La Jornada 1 de noviembre de 1998

MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco

A través del cristal

DIEGO extrae de una bolsa los comestibles que su MADRE desenvuelve y coloca sobre la mesa de la cocina. Ambos suspenden la actividad cuando se abre la puerta y aparece el PADRE, quien, sin responder a los saludos, se quita el saco.

MADRE: Ten cuidado, no te vayas a enfermar, aquí hace más frío que en la calle (Sonríe tímidamente). Te llamé dos veces pero no te encontré.

PADRE: (Mientras se dirige al baño seguido por su esposa) ¿Querías que me quedara esperándote junto al teléfono?

MADRE: Claro que no. ¿Te dieron mis recados? (Se estremece cuando ve a su marido empaparse la cara con agua helada)

PADRE: Sí. Pásame la toalla. (Al instante de llevársela a la cara la aparta con repugnancia) Huele muchísimo a humedad.

MADRE: Con tanta lluvia la ropa no acaba de secarse. (Sonriendo de nuevo) Ya te había dicho que hoy me tocaba ir a la escuela de Diego, pero quise avisarte por si se te había olvidado.

PADRE: ¿Alguna vez se me ha olvidado algo que tenga que ver con mi familia? (Al salir del baño tropieza con su hijo, que apenas alcanza a retroceder)

MADRE: No te estaba reclamando nada, sólo te dije...

PADRE: ¿Para qué te quería la directora? Siempre es lo mismo: problemas con Diego. (A su hijo:) ¿Y ahora qué pendejada hiciste?

MADRE: Ay, por favor, no empieces. El no hizo nada.

PADRE: Sigue defendiéndolo. Pero luego no te quejes... (Mira el reloj de pared sobre el trinchador) ¿Qué hay de comer?

MADRE: Traje todo para hacerte unos sángüiches. No quise prepararlos antes porque en seguida se ponen tiesos.

PADRE: ¿Sángüiches? Eso no es comida.

MADRE: No me alcanzó el tiempo de hacer otra cosa. (Coloca los panes sobre una mesa) Como la entrevista terminó a las doce y media, de una vez esperé a la una para traerme a Diego.

PADRE: ¿No te acordaste de que yo vendría a comer?

MADRE: Pues sí. Te juro que hubiera llegado a tiempo, de no haber sido porque no aparecía la combi. Entré en la dirección bien asustada, pero cuando la directora me explicó que el niño sólo necesita...

PADRE: (Con un gesto le impone silencio a su mujer) Si se trata de que lo ayudemos más con las tareas, no cuentes conmigo. Mi único día de descanso es el domingo. No pienso pasármelo haciendo sumas y restas. Anoche estuve pensando en que sería bueno hacer con Diego lo que hizo su padre con El Papión.

MADRE: (Ante el desconcierto de su hijo) Un compañero de tu papá. Ya nos ha hablado de El Papión. Acuérdate.

PADRE: Era el más burro de la clase. Al fin su padre se fastidió y un día pidió permiso de entrar en el salón y allí, delante de todos, le dijo al Papión: ``Mira, chamaco: tú no naciste para el estudio ni yo para mantener güevones. Mañana empiezas a buscar trabajo''. (Acercándose a Diego) Es lo que pienso hacer contigo. No te rías: hablo en serio. Así nos evitaremos problemas y gastos inútiles.

DIEGO: Mamá... Papito, yo te juro... (Las lágrimas le impiden continuar)

PADRE: A mí no me jures nada. Y no chilles, pórtate como hombre.

MADRE: Por Dios, pero si sólo tiene nueve años. Además, con lo que le dices, ¿cómo quieres que no llore? Perdóname, pero no son maneras de tratar a un niño.

PADRE: No sigas defendiéndolo. Ah, otra cosa: te prohíbo que regreses a la escuela a dar la cara por Diego. Deja que se haga responsable. Si lo expulsan será porque se lo ganó.

MADRE: Oyeme, ¿quién habló de expulsión?

PADRE: ¿No fue eso lo que te dijo la directora?

MADRE: Claro que no. De haber sido así, ¿crees que estaría tan tranquila?

PADRE: Pues no sé, y como nunca hablas claro...

MADRE: Porque nunca me dejas. Así que por favor ya cállate y escúchame: si Diego ha sacado malas calificaciones no es porque sea flojo o tonto, sino porque no ve bien. ¿Oíste? No distingue las letras ni los números en el pizarrón.

PADRE: Momentito, momentito. ¿Dé dónde sacaste eso?

MADRE: No lo saqué de ninguna parte. Un grupo de oculistas fue a la escuela y le hizo unos estudios a los niños. Así se dieron cuenta de que Diego ve muy mal.

PADRE: (Observando muy atentamente a su hijo) Jamás se ha quejado de eso.

MADRE: Sí, cómo no: acuérdate que cada vez que lo ponemos a leer nos dice que le duele la cabeza y tú nada más lo regañas.

PADRE: El Papión decía lo mismo para zafarse de estudiar.

MADRE: ¿Te pido un favor? Olvídate de tu amiguito. No importa lo que haya hecho o dejado de hacer El Papión. Lo que me urge es llevar a Diego a Plaza.

PADRE: Qué bien. Ahora, con el pretexto de que es miope, en vez de ponerlo a que haga la tarea vas a llevártelo de paseo a Plaza, a gastar lo que no tenemos.

MADRE: Otra vez te equivocas. No vamos de paseo, sino a que lo revise el optometrista que nos recomendaron en la escuela.

PADRE: ¿Y por qué tienes que consultar precisamente a ese? (Adoptando un gesto malicioso) Qué se me hace que todo esto es una movida de la directora para ganar comisión.

MADRE: Ay, por favor, ¿cómo se te ocurre? ¿Por qué siempre tienes que pensar mal de todo el mundo?

PADRE: Por lo que he visto. Sólo por eso.

MADRE: Pues no soy tan mal pensada.

PADRE: Si lo fueras un poquito no nos habríamos metido en tantos problemas. Acuérdate del día en que te llamaron por teléfono para decirte que nos habíamos ganado un viaje gratis a Acapulco. Luego resultó que ya estábamos en la lista de compradores de un condominio y nos querían cobrar el enganche. Si no ha sido porque me pongo buzo, a estas horas, con el Fobaproa y el anatocismo y no sé qué chingaderas, estaríamos ahogándonos en deudas... A ver, díme, ¿en cuánto crees que va a salirnos el chistecito de los lentes?

MADRE: (Sacando de su bolsa una boleta) En nada.

PADRE: ¿Qué es eso? (Leyendo el documento) ¿A poco con este recibo te van a dar anteojos gratis?

MADRE: (Triunfal.) Aunque no lo creas. (Acercándose a Diego.) Andale, vé a lavarte la carita y las manos. Acuérdate que tú y yo tenemos que ir a Plaza. (Al percibir la resistencia de su hijo) Mi cielo, ¿qué pasa? ¿Estás triste?

DIEGO: Sí. (Ocultando la cara entre las manos comienza a llorar) No quiero que me lleves a Plaza.

PADRE: (Alargando los brazos hacia su hijo) A ver, chaparro, vente para acá. ¿Qué te sucede? Cuéntamelo. ¿O qué, no somos cuates?

MADRE: (Hincándose para estar más cerca de Diego) Ah, ya sé qué es lo que tiene mi niño: está triste porque piensa que se verá feo con los lentes, ¿no es cierto? Pues te equivocas. Te vas a ver más precioso que nunca. Anda, vé a lavarte las manos como te dije. (Mira el reloj y se alarma) Es tardísimo. ¿Alcanzas a comer? Pedro, ¿me oyes?

PADRE: Perdón, ¿qué me dijiste?

MADRE: Que si tenías tiempo de comer. ¿En qué estabas pensando?

PADRE: En El Papión. Quería ser médico. Pero no pudo.

MADRE: ¿Cómo sabes?

PADRE: Mi hermano se lo encontró en una refaccionaria, haciendo talacha. (Sonríe con ternura) A lo mejor El Papión no era tan bruto y sólo necesitaba lentes.