Angeles González Gamio
Oaxaca y los muertos

Este país prodigioso que es México, lo es en gran medida por la riqueza única y diversa que poseen los estados que lo integran. Cada uno de ellos con una cultura particular que se expresa de mil maneras: en la comida, el atuendo, la arquitectura, las artesanías, el hablar; esa diversidad es uno de nuestros mayores tesoros como nación. La ciudad de México tiene la fortuna de contar con habitantes originarios de todos los rincones, mismos que marcan la vida de la urbe con algo propio de su terruño.

Uno de esos grupos, los oaxaqueños, poseedores de una de las culturas más plenas, han formado aquí comunidades, lo que nos permite disfrutar de magníficas bandas de música, arte y su maravillosa comida, y si se tienen buenos amigos, como Andrés y Cibeles Henestrosa --excelentes afitriones-- en sus fiestas se goza también de los lujosamente bellos trajes de las tehuanas, que portan con donaire todas las mujeres.

En reciente caminata por las calles del Centro Histórico, en compañía de una de sus más fervientes gozadoras, la historiadora Evangelina Villarreal, conocimos las tiendas de los oaxaqueños en la hermosa calle de la Santísima, bautizada así por el templo prodigioso que la preside. En un instante nos trasladamos a la entidad, rodeadas de panes de yema, clayudas, mole negro, amarillo y coloradito; chapulines, asiento, quesillo, ¡todo fresquísimo!, ya que los miércoles y viernes llegan las vituallas bien preservadas. En estos días tienen el inigualable pan de muerto con caritas, obra de arte que vestirá las ofrendas para agasajar a los muertos y ser después disfrute de los vivos. No faltan las vastas mujeres con sus largas enaguas coloridas y sus blusas bordadas, quienes venden tamales exquisitos que se pueden degustar allí mismo, en improvisadas mesas, acompañados del chocolate de la región, uno de los mejores del mundo. No hay que olvidar que estos productos se pueden disfrutar también con la adorable doña Amparito, en el restaurante Antequera, en Filomeno Mata 18-A.

La costumbre de hacer panes especiales para conmemorar a los muertos existe en muchos lugares. Mónica del Villar y Cristina Barros nos comentan, en su libro El santo olor de la panadería, que en la actualidad persiste en países como Grecia, Bulgaria, Afganistán y en la región de Tirol. En América del Sur es usual en Ecuador y Perú.

Las formas y colores que se le dan son innumerables. En la sierra de Guerrero, entre otros, se hacen unos panes con forma de niños adornados con azúcar color solferino. En el valle del Mezquital se hacen cabecitas, manos, huesos y hasta pezuñas de animales. Huejutla se caracteriza por la elaboración de pequeños panecillos que reciben el nombre de ``frutas del horno''. Así podríamos seguir reseñando en páginas enteras las sabrosuras que se hacen en distintas partes del país, pero lo óptimo es degustarlas y nada mejor que los panes oaxaqueños, cuya compra se puede combinar con la visita a algunas de las ofrendas que se muestran en distintos sitios del Centro Histórico, entre otras, la que tiene la librería Pórtico de la Ciudad de México, en sus bellas capillas diesiochezcas, ubicadas en Eje Central 24, esquina Venustiano Carranza, en donde se puede adquirir, además, el número más reciente de la gaceta del Consejo de la Crónica, que este trimestre está dedicada a la delegación Cuajimalpa, con un excelente artículo de Emmanuel Carballo, cronista del lugar, e interesantes testimonios de los pobladores más antiguos. Aparece también un ensayo del sociólogo Santiago Genovés, titulado ``Ya casi en el 2000, el perfil del mexicano del DF.''

Además, se puede aprovechar para echar un vistazo al recién abierto restaurante California, en Isabel la Católica 33, cuya gracia consiste en haber ocupado el local del antiguo Banco Aboumbrad, que tenía la particularidad de que la entrada semejaba una gran bóveda de seguridad, la que afortunadamente conservaron, al igual que la de a deveras, que está situada al fondo del establecimiento, con un impresionante y hermoso herraje y con las jaulas en donde se guardaban los caudales. Y para comer en serio, en el edificio de junto se encuentra el tradicional Casino Español, que conserva calidad de primera en la comida y en la atención. No hay que dejarse seducir en exceso por el carrito de las entradas, porque los platos fuertes son abundantísimos y después llegan los postres, que invitan a pecar irremediablemente, aunque se trate de un dulcísimo tocinillo del cielo.