Guillermo Almeyra
¿Adelante hacia atrás?

El capital financiero lleva la tecnología al siglo XXI (y también la destrucción del planeta) pero retrocede en cambio la situación social al siglo XIX. Trabajo infantil, prostitución de ambos sexos e infantil de masa, trabajo femenino nocturno, jornadas de 10 ó 12 horas como norma, trabajo esclavo masivo en varios países, anulación de conquistas históricas (aguinaldo, vacaciones, indemnización por despido, imposibilidad de despedir sin causa justificada, reducción de la jornada en los trabajos insalubres y otras más), son las características de este fin-comienzo de siglo. La rapacidad no tiene límites ni siquiera en el mantenimiento de la capacidad de reproducción de los trabajadores, pues una gran masa de ellos serán desocupados estructurales para siempre si se dejan las cosas así: la caída brutal de la expectativa de vida en Rusia o el aumento de la mortalidad infantil en Argentina (para hablar sólo de dos países con recursos), son la mejor muestra de este retorno a los tiempos de Dickens. Las tasas de ganancia son altísimas precisamente porque aumenta rápidamente la productividad junto con la duración del trabajo, que se hace más intenso y más largo. Como los productores son al mismo tiempo consumidores, si no tienen poder adquisitivo los mercados tienden a reducirse. Por eso sobran hoy capitales pero faltan mercados consumidores y las monedas y los precios de las mercancías se derrumban.

¿Hay una alternativa? Sí: ampliar los mercados internos desarrollando no sólo la ocupación sino también las industrias altamente intensivas en mano de obra (construcción, alimentaria, del vestido, del calzado, la educación, la sanidad). Además, remplazar el market first por un society first , o sea poner la economía y el mercado al servicio de la sociedad y no viceversa. La reducción del horario de trabajo a 35 horas semanales es ley en Italia, Francia, Alemania y la central obrera de este último país exige que esta medida se generalice en toda Europa. A condición de mantener los salarios actuales y de que que los aumentos de la productividad sean distribuidos sobre todo a los salarios y no a la parte de las ganancias, la redistribución del monto de horas de trabajo entre más trabajadores, sobre todo jóvenes, permitiría ampliar el mercado interno y, a la vez, elevar la calidad de la vida al permitir más tiempo libre para la familia, la cultura, el reposo, el deporte o lo que se quiera. Los trabajadores europeos, por lo tanto, con su lucha contra la desocupación y por la reducción del horario de trabajo, no sólo defienden la solidaridad social y la relación fraternal entre ocupados y desocupados, sino también el mercado interno y la misma civilización, al mismo tiempo que se oponen al egoísmo que propone el pensamiento neoliberal y rechazan la idea de que no hay que forzar al mercado (en este caso, el de la mano de obra). Cada industrial, en cambio, quiere peores condiciones de trabajo y menores salarios, pero el conjunto de los industriales y financieros, con esa política destinada a multiplicar las ganancias, mata colectivamente a la gallina de los huevos de oro pues la caída global de las condiciones de trabajo y de los sueldos lleva inevitablemente a una caída de la productividad y de los consumos de masa. Mientras los trabajadores, al luchar por un futuro mejor, defienden en realidad la civilización (y también la democracia, pues un consumo de masa la requiere y un consumo restrictivo, en cambio, trae aparejada la represión de las mayorías), el capital financiero quiere hacer que la rueda de la historia gire hacia atrás y concentra así en su contra toda la pólvora del planeta (desde los pequeños y medios empresarios hasta los campesinos ricos y medios, las clases medias trabajadoras, los proletarios, campesinos y los marginados de todo tipo por razones étnicas, sociales, sexuales). Eso pone en un mismo bote, objetivamente, a sectores que entre sí difieren sociológicamente y tienen diversas ideologías y lleva a la confluencia de muchos sujetos diversos en una sola protesta anticapitalista que, cualquiera sea la conciencia individual de quienes protestan, es incompatible con el pensamiento único del puñado de grandes nababs. ¿Pueden creer de veras estos señores que se podrá mantener indefinidamente un mundo donde 250 familias poseen más riqueza que 2 mil 500 millones de seres?

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