Hermann Bellinghausen
Cantarle al Sol

En una acción conjunta de las fuerzas naturales y las decisiones administrativas del príncipe del lugar, los días se hicieron cortos y las noches largas. Un hombre ponía en las calles del bazar su telescopio y a cambio de monedas permitía a los transeúntes echarle un ojo a la Luna más de cerca, como para que aprovecharan la duración del horario nocturno.

Calucas había llegado al país quién sabe cuándo y se iba a ir lo mismo. Conforme daba la vuelta al mundo se iba olvidando del dervichero. La vida mundana realmente lo había entretenido.

A veces le entraba la duda o curiosidad de si seguía en su camino de ida, o si ya iba de regreso, pero enseguida le ganaba la sospecha de que el camino no tenía regreso. Tantito que lo pensara, y le quedaba claro que desde que salió nunca había sentido acercarse al punto de partida.

Tendría la fortuna entonces de llegar a viejo, dentro de muchos años todavía, así que era un poco joven, un poco adulto y otro poco nada. Y eso lo ponía un poco... triste, esa es la palabra, no obstante.

Cuando conectaba su pensamiento con la vida pasada, y le entraba algo así como nostalgia (un sentimiento bastante relativo), se daba tiempo para enviarle unas líneas al hermano Emeterio, el único en el dervichero que tenía sangre en las venas y no aburrido pneuma.

``Saludos hermano, de todos allá, y bienaventurado seas'', escribió una mañana tardía a su tosco amigo. ``Las noticias que llegan aquí y los periódicos nunca hablan de nuestro país, así que no sé las cosas que nos pasan allá''.

Líneas abajo le contaba de las libaciones con vino fresco en esas tierras bajo la luz invernal de los días cortos y lo animaba: ``Tú que tocas guitarra en tus huidas a la taberna, haz lo que yo que no toco nada y cántale al Sol''.

El dervichero queda vecino de un desierto de Sol incansable y atroz, así que para Emeterio la idea de cantarle al Sol sonaba tan absurda como si un esclavo le rindiera homenaje a su martirio. En particular cuando trabajaba el jardín largas horas lejos de la sombra. No le encontraba la gracia al famoso Sol.

Pero las cartas de Calucas eran para Emeterio un motivo de fiesta. Lo sacaban de las pesadeces del servicio y le hablaban de mundos en el mundo, de costumbres deslumbrantes, y gozaba esas partes donde le hablaba del vino y las mujeres de países y más países.

A Calucas se le ocurrían ideas muy raras. Esa vez le hablaba a Emeterio de cuando él, Emeterio, estuviera muerto, y Calucas en otro trópico y sin un jardinero a quien escribir. A nadie le agrada que le hablen de cuando esté muerto, y menos alguien tan goloso de vida como Emeterio.

``Iré caminando, junto a un muro de piedras amontonadas'', decía la carta, ``a mi derecha un huerto y a la izquierda las rectas líneas de un cañaveral en ciernes, y sabré recordarte, compañero. Las libaciones habrían sido propicias, mi seso irá abierto y el Sol hablará su esplendor despacio. Tendré buena compañía a quien escuchar, pues habré aprendido a no ser sordo. Diré cosas de ti con alta estima y mi amiga dirá que hubiera sido lindo conocerte. Dirá lindo porque será su modo de decir las cosas''.

``Aquel día nuestros pasos por la vereda sacudirán cariñosamente tu tumba, donde ya no estarás, te lo prometo''.

Emeterio leía con el aliento detenido. ``Será lo justo contigo que fuiste bueno, porque entonces estaremos felices probablemente y aliviados para cantarle al Sol. Un surtidor de figuras, las posibles y las imposibles, inundará los aires donde los sueños se cumplen. Pendiente de un ala de halcón planeará su vista sobre los cerros que rodean el valle y parecen una epidemia de senos en el pecho de la Tierra. Las nubes flotarán como látigos destemplados, titanes de plata evaporándose, casi quietos.

A Emeterio le gustaba, sin necesidad de entenderlas, las visiones de Calucas; incluso ésta, que lo daba por muerto, le producía intensa dosis de aliento y diversión, con todo y los versículos de advertencia al calce: Qué duro es volver a nacer. Qué duro es andar de vida en vida.

A ver si entendió el esforzado jardinero: Calucas sentía envidia de la muerte de Emeterio, y Emeterio de la vida de Calucas. Total que nadie está contento con lo que tiene.