Carlos Martínez García
El Vaticano y la libertad de conciencia

El grupo Católicas por el Derecho a Decidir (CDD) lucha porque el Vaticano acepte la primacía de la libertad de conciencia sobre las doctrinas de la Iglesia cuya sede se encuentra en Roma. Su lid se da particularmente en el terreno de ``promover los derechos de las mujeres, en especial los que se refieren a la sexualidad y reproducción humanas, y luchar por la equidad en las relaciones de género, tanto en la sociedad en general como dentro de las iglesias''.

Recientemente tuve la oportunidad de conocer los planteamientos de CDD, sobre todo por la lectura de la revista que editan en Argentina, y que la sección mexicana hace circular entre las ONG y otros espacios ciudadanos preocupados porque la democracia se extienda a las relaciones cotidianas y no se quede nada más en el mundo de la política electoral. Coincido con los puntos de vista de CDD; como ellas, creo que la cerrazón del Vaticano acerca de su rotundo rechazo del uso de otros métodos anticonceptivos que no sea el natural raya en el oscurantismo. Digo esto para que se entienda el sentido de lo que voy a decir a continuación. La organización de que estamos hablando busca que la alta burocracia católico romana reconozca el derecho que tienen los y las católicas a normar su conducta sexual y reproductiva de acuerdo a las razones de su personal libertad de conciencia. Tal pretensión es contraria al principio de autoridad, que de acuerdo con las enseñanzas papales, debe regir las vidas y relaciones de las comunidades católicas. La pretensión de CDD se topa de frente con lo que en las encíclicas se da en llamar el magisterio de la Iglesia. Este consiste en que la recta doctrina sólo puede ser marcada por el Papa, quien es el máximo intérprete de la Palabra de Dios y la Tradición que se ha ido acrecentando en la milenaria vida de la Iglesia católica. De esta manera lo sintetizó Juan Pablo II en la encíclica Veritatis Splendor (agosto de 1993): ``El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral y escrita, ha sido encomendada sólo Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo''.

La querella contra la libertad de conciencia ha sido una constante en la vida de la Iglesia romana, por eso no es casualidad que señalara desde siempre como herejes a los que se apartaban de las enseñanzas del Vaticano. Debemos recordar que hereje, en griego, proviene de heiresis, que significa la capacidad de elegir. Fue el derecho a interpretar, y elegir en consecuencia, de una manera distinta la Biblia, lo que llevó a un enfrentamiento teológico y cultural en el siglo XVI a Martín Lutero con el magisterio de la Iglesia. De este hecho hay plena conciencia en Karol Wojtyla, y así lo subraya en la encíclica que ya antes citamos: ``En realidad los debates sobre naturaleza y libertad siempre han acompañado la historia de la reflexión moral, asumiendo tonos encendidos con el Renacimiento y la Reforma, como se puede observar en las enseñanzas del Concilio de Trento. La época contemporánea está marcada, si bien en un sentido diferente, por una tensión análoga''. Trento fue un cónclave antiprotestante, su espíritu fue el de oponerse a la modernidad que se abría paso en Europa. Este Concilio reconcentró la autoridad eclesial en el llamado ``sucesor de Pedro'', y combatió encarnizadamente a los disidentes que optaron por otras fuentes de autoridad distintas al papado.

En sus veinte años como Papa, Juan Pablo II se ha dado a la tarea de poner en claro al interior de su Iglesia que en ella no caben paradigmas gestados por la modernidad. Su propuesta sigue una constante histórica de la institución papal, ella es la detentadora y administradora de la verdad.

A los feligreses no les queda mas que aceptarla, y sujetarse a las interpretaciones del magisterio de la Iglesia en cuestiones de fe y conducta. Ante tal panorama, la idea de CDD, respeto a su libertad de conciencia y seguir siendo consideradas como católicas incluso si contravienen dogmas del Vaticano, es subversiva y va contra el corazón de esa institución eclesiástica.

Desde la perspectiva vaticana, admitir que en el seno de la Iglesia existan y se reproduzcan grupos que atentan contra las bases en que descansa su principio de autoridad sería dejar de cumplir su papel de custodio y promotor de la ``doctrina sana'', para sucumbir ante el relativismo disolvente a que, según Roma, conduce el ejercicio de la libertad de conciencia. Las de CDD están librando una batalla cultural muy encomiable y necesaria, se están enfrentando a una institución autoritaria y carente de piedad cuando se trata de someter a los herejes.

La verdad no veo cómo puedan convencer a la jerarquía católica de que sus demandas puedan tener un lugar de reconocimiento y respeto dentro de la Iglesia. Me parece que es en otra parte donde pueden tener más frutos, en el terreno donde ciudadanos y ciudadanas quieren pensar por sí mismos.