 250 abortos, mientras que en los desarrollados fallece una por cada 3 mil 700. En México ocurren al menos mil 500 decesos de mujeres anualmente por abortos clandestinos (Patricia Mercado).
Patologías sociales
Caracterizar la problemática social sobresaliente, vinculada con la deficiente educación de la sexualidad en la familia y la pareja mexicanas, tampoco resulta difícil si nos atenemos a las experiencias que nos proporciona la realidad imperante. He aquí algunos ejemplos
La desigualdad entre los géneros conlleva a relaciones de poder en la pareja y la familia, en vez de cooperación armónica y complementaria; menosprecio a la vida y a los problemas de la población femenina; baja proporción de mujeres económicamente activas; doble jornada laboral en muchas mujeres, la del hogar no remunerada, y un alto número de madres solteras por abandono, divorcio o por ser la segunda familia.
En nuestro país existe un machismo muy difundido que afecta al propio hombre y bloquea su expresión afectiva (Alvarez-Gayou, 1997); a la vez, ese alto nivel de machismo coincide con actitudes negativas hacia la planificación familiar (Alvarez-Gayou, Bonilla y Cole).
Asimismo, es extraordinariamente elevada la prevalencia e incidencia del maltrato físico a la mujer; el Centro para la Atención de la Violencia Intrafamiliar (CAVI) de la PGJDF, que informó de 2 mil 500 casos en el primer semestre de 1997.
La prevalencia de disfunciones e insatisfacción sexual en las parejas mexicanas es sumamente alta: el número de mujeres que nunca o casi nunca llegan al orgasmo en áreas rurales es superior a 80 por ciento, y los eyaculadores precoces que contribuyen a la disfunción femenina son más de las dos terceras partes del total.
Educar es prevenir
Por todo lo anterior, es posible afirmar que la mejor atención a la salud es la prevención, y la tarea preventiva por excelencia es la educación.
Por desgracia, hasta la fecha la mayor parte de las actividades educativas en materia de sexualidad son realizadas por personas sin preparación, o ésta es escasa por sólo haber recibido capacitación mediante cursos breves, muchas veces incompletos y que no incluyen una formación integral y profesional.
La base de esa tarea educativo-preventiva es la educación de la sexualidad basada en información objetiva y científica, desprovista de mitos y tabúes, y que a la vez sea respetuosa de los diversos valores personales y familiares.
El educador formal y profesional de la sexualidad proporciona información científica y objetiva, y propicia en el educando la toma de decisiones consciente y responsable a partir de sus valores personales, familiares, religiosos, morales y sociales. No interfiere con ellos, los respeta, y es el educando el que decide su conducta aplicando el peso de su propia ética para asumir la decisión. Además, el educador profesional de la sexualidad transmite y refuerza actitudes como el respeto, la responsabilidad, la tolerancia y el amor.
La educación de la sexualidad, con las características descritas y dada su complejidad, sólo puede ser realizada por profesionales formados integralmente en ese campo.
A pesar de que existen algunas voces conservadoras que se oponen a la educación de la sexualidad, la experiencia nuestra y la de los egresados como especialistas en sexología educativa muestra que la mayoría de los padres desean esa educación para sus hijos, siempre que no interfiera con los valores y la moral de la familia.
Ya no podemos seguir dañando a nuestros niños y jóvenes con una educación de la sexualidad inadecuada o impartida por docentes formados en cascada con cursos breves e incompletos. Atender ese crucial aspecto del desarrollo de nuestra infancia y juventud es una responsabilidad ineludible del Estado.
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