La victoria de Walter Schreder en las recientes elecciones de Alemania Federal ha abierto expectativas e interrogantes acerca del papel de la izquierda en los futuros escenarios políticos, tanto en Europa como en América Latina. La más atrayente de todas esas expectativas e interrogantes es la de la llamada ``tercera vía'' para el socialismo.
Según esta apreciación, la ``tercera vía'' surge desde la izquierda hacia el centro para actuar con dinámica propia entre la vieja izquierda ideológica, y la nueva derecha fundamentalista. Son las filas pragmáticas encabezadas por Tony Blair, donde ya está Romano Prodi, y en la que se colocará el propio Schrder.
Frente a esas interpretaciones esquemáticas no resisto la tentación inicial de hacer notar que si bien es cierto el parámetro de derecha brilla hoy, también lo es que con distintos esplendores en el mundo, desde los cuáqueros republicanos de Estados Unidos y sus juicios de fe, al gobierno conservador del presidente Misael Pastrana en Colombia, más interesado en traer la paz a un país dinamitado todos los días en cámara lenta, con seriedad republicana. Y tampoco pueden ignorarse las distancias que existen entre Le Pen, y Chirac en Francia.
El otro parámetro alegado, el de la izquierda ortodoxa, sobrevive sólo como una vieja añoranza después del derrumbe de lo que por mucho tiempo se llamó socialismo, y es llamado hoy, con algún pudor, socialismo real, hasta que ya no es real. A nadie se le ocurriría en estos tiempos de mercado global proponer una economía planificada con el control del Estado, y la discusión europea desde la izquierda se centra más que nada, según ha escrito Massimo D'Alema, quien habla por los viejos comunistas italianos renovados, en un nuevo pacto social que sustituya al creciente desmantelamiento del ``Estado social de bienestar''.
Tampoco resisto la tentación de anotar que tras aquel derrumbe, el único socialismo real posible, como proyecto de poder, ha quedado en manos de la vieja socialdemocracia, antaño anatemizada y vista con desdén y reserva compasiva por la izquierda dura. A esa socialdemocracia pertenecen hoy los viejos comunistas búlgaros, checos, rumanos, además de los italianos.
La invención de esta ``tercera vía'', vista en términos europeos, no deja de parecerme, por tanto, caprichosa. Siento que el debate abierto acerca de la magnitud del socialismo aplicable en los escenarios de la Europa del fin del siglo es un debate interno de la socialdemocracia triunfante, que sobrevivió incólume a la debacle del socialismo real o autoritario, sobre todo porque tuvo la cautela de no arriesgar nunca su compromiso con la democracia; y no veo que en este debate, donde deberán resolverse asuntos de énfasis y no de esencia, vayan a existir abismos insalvables entre Leonel Jospin, aliado con los comunistas franceses reciclados, por ejemplo, y el propio Schrder, aliado con los verdes, que no son precisamente de derecha.
Y con la vieja derecha europea, hay un punto en que los socialistas no podrán tener contradicción, como no la hubo antes, en tiempos del socialismo real: el de la economía de mercado. Ahora será más bien un asunto de competencia histórica: un modelo Blair que derrote al modelo Thatcher, y un modelo Schrder que derrote al modelo Khl.
Estas son las reglas del juego, democracia parlamentaria y economía de mercado. La socialdemocracia europea, que tras la victoria del SPD en Alemania gobierna ahora todos los países de la comunidad menos España e Irlanda, tiene enfrente una agenda muy distinta a la de la supuesta confrontación entre vieja izquierda y vieja derecha. Debe demostrar, más bien, en términos globales, que tiene un proyecto eficaz de modernización de cara al próximo milenio, desarrollo tecnológico, bienestar compartido; y el nuevo pacto social.
Tampoco hay señales de que los espacios políticos modernos en Europa vayan a repartirse de manera polarizada, como bien lo demuestran los resultados electorales en Alemania. En lugar de sólo dos, hay cuatro partidos en el parlamento, y allí se sientan los verdes, los viejos comunistas remozados de la RDA, y los liberales. Y los comunistas que cogobiernan con Jospin en Francia, ya no son los mismos de los tiempos de fidelidades conyugales con la Unión Soviética.
Todo lo anterior me servirá para hacer notar lo lejos que queda el socialismo latinoamericano del europeo al cerrarse el siglo. Mucho podrá discutirse sobre la revolución de Tony Blair dentro del laborismo británico, y para el gusto ideológico de algunos sus presupuestos renovadores tienen el color del liberalismo más galopante. Pero se trata de proyectos políticos que al mostrar audacia para cambiar, también muestran eficacia, y credibilidad.
En América Latina, en cambio, los viejos partidos socialdemócratas están enfermos en su mayoría de decrepitud, y han perdido crédito frente a un electorado cada vez más escéptico que difícilmente les entregará de nuevo las llaves del poder. Y los nuevos socialistas, que nunca han gobernado, encuentran serios obstáculos para ganar esa credibilidad.
Por tercera vez, Lula Da Silva no pudo convencer al electorado del Brasil, a la cabeza de una coalición variadísima que antes de nada, tuvo que resolver, otra vez, sus no menos variadas contradicciones para presentarse unida; contradicciones en las que los fundamentalistas de izquierda llevan siempre la mejor parte. En El Salvador, tras otra larga batalla estéril, el FMLN fracasó en escoger a un candidato atractivo en términos políticos, el alcalde de San Salvador Héctor Silva, o el empresario Héctor Dada, bloqueados con intransigencia digna de mejor causa desde la ortodoxia de la cúpula partidaria que no dejó otro remedio a su propio secretario general, Facundo Guardado, que presentarse él mismo como candidato, en lo que puede ser un imponente harakiri.
En estas circunstancias nuestras de América Latina es donde, efectivamente, se necesita para la izquierda una tercera vía, capaz de alejarnos del capitalismo salvaje, tan ineficaz como brutal, y de los fantasmas aún sueltos del socialismo autoritario, y sectario. Por allí comienza la modernización de la izquierda.
En un mundo de insensibilidades como el que nos domina, volverá a aparecer en el horizonte, en lugar del hedonismo anestesiado, la sensibilidad por los seres humanos; seguramente el siglo XXI sea un siglo humanista. Y ya Norberto Bobbio decía que la distancia permanente entre derecha e izquierda ha estado, precisamente, en la sensibilidad. Ojalá la izquierda moderna pueda ser esa campeona futura del humanismo, que es la mejor suma de libertad, solidaridad y democracia.