Como en años recientes, lo más interesante del Festival Internacional Cervantino de 1998 se concentró en la programación musical; de ello ya dieron cuenta puntual mis colegas en estas páginas. Aquí va, entonces, la primera parte de una resumida crónica de lo visto y oído a lo largo de una semana en Guanajuato.
1. En su recital de piano solo, Cyprien Katsaris exhibió más técnica que poesía, recordándole constantemente al público su denodada lucha contra un piano que estaba en condiciones menos que ideales. De su inteligente selección de barcarolas y fantasías, brilló sobre todo la música de Fauré y Chopin, y fueron muy llamativos algunos de los momentos de pirotecnia en las variaciones de Schulhoff sobre El carnaval de Venecia. Su Poulenc tocado fuera de programa resultó delicioso y compensó algunos de los puntos flojos del resto del recital.
2. Un par de días después, el propio Katsaris pareció desconcertado por momentos en las ejecuciones que hizo de la Quinta rapsodia y la Totentanz de Liszt, en compañía de la Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (OSUG) y su director, José Luis Castillo.
Las interpretaciones del pianista fueron menos limpias de lo que puede esperarse de un solista con su prestigio, y estas dos obras pianísticas fueron rodeadas por tres poemas sinfónicos de Liszt (personaje muy abundante en este Cervantino) que poco hicieron por aclarar la posible importancia del compositor húngaro en el ámbito de la música orquestal.
Más allá de algunos momentos de brillo sonoro, los poemas sinfónicos de Liszt suelen carecer de unidad orgánica, y se antojan más como un collage de ideas no siempre muy bien hilvanadas. Un programa Liszt, en suma, con exceso de colesterol sonoro que dejó oír, sobre todo, a una Sinfónica de la Universidad de Guanajuato que si bien ha progresado evidentemente bajo la educada batuta de Castillo, pide a gritos un sólido refuerzo de su sección de cuerdas.
3. Punto culminante del Cervantino 1998: los dos conciertos del cuarteto vocal Anonymous 4. El primero, una misa medieval inglesa, y el segundo, una conmemoración de la delirante, enloquecida, visionaria, magnífica abadesa Hildegarda.
Las cuatro voces de Anonymous 4, siempre como una sola, con una consistencia admirable. Y al asombro de escuchar tal afinación y concordia sonora tanto en el canto llano como en la polifonía, se suma la sorpresa ante la sincronía rítmica de las cuatro cantantes, especialmente difícil cuando se trata de música muy complejamente mensurada. Ataques imperceptibles, fraseo y respiración de una lógica orgánica impecable, dicción clarísima en latín y en el eufónico inglés antiguo, matices dinámicos de una sutileza exquisita, programas estructurados con una gran intuición musical y textual.
Con todo esto, Anonymous 4 demostró cabalmente por qué es considerado uno de los grupos más destacados en el quehacer de la música medieval. Ojalá regresen pronto.
4. Un sólido concierto de la Filarmónica de Dresde, dirigida por Michel Plasson, con una programación un tanto conservadora. Plato fuerte: Don Quijote, de Strauss, ejecutado con igual eficiencia en los brochazos y en las pinceladas. Si el solista principal de la obra, el violoncellista Ulf Prelle, hizo una ejecución correcta y profesional de su parte, mucho más satisfactoria resultó la participación de Christina Biwank en la viola.
Esta dama, poseedora de un sonido pleno, rotundo y de gran proyección, así como de una musicalidad muy flexible, hizo palidecer aún más por momentos al cervantino Caballero de la Triste Figura, personificado por Ulf Prelle.
En las dos obras orquestales de Wagner que completaron el programa (Maestros cantores y Tannhuser), la Filarmónica de Dresde puso de manifiesto un sonido que tiende más a la homogeneidad y la calidez que a la brillantez, muy en el estilo de las orquestas de la Europa central y oriental.
Esto fue especialmente notable en la sección de metales, cimentada en el uso de las viejas trompetas de válvulas rotativas.
Se agradece cumplidamente a Michel Plasson y a su orquesta el haber ofrecido como encore una linda versión del Vals triste de Jean Sibelius, en vez de alguno de los tradicionales y empalagosos caramelos reservados para tales ocasiones.