Un reciente viaje a Guadalajara, una participación en un homenaje, y el escuchar a un ilustre vejestorio lanzando condenaciones a diestra y siniestra y cantando alabanzas a su propia y ameritada persona, inclinaron a este bazarista al estudio del capítulo de la urología dedicado a la espeluznante -y temporalmente útil- próstata. Se limitó al análisis de los síntomas experimentados por los creadores artísticos, los académicos, los difusores culturales, y los periodistas que ya pasaron -o andan pasando- la barrera de una edad que les otorga descuentos en los cines, autobuses, teatros, museos, ferrocarriles y algunas líneas de aviación. Si tiene usted algunos de los síntomas que a continuación se indican, pida pronto una cita con su médico: 1. Piensa que no han valorado justamente su obra. 2. Esto es así por la envidia de sus contemporáneos, la miopía de los jóvenes o las conjuras de los enemigos verdes de despecho y espumarajientos ante los destellos de sus creaciones (fábula del sapo y la luciérnaga). 3. Edita usted sin parar su obra completa, la publicita con avidez y angustia, y la presenta con un boato epopéyico que, a la postre, le parecerá siempre insuficiente. 4. Ya le da por decirles ``señor'' a quienes considera sus detractores y ``muchachitos'' a los que andan empezando. 5. Ha dejado de gozar y de admirar las obras de los otros. 6. Dedica la mayor parte de la publicación que dirige al estudio, encomio y exaltación de su propia obra. 7. Siente la necesidad de ser homenajeado con periodicidad semanal. 8. Considera imbéciles y conjurados a quienes no gustan de su obra. 9. Asesta su curriculum, galas y honores hasta a los compañeros de largos vuelos transoceánicos. 10. Asegura que ``lo que pudo haber sido y no fue'' no es por su culpa (o por la acción del destino ciego) sino por las artimañas y maldades de los envidiosos ninguneadores. 11. Anda ya buscándole lugar en calles y plazas a su estatua sedente. 12. Empieza a dormirse cuando está dando una conferencia. 13. Se enfada cuando una parte del público inicia una marcha casi maoista hacia la puerta del salón. 14. Empieza a ver ``muy acabados'' a sus compañeros de generación. 15. Considera que sólo usted puede hacer las cosas bien, y que sus colaboradores necesitan siempre de sus luces, aprobaciones y guías de conducta. 16. Ha empezado a tronar en contra de la servidumbre, los sindicatos, la ``música moderna'', los ``desfiguros plásticos'', los ``indios remisos'' y los ``experimentitos esos...'' 17. Dice con frecuencia cada vez mayor: ``si yo se los decía''. 18. Interviene sin parar en las reuniones para contar anécdotas de su tiempo, descargar moralina o hacer valer sus largos años en el puesto o en la tarea artística, como único argumento para cimentar su inapelable importancia y la propiedad indiscutible de un amplio repertorio de verdades. Si tiene más de ocho de estos síntomas, acuda a su urólogo. No queremos alarmarlo, pero su P.S.A. andará más arriba de los cinco y el tacto descubrirá bordes, filos y hoyancos verdaderamente lunares. Se advierte que estos síntomas se dan a veces en personas jóvenes, y hasta en mujeres calificadas por los especialistas como ``para-prostáticas''. Por otra parte, un apapacho ocasional es conveniente, y hasta puede estimular potencialidades adormecidas o mejorar estados depresivos (esos en los que se amanece con la sensación de ser gobernado por un político del grupo ``regeneracionista'' que propugna por la caída permanente del sistema electrónico para eternizar al político; con la angustiosa idea de que el PRI seguirá ganando las elecciones ``de aquí a la eternidad'', o con la terrible sospecha de que el Vaticano seguirá haciendo crítica literaria y metiendo narices y flagelos en los genitales de la humanidad...) y de inseguridad. Dante Milano, poeta brasileño, cuando se sentía en plena derrota literaria, llamaba a los tres o cuatro amigos cuyas opiniones respetaba y les pedía: ``Um elogiozinho por amor de Deus''. Eso, un elogio pequeño y verdadero para salir a la calle con el rostro discretamente iluminado. HGV
Poetas al alimón. Este miércoles 4 de noviembre, a las 20 hrs., José Homero, xalapeño ilustre, y José Koser, cubano radicado en Málaga, presentan sendos libros de poesía: La máquina ilimitada (Ediciones Sin Nombre) y Sitio del verano (Margen del Tiempo, UAM), respectivamente. Un poeta introducirá al otro y viceversa, el moderador será José María Espinasa. La cita es en la Librería Pegaso de la Casa Lamm (Álvaro Obregón 99 y Orizaba, col. Roma). Al término de las mutuas presentaciones habrá una lectura. Si se hizo bolas con esto de quién presenta a quién y cuál es el libro de cuál, pues asista y así saldrá de dudas. Celebración ¿y despedida? El viernes 6, la mítica revista Generación celebra sus diez años de aparecer contra viento y marea. La fiesta iniciará con una mesa abierta que reunirá a colaboradores y amigos de la revista: José Luis Cuevas, Raúl Renán, Edgardo Bermejo, Arturo García Hernández, Fernando Fernández y Ulises Castellanos, entre otros. Más tarde, habrá un baile, amenizado por los grupos Salario Mínimo y Restos Humanos. Esta es la buena noticia. La mala es que, ``al cumplir la proeza de llegar a la década, parece ser también el límite para desaparecer, dadas las circunstancias económicas de la publicación, más angustiantes que las del país entero''. El evento se llevará a cabo en el Museo José Luis Cuevas (Academia 13, Centro Histórico), a las 19:30 hrs. La entrada es libre. Ahora que si usted, alternativo lector, tiene la fórmula para que la revista (y toda su tradición) subsista, puede hablar a los tels. 525 0489 y 547 2652. Tres novelas y un solo tomo verdadero. La infatigable Aline Pettersson convoca a la presentación de su libro Colores y sombras (Tres novelas), que aparece en la colección Lecturas mexicanas, cuarta serie, del CNCA. Participan en la mesa: Luz Aurora Pimentel, David Martín del Campo, Ignacio Solares y la propia autora. De nuevo deberá usted regresar a la Librería Pegaso de la Casa Lamm (esperamos que en cada ida compre al menos un libro) el jueves 5, a las 20 hrs. No sabemos si habrá vino de honor pero por lo menos anuncian valet parking. Algo es algo. Altar de muertos en el Museo Dolores Olmedo. Si quiere usted variar sus tradicionales visitas a los clásicos lugares donde se exponen las ofrendas a los muertos, vaya al Museo Dolores Olmedo. El altar de muertos está dedicado a la madre de la señora Olmedo, doña María Patiño Suárez viuda de Olmedo, con tema alusivo a los bailarines de Tehuantepec y obras del famoso Pedro Linares, creador de los alebrijes. Habrá música de mariachis y marimba. dulces típicos, pan de muerto, cerámica, calaveras, cartonería, obras de barro de Metepec y trabajos en hoja de lata. Así, a la par de recordar a nuestros muertos con mexicanísima alegría, celebramos el trabajo artesanal, que también mata, pero despacito. El museo se encuentra ubicado en avenida México 5843, La Noria Xochimilco, CP 16030. Informes en el tel. 555 0891. Día de muertos en Coyoacán. La delegación Coyoacán lo invita a usted, calavérico lector, con todo y familia, a que asista a la Muestra de ofrendas y calaveras literarias del día de muertos, que tendrá lugar los días 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre. Esta muestra, que es realizada por la comunidad coyoacanense en general: pueblos, barrios, colonias, escuelas, centros culturales e instituciones, será inaugurada a las 18 hrs. del sábado 31 en el patio del Foro Cultural Hugo Argüelles (Allende 36, col. del Carmen, Centro Histórico de Coyoacán). Nomás acuérdese de no estacionarse frente a las entradas de coches de los vecinos, y de ir bien abrigado y protegido contra cualquier inclemencia climática (puede que haga frío, puede que llueva torrencialmente o en chipi chipi, puede que sucedan las dos cosas, puede que no suceda ninguna y termine usted cargando el abrigote, el paraguas y el suéter de Chiconcuac. No importa: familia prevenida vale por dos). CG-T
|
Las complejas e indescifrables razones que determinan nuestra conducta provocan que cada determinado tiempo queramos tener miedo. El cine, las ferias de pueblo y los parques de atracciones ofrecen numerosas variantes del espanto controlado; vemos heridos y fantasmas sin salpicarnos de sangre ni ingresar definitivamente al más allá. La necesidad de asustarse varía tanto como el repertorio de los hombres. Hay quienes se infartan con la primera araña de trapo y quienes duermen abrazados a un ejemplar de ``Chucky, el muñeco asesino''. La verdad sea dicha, aún se desconocen las consecuencias cerebrales de atemorizarse muy seguido. ¿Es posible consultar la ouija todas las noches y presenciar las convulsiones de la abuela poseída por Maximiliano sin padecer serios trastornos familiares? Quizá los adictos a las mutilaciones de la cinematografía gore tengan sueños más dulces que los medrosos de ocasión, pero también es posible que sus inciertos desfogues como voyeurs de la tortura conduzcan con el tiempo a esa franja de las perturbaciones que comienza con orinarse en la cama y termina con decidir que no hay mayor hospitalidad para los visitantes de la casa que guardarlos en rebanadas en el refrigerador.
Es difícil saber en qué momento las dosis de miedo voluntario se vuelven perniciosas. Lo cierto es que muy pocos pueden sustraerse a la helada delicia de sentirse provisionalmente amenazados. Al hombre libre le gusta asustarse cuando le dé la gana. Pero la mano invisible del mercado tiene otros planes para él. Desde hace años se importa una temporada del terror: la juguetería de calabazas y dedos amputados que conocemos como halloween. En octubre, los almacenes tratan de disciplinar el susto con una orden terminante: en la noche de brujas hay que disfrazar a los niños para que salgan a molestar a los vecinos. Estamos, sin duda alguna, ante la única fiesta de la mendicidad deportiva. De repente, un rebaño de dráculas, morticias y frankensteins en miniatura llama a tu puerta en pos de malvaviscos. El asunto es grotesco por numerosas razones. Todo aquelarre que se respete debe producir al menos un poco de escalofríos; sin embargo, los niños en trance de halloween sacrifican los espasmos y el nerviosismo para pedir caramelos que no siempre les gustan. Los beneficios del terror sólo les duran unos segundos, cuando terminan de disfrazarse y se ven en el espejo. Para quienes estamos al otro lado de la puerta, el halloween es la noche de los conserjes masoquistas. ¿Quién más puede gozar con los que llegan a pedir limosnas de azúcar cada cinco minutos? Para colmo, en una ciudad como la nuestra, donde hay niños que tienen chips bajo la piel para ser detectados en caso de que los secuestren, el halloween provoca alarmas que nada tienen que ver con las narices de plástico de las brujas de seis años. Dejar salir a los niños vestidos para una misa negra entraña tantos riesgos que los padres suelen unirse a la caravana (con el efecto consiguiente de que les dan desconfianza a los vecinos). Para quienes seguimos al otro lado de la puerta, los temores son otros: que nos asalte una banda de enanos disfrazados de niños disfrazados de muertos vivientes. ¿Serán capaces los policletos de controlar el tráfico de pedigüeños legítimos y despojar a los impostores de sus máscaras de Salinas y Godzilla? En una ocasión, caminaba con el poeta Francisco Cervantes por las calles del centro cuando nos vimos rodeados por una docena de niños que tendieron sus calabazas de plástico y nos jalaron las mangas del saco al grito de: ``¿Nos da nuestro halloween?'' Francisco respondió con dignidad vernácula: ``No hablo inglés.'' No creo que sea un reblandecimiento folclórico decir que la fiesta mexicana del Día de muertos era mejor que el halloween. Además de las flores color naranja en los panteones, las calaveras rimadas en los periódicos y el santo olor del pan de muerto, nuestra tradición tiene una ventaja innegable: sólo llegan a tu casa los que invitaste a comer tamales.
A Sepo, claro, que cultiva flores en
Como dice la gramática, hay dos clases de nombres, los propios y los comunes. Los propios designan particulares, individuos, por ejemplo Abundio Mangada, Tíber, El caballito, Tepoztlán; los comunes designan cualquier miembro de una clase, por ejemplo, hombre, río, monumento, ciudad. Se dirá que hay muchos Abundios, sí, pero los miembros de la clase de los Abundios no comparten otra cosa que ese nombre, mientras que los miembros de la clase de ``hombre'' comparten las características de humanidad. Dicho de otro modo, en el diccionario figura ``hombre'', pero no ``Abundio''. Es obvio que no todos los particulares tienen nombre propio. Por ejemplo, ¿por qué los árboles no tienen nunca nombre propio? No hay dos iguales: para el que sabe mirarlos cada árbol tiene su propia y rotunda individualidad. Pero ciertamente no tanta como los perros, los barcos, los gorilas de los zoológicos, los palacios o las fuentes o, claro, las personas. ¿No tanta? ¿Podemos decir que hay mucha o poca individualidad? ¿Por qué a los árboles no les ponemos nombre propio? La respuesta va a ser, desde luego, porque el nombre de un árbol no tiene usos, no sirve para nada. Pero ¿por qué no sirve para nada? José Revueltas tenía un árbol con nombre. Se llamaba Sánchez y el escritor veía sus ramas desde la ventana de su comedor. El árbol Sánchez. ¿Por qué suena extraño? Imaginemos que Revueltas pregunta ``¿cómo pasó Sánchez la tarde?'' No, la pregunta es lunática porque un árbol no tiene mudanzas en lapsos cortos de tiempo. Si digo, Sánchez se está secando y tiene plaga, estoy hablando de procesos muy dilatados. Aquí vemos una nota de la falta de utilidad de ese nombre: el nombre propio se aplica a aquello de lo que tenemos que hablar porque su comportamiento es imprevisible en lapsos cortos de tiempo. Pero, claro, hay otras razones. Aunque una fuente no tiene mudanzas en lapsos cortos, muchas veces tiene nombre propio. Esto es porque es necesario para el habla cotidiana distinguir una fuente de otra, sobre todo cuando se usa como punto de referencia. ``Nos vemos en la Fuente de las ranas.'' Es muy raro que haya dos fuentes con el mismo diseño, ¿qué pensaríamos de una ciudad con seis fuentes iguales?, y todo lo que es único, pide nombre propio. Pero aunque los árboles no tienen nombre propio, sí tienen nombre común, a saber, el de árboles (y se puede precisar en cada caso en su clasificación botánica). Porque una cosa que no tiene nombre común es inquietante. Considérese el siguiente diálogo: -Ese monstruo que está ahí -pregunta la señora- ¿qué es? -Observe señora, que tiene cartílago, hueso, plumas delirantes y un cuerno. -Parece más bien gelatina, qué horror. ¿Dónde tiene los ojos?, ¿cómo lo organizo? ¿Dónde están cabeza y tronco, dónde las extremidades? ¿Tiene alas? ¿Qué es? -No vayamos tan aprisa, señora, nos pide usted demasiado. Mire usted qué colores: solferino, fuscia, plúmbago, granate que el Tiziano alcanza en sus veladuras, si nos permite hablar así. La ausencia de nombre común se vuelve signo de interrogación. El nombre identifica la cosa, un paso más y decimos el nombre es la cosa. Este paso lo da Fray Luis de León en su consideración de los nombres, capítulo tercero de su admirable tratado de los nombres de Cristo, llamado De los nombres en general. Y mira qué prosa. ``Nombre es aquello mismo que se nombra, no en el ser real y verdadero que ello tiene, sino en el ser que le da nuestra boca y entendimiento. Porque se ha de entender que la perfección de todas las cosas, y señaladamente de aquellas que son capaces de entendimiento y razón, consiste en que cada una dellas tenga en sí a todas las otras, y en, siendo una, sea cuanto le fuera possible; porque en esto de avezina a Dios, que en sí lo contiene todo.'' Esto es, el nombrar nos hace semejantes a Dios. Cada uno de nosotros es, pues, ``un mundo perfecto''. Pero ¿cómo podemos guardar un mundo dentro de nosotros? ``Porque el ser que tienen [las cosas] es ser de tomo y cuerpo, y ser estable y que assí permanece; pero en el entendimiento de que las entiende házense a la condición dél, y son espirituales y delicadas; y para dezirlo en una palabra, en sí son la verdad, mas en el entendimiento y en la boca con imágines. [...] y así queda claro lo que al principio diximos, que el nombre es como imagen de la cosa de quien se dize, o la misma cosa disfrazada de otra manera.'' Qué bien, la palabra es la cosa disfrazada de imagen. La próxima vez veremos con qué gracia distingue entre nombres propios y comunes y otras cosas dignas, espero, de lecturas y reflexión.
In memoriam Walter Kendrick
(1947-1998) Los contras de la sobreabundancia El 26 de junio de 1997 la Suprema Corte de Justicia estadunidense determinó que la propuesta de ley de la decencia en las comunicaciones (Communications Decency Act) era anticonstitucional. No obstante, apenas dado el veredicto, los censores ya se encontraban trabajando en una nueva propuesta de ley destinada a regular el material ``obsceno y ofensivo''. El resultado es la propuesta de ley de la privacía infantil en línea (Child Online Privacy Act), la cual es muy semejante a la anterior pero utiliza el estándar constitucional en vigor, reconocido y usado en los tribunales federales por más de 30 años, que determina lo que es dañino para los menores de edad. Como era de esperarse, los conservadores, una vez más, tratan de validar su ideología represora justificándola como defensa de la niñez y, para colmo, tratan de aplicar criterios que datan de la década de los sesenta (la era en que se hizo patente el desfase entre la cultura juvenil y la ideología en el poder). Lo porno en Internet está en expansión y se encuentra muy visible y accesible, lo cual es una violación a la ley no escrita de la tolerancia social (la pornografía es tolerada en tanto sea una cultura aparte del resto de la cultura). Esto tiene dos consecuencias principales: es prácticamente una invitación a una contraofensiva censora y la sobreabundancia tiende a devaluar el carácter estigmatizado que debe tener lo pornográfico para ser excitante. Un medio interactivo para un placer pasivo Tanto la porno como la navegación virtual son experiencias que predominantemente están hechas para practicarse en la soledad. Hasta cierto punto es incongruente que un medio en esencia interactivo sea tan efectivo para el voyeurismo. El espectador de porno en general establece una relación pasiva (casi de sometimiento) con las imágenes y una interactiva con su propia anatomía. Tradicionalmente, la interacción del consumidor de porno se limita a buscar en el universo de imágenes pornográficas aquellas que se ajusten más a sus propias fantasías y, en el mejor de los casos, que las enriquezcan. Actualmente hay imágenes porno en la red que pueden verse gratis, mientras que algunos sitios cobran tarifas mensuales que van desde diez dólares hasta veinticinco y un show en vivo puede costar hasta seis dólares por minuto. Muchos sitios ofrecen su contenido a cambio de información del usuario: email, teléfono, dirección, gustos y número de tarjeta de crédito (supuestamente para asegurarse de que el cibernauta sea mayor de edad). Esta información puede ser más valiosa que una tarifa fija, que ya es mercancía, que las compañías de marketing venden a cientos de empresas de todos tipos, además de que existe siempre el riesgo de que alguien logre robar estos datos. Nuevas ventajas, viejas incomodidades A riesgo de que se me considere un depravado, debo reconocer que sigo fascinado con el ingenio e inventiva de los pornógrafos de la red y a menudo paso horas de azoro saltanto entre links porno. Si bien el producto que se ofrece es la reiterada presentación de los mismos actos sexuales que los humanos han practicado durante los últimos 10,000 años (o casi), es apasionante que los pornógrafos logren hacerlo ver novedoso. Es cierto que la variedad de ofertas y propuestas pornográficas en línea es enorme, además de que se cuenta con el factor de lo imprevisible y la sorpresa, lo cual es importante en la experiencia autoerótica en línea, pero es igualmente apasionante reconocer las estrategias de que se valen los pornógrafos para atraer clientes, conservarlos y sobrevivir en un mercado extremadamente agresivo. Ahora bien, el problema de la pornografía en la computadora ya no tiene que ver tanto con la calidad de las imágenes ni con la velocidad a la que se tiene acceso a las diferentes páginas, sino con que la computadora en general se sitúa en el escritorio (y no en la sala o la recámara, como la tele) de la oficina y aunque sea portátil rara vez se lleva al baño. Actrices porno en línea reconquistan su cuerpo Por último es interesante que muchas actrices y ex actrices porno han tomado por asalto el ciberespacio como un lugar donde pueden conquistar una industria de la que se consideraban tan sólo partes desechables. Una de las primeras actrices porno que instaló una página en Internet fue Brandy Alexandre, ahora decenas de estrellas han seguido su ejemplo creando páginas donde ofrecen su cuerpo (sin mucho más riesgo que dañarse la vista o causarse el síndrome del túnel carpal) a miles de cibernautas. Tradicionalmente, la carrera de una actriz en este negocio termina, con suerte, poco después de cumplir 30 años. Gracias a la red esta frontera deja de contar. Estas actrices están más expuestas al escrutinio visual del público que nadie en el mundo del espectáculo, no obstante rara vez tienen oportunidad de expresarse de otra forma que a través de aullidos, gemidos y una variedad de destrezas corporales. La red les ofrece por primera vez la oportunidad de comunicarse en otros términos. Naief Yehya
Grandes sistemas del pensamiento humano se han desarrollado a partir del eterno juego malabar de los opuestos: lo femenino y lo masculino, la vida y la muerte, el bien y el mal, el idealismo y el materialismo, la luz y la oscuridad. A veces considerándolos complementarios y resaltando su función dialéctica pero, las más de las veces contraponiéndolos. Dioses, semidioses, héroes, animales encarnando dichas fuerzas han poblado el vastísimo mosaico mitológico y religioso que el hombre ha creado para explicarse a sí mismo, la vida, el universo, la muerte y, en muchos casos, para justificar el sometimiento de sus congéneres bajo la amenaza del terror, el sufrimiento y el fuego eternos. En la obra teatral Molière, Sabina Berman se ocupa de dos de esas actitudes ¿irreconciliables? ante el mundo, dos maneras de sentir, de ver y de pensar como son la comedia y la tragedia encarnadas por dos de sus más notables representantes. Molière y Racine respectivamente. De nuevo los opuestos, la risa versus el llanto (las típicas máscaras que por siglos ilustran los frisos de los teatros). Este tema sobre el que se ha dicho y escrito tanto, deriva en una trama ágil y amena en la que el arzobispo de Francia cruza una apuesta con el rey Luis XIV por 30,000 liras con el fin de probar que, al privar a Jean Baptiste Poquelin -Molière- de sus privilegios económicos y confrontarlo, en carne propia, con la parte trágica de la vida perderá, finalmente, su sentido del humor demostrando, así, que la felicidad de Molière era simplemente una máscara que ocultaba el verdadero rostro del sufrimiento. Para ello, aprovecha la rivalidad que el soberbio Jean Racine profesa hacia Molière y lo hace cómplice de sus planes. Salvo alguno que otro parlamento un tanto demasiado obvio en su intención cómica, el texto de Sabina se teje a base de diálogos frescos y apartados del formalismo acostumbrado en montajes ``de época''. Lo anterior está además respaldado por la puesta en escena de Antonio Serrano que complementa felizmente esta intención de erradicar toda teatralidad exagerada por parte de los personajes, más bien contemporaneizados, amén de sus pelucas y el vestuario elegantemente diseñado por Carlos Roces. Dicha mesura hace que esta, la de Molière, constituya una de las memorables personificaciones de Héctor Ortega, actor con una gran madurez escénica. El joven y engreído Racine es interpretado por un Mario Iván Martínez muy depurado y convincente salvo, quizá, por unos cuantos ``tics'' de más y un tanto forzados. En cuanto al resto del elenco, sorprende su gran cohesión alrededor de la propuesta de Serrano sin altibajos, tropezones ni desniveles tan comunes en un elenco de tal magnitud. Rara es la ocasión de presenciar esa fusión alquímica de los elementos a la que tanto se aspira en un montaje escénico. Esta es, probablemente, una de ellas. La música original, compuesta por Hernán del Riego (que además personifica a Lully quien, a su vez, fue actor y compositor) es interpretada en vivo y deliciosamente por el pequeño grupo de músicos conformado por Carmen Mastache, Martha Amezcua y Diego Aragón Castaños. La escenografía de Gabriel Pascal, además de sorprender por la disposición del espacio (cosa que como espectador se agradece especialmente por tratarse del teatro Julio Castillo), sigue fiel al juego de los opuestos -siendo básicamente muy sencilla pero a la vez versátil y rica en su juego de los muchos y muy diversos planos- completándose con una iluminación de gran belleza. Cabe incluso mencionar la ilustración de Benjamín Domínguez para la portada del programa de mano que rescata, para la memoria, la imagen en movimiento del çngel de la Risa que atraviesa graciosamente el escenario montando su monociclo. A todo esto hay que añadir la participación de Argos como coproductor, junto con la Compañía Nacional de Teatro, y darle la bienvenida en su primera y muy afortunada incursión dentro del teatro. Molire se presenta de jueves a domingo en el Teatro Julio Castillo dentro de los horarios acostumbrados. Disfrútela.
``Luego de la muerte de Dios la única práctica metafísica es el arte'', dice Nietzsche. Y parece una carga pesada que el arte del siglo XX, y muy especialmente la poesía, asumió con creces y no siempre como destino. Lo que podría resultar de aquella sentencia es difícil de suponer. Sólo podemos decir lo que ocurrió: un arte, la mayoría de las veces autocentrado, respondiendo a aquella noción clásica y clara del lenguaje que se ``repliega en sí mismo''. En mayor o menor grado, ese ha sido el camino del arte del siglo XX sin excepción. No son diferentes del autocentramiento ciertas nociones estéticas del arte que en este siglo intentó contribuir a las luchas emancipadoras del hombre. La ``apertura'' del arte a ``las masas'' (en la acepción irónica de Maiakovski) no desdeñó una conciencia de la materialidad del arte que se viera puntual como punto de partida de una comunicación que desdeñara la transmisión estética e hiciera primar, en esa comunicación, la función referencial, la apelativa o la expresiva de lenguaje. Más aún: las contribuciones de la vanguardia soviética son ejemplos de intento de creación de formas nuevas para tiempos y hombres nuevos, y no de formas gastadas para hombres venideros. Lo que se plantea, en última instancia, en el espacio de un arte que toma como tema obsesivo la condición de su repliegue ``en sí mismo'', es la posición del artista frente al canon estético de una época. Si nuestro siglo vio circular una buena corriente de obras ``diciéndose a sí mismas'', esa posición pudo haber sido liberadora y anticanónica con relación a la estética romántica o a la estética simbolista, por ejemplo, pero fueron obras perfectamente centradas en un canon autojustificativo en cuanto a su deber ser como obras. Las obras de la vanguardia histórica intentaron una apertura formal inusitada con relación al siglo XIX. Pero esa apertura de formas adquiere derecho de piso y suelo porque se entiende que, a partir de la primera guerra mundial, hay muy poco contenido humano, en cuanto a valor o en cuanto a significados totales que transmitir. No se trata de la creación de nuevas formas para nuevos contenidos o para nuevos significados sino de que, simplemente, los significados transmisibles han caducado. El auge de la forma estética como dominante, como primer tema a tener en cuenta (o como único tema, salvo el vacío) no se origina tanto en un proceso de muerte y resurrección del arte sino más bien como reconocimiento de la interferencia de la historia y de su labor, ahora sí ``prima'', en cuanto a la consideración del arte mismo. El arte que apostó por una dimensión verdaderamente nueva jugó y perdió la batalla históricamenteÊvíctima de la distorsión o traducción literal de ideales utópicos a prácticas totalitarias que, como quedó demostrado a lo largo del siglo, nada tienen que ver con la legitimación de formas nuevas. Y el arte que no entró en el dominio de la apuesta histórica se retroatrajo al canon de su ``repliegue en sí mismo'', solicitando legitimidad para el autocentramiento como para el ``verdadero sentido del arte''. Tanto el arte que suscribe la esperanza de un cambio como el que se define por una posición esencialista, de ``arte válido en sí mismo'', ocuparon el mayor terreno reservado para el espacio estético. Pero no fue, parecería, ni el arte temporal o histórico ni el esencialista, puro o intemporal, el arte que resultó, en una mirada retrospectiva rápida, propositivo de bases para una disidencia estética en el siglo. Lo fue con obras que actuaron como un contratiempo al tiempo tanto histórico como metafísico... Anábasis, de Saint-John Perse, publicado en 1926, cuatro años después que Eliot dictaminara el derrumbe de la imagen civilizatoria de Occidente en Tierra baldía (1922), resuelve, a través de una mirada mítico-simbólica, recuperadora, la suerte de la aventura humana. Rilke, en las Elegias de Duino, no propone tampoco ni un recurso a un canon desaparecido ni la condena formal a un estado de cosas estético. Pregunta, simplemente, dónde está lo que había. El alejamiento del texto humano que posibilita la visión poética, en el primer caso, o la pregunta por lo perdido, en el segundo, actúan como emergencias artísticas reales que van a contrapelo radical de su momento de vida pero que no están, por eso, fuera de compromiso humano.
|