Marco Rascón
Las víctimas del ogro global

Si desde Norteamérica nos viene la globalidad económica, desde Europa nos acostumbran a la globalidad jurídica por medio de la justicia que no se ha hecho en nuestros países. El ogro global ha despertado y se ha vuelto contra los mismos que le alimentaron y le sirvieron, pero esto -sin duda- marcará ya una nueva legalidad en el mundo. El ogro global para crecer se ha mordido la cola, pues los crímenes y delitos cometidos por Pinochet y los Salinas (Carlos y Raúl) fueron en nombre de ese nuevo orden que ahora los acusa.

A Pinochet y los Salinas (Carlos y Raúl) los ha devorado el ogro global, ese nuevo orden que metieron en casa, a punta de bayonetas. Pinochet no sólo fue un aliado del ejército británico contra sus vecinos argentinos; Salinas no solo metió al ogro en casa, sino que en nombre del libre comercio pisoteo derechos, defraudo votos y creó un clima de violencia y persecución contra sus adversarios ideológicos. Ambos fueron cruzados, al servicio de las ideas y consignas de la Dama de Hierro, Milton Friedman y la entrega de su país a los intereses de las transnacionales que a su vez los protegieron y emularon, pues ellos -Pinochet, Salinas y Menem- fueron la vanguardia de la doctrina en América Latina. Ese nuevo orden económico hizo caso sordo a las denuncias sobre el rompimiento del orden constitucional y elecciones fraudulentas en ambos países. De 1973 a 1994 Chile y México fueron convertidos en protectorados de la nueva estructura financiera internacional, en contra de los derechos e intereses de millones de trabajadores, ahorradores, inversionistas y productores, y no basta la detención y persecución de los dos personajes si antes no se les permite a Chile y México decidir su propio destino y las formas de integración al mundo global. El delito mayor, la causa de los males de México y Chile, no fueron sólo el golpe, la usurpación y la violación masiva de derechos humanos, sino -justamente- haber impuesto un proyecto nacional y económico que desde Estados Unidos, Inglaterra, Japón, Alemania, Francia e Italia les festejaban.

Murió el ogro filantrópico, el Estado paternal que acusaría Octavio Paz cuando comulgaba con el nuevo orden económico, tras el fraude de 1988 que segmentos de la intelectualidad minimizaron y vieron como un mal necesario para avanzar a la modernidad. El ogro filantrópico murió frente al ogro global y en ese tránsito ha predominado la confusión y la incertidumbre frente a lo que queremos ser y lo que seremos.

Tanto Carla del Ponte, desde Suiza, como el juez Garzón, desde España, han extendido una peculiar mano invisible para hacer justicia universal, la misma que no pueden hacer los países usados y victimados por Salinas y Pinochet. Con esa mano invisible no sólo se regula la oferta y la demanda, sino también se les hecha el guante contra aquellos que tienen que pagar la impopularidad del nuevo orden económico y lavar la conciencia de las naciones promotoras. Hoy, con la persecución de los Salinas y la reclamación de Pinochet, el ogro global se gana mundialmente las mejores consideraciones y se abaten las suspicacias sobre un nuevo tribunal universal como el de Nuremberg, con una diferencia sustancial: se acusa a los promotores del neoliberalismo, pero no se cuestiona ese modelo económico. Es como si Nuremberg hubiese condenado a Hitler, pero nada hubiera dicho del nazismo; Pinochet y Salinas en descargo, pueden decir que actuaron a favor del derecho del tribunal, que ahora los juzga y besando al ogro global que los señala. Incluso, hasta podrían ellos justificarse.

¿Qué pagaremos a cambio de esos actos justicieros? ¿Seremos mejores países, más libres y dueños de nuestro destino ahora que hicieron lo justo los tribunales del mundo global e integrado, pero que han sentado ya un precedente de tribunales supranacionales? ¿Cómo pagaremos la irresponsabilidad de Zedillo y Frei por no haber promovido el juicio nacional de Salinas y Pinochet, en vez de exiliarlo o darle al segundo una senaduría vitalicia?

Al margen de lo que podríamos decir de la autoridad moral de Inglaterra o España, es preciso recordar que el Estado suizo ha dicho que México es un narcoestado. En ese sentido, Suiza es un país ``decente'' y México no. Sin embargo, ese pequeño y neutral país vive del secreto bancario, de lavar dinero legalmente, de recabar capitales de misteriosa procedencia de Asia, Africa, Medio Oriente y América Latina; capitales que son resultado de malos gobiernos que dejan un saldo de crímenes, deformaciones económicas, políticas perversas, escándalos y delitos fraudulentos. Ahí se depositaron los capitales nazis, recaudados en los campos de concentración de exterminio; filántropos de vocación apoyan acciones provenientes de la renta de los capitales secretos propiedad de narcotraficantes, dictadores, especuladores y saqueadores, quizá más limpios que los Salinas para hacer sus operaciones, pero definitivamente iguales muchos de ellos. El Estado suizo duerme tranquilo por vivir de convertir lo ilegal en legal; los capitales mal habidos en riquezas decentes. ¿Ellos son ahora los jueces, no sólo de Raúl y Carlos Salinas, sino de México? ¿Podremos nosotros mismos juzgar a los corruptos y políticos narcotráficantes?

Hoy el ogro global persigue a Pinochet y Salinas como una maldición, dejando una moraleja: el ogro es el ogro y los que hoy reclamamos justicia contra los crímenes de Pinochet y Salinas, también podríamos ser víctimas si no definimos lo que somos en esta integración y este capitalismo salvaje que acaba con el futuro de las naciones.

Salinas y Pinochet sembraron un frijol gigante y llegaron, más allá de las nubes, con el ogro global... ¡y se los comió! Nadie pensó que los despojos de Salinas y Pinochet todavía sirvieran para culminar su propia obra: la legitimación de la integración jurídica y la vigencia de los tribunales globales.