La exploración del territorio de las enfermedades y en particular la representación del sida han tenido en el cine francés características a menudo diametralmente opuestas a lo que ofrece el cine comercial. En lugar del tratamiento melodramático, según el cual los enfermos serían culpables de su propio mal, y por lo tanto merecedores del desdén público o, en el mejor de los casos, de una conmiseración inútil, y en lugar de la banalización del tema por vías de la comedia, las películas de Paul Vecchiali (Encore, Once more, 1988) o de Cyril Collard (Las noches salvajes, 1992) han elegido un tono realista y seco, incluso, en el caso de Collard, un discurso en primera persona.
En No olvides que vas a morir (N'oublie pas que tu vas mourir, 1995), segundo largometraje del joven francés Xavier Beauvois (Nord, 1993), el lenguaje de la seropositividad se conjuga también en la primera persona. El director es, como en Las noches salvajes, el protagonista de la historia, aunque aquí la franca exposición pública del drama íntimo comienza con una mentira. Benoit, un joven estudiante de historia de arte, desea evitar el servicio militar y se hace pasar primero por drogadicto, luego por homosexual, infructuosamente. Las autoridades militares insisten en reclutarlo y él opta por cortarse las venas. En el hospital consigue sobrevivir, sólo para enterarse de que está infectado con el virus que causa el sida.
No olvides que vas a morir rompe de entrada con varios clichés de la representación tradicional del sida en la pantalla. El protagonista no menciona jamás la palabra sida ni se muestra los estragos de la enfermedad en su cuerpo. Benoit no pertenece a ninguna de las categorías llamadas de riesgo (homosexuales, usuarios de drogas, sexoservidoras, hemofílicos). El título elige la segunda persona para dirigirse al protagonista, pero también al espectador dueño de certidumbres tranquilizadoras, al indiferente que elige pensar que padecimientos como el sida son siempre asunto de los demás. El propio Benoit descubre, en una de las escenas más fuertes de la cinta, una imagen de su destino irrevocable en los rostros devastados que encuentra en la sala de espera de un hospital, a manera de anticipación de su propia suerte.
Xavier Beauvois reserva sin embargo a su protagonista un itinerario casi heroico, de un romanticismo oscuro. Al respecto, el director cita en una entrevista una frase de Victor Hugo: ``Clásico es lo que es sano; romántico, lo enfermo''. Así, en esta película que con fuerza reivindica el individualismo, a riesgo de parecer a menudo superficial y fatua, en esta egomanía que tanto sugiere la pose de un dandy o la voluntad irresponsable de volver romántica una realidad atroz, el protagonista incorpora su enfermedad al universo de la representación artística, a lo que es su propio mundo académico, a su gusto por la pintura de David o Géricault. A través de un rito iniciático, Benoit viajará a Amsterdam, donde se aplicará a descubrir los mundos de sus inesperados compañeros de seropositividad, y de manera no muy convincente ingresará al territorio del tráfico de drogas y tendrá allí sus primeras experiencias homosexuales, frías, rápidas, insatisfactorias. En contraste con este universo turbio, donde jamás llega a expresarse de forma vigorosa la solidaridad o la ternura, Benoit viaja a una Roma luminosa, donde se enamora de Claudia (Chiara Mastroianni), sin muchas ilusiones, consciente de que su condición de seropositivo oscurece todas sus perspectivas. Xavier Beauvois ofrece, en medio de tanta desesperanza, un último paisaje apoca- líptico, metafóricamente asociado con el sida: la guerra en Sarajevo, adonde Benoit elige ir como brigadista voluntario, para cerrar el círculo de autodestrucción a que lo condenan su propia actitud melancólica y fatalista, su negación a cualquier impulso realmente solidario, su rechazo del placer y su narcisismo oscuro. La cinta destructora de clichés y convencionalismos, erige a su manera una convención mayor, la de una complacencia estetizante. Xavier Beauvois produce así una obra paradójica, estupenda y mezquina a la vez, a tal punto melancólica y llena de spleen, que el sida se transforma en lo que la tuberculosis llegó a ser en el imaginario romántico del siglo diecinueve: un signo de superioridad moral y artística. A lado de Las noches salvajes o Juntos para siempre, esta visión obsoleta le resta originalidad y frescura a lo que pese a todo sigue siendo una de las propuestas más interesantes que el cine europeo ha brindado a propósito del sida.
No olvides que vas a morir se exhibirá únicamente el martes próximo en la sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario.