Más allá de los horizontes que los navegantes descubrían al mirar hacia el oriente de las aguas atlánticas, estaban los abismos repletos de monstruos acuáticos e infinitas tinieblas encubridoras de las rutas por donde millones de pecadores descendían al negro imperio de Satanás; y sin embargo, aseguraban esos hábiles marinos flamencos, genoveses y andaluces, que en los puntos más oscuros de aquellas profundidades solían brillar las seductoras luces que en el transcurso de los lustros descorrieron las cortinas que ocultaban el joven y nuevo Continente Americano. Esta casi legendaria e histórica visión de aquellos siglos XIV y XV en que despuntó el humanismo que contemplaría la definitiva derrota de los entonces inconmovibles señoríos feudales, con claridad exhibe las variadísimas posibilidades de la vida del hombre ante los adversos hados que suelen cavar con prisa las tumbas donde esperan enterrar entre diabólicos festejos a las nobles virtudes de la vida, cuya refulgencia una y otra vez al través de los siglos forma parte de la animación que hoy nos llena de esperanzas. ¿Cómo entender las ilusiones de los abandonados en el fondo de las cavernas sin el acto redentor de Prometeo?
Lo que hoy sucede en México se asemeja a un apocalipsis definitivo. En un escenario de crecientes miserias, donde escondidas complicidades premian la felonía de los pícaros, según lo ejemplifican augurios priístas y panistas en torno a los arreglos fobaproaicos, y se castiga sin piedad a zapatistas que en Chiapas hablan de justicia ante murallas de oídos sordos y armamentos sofisticados, en un escenario de tales características aparentemente no saltan al tablado los actores que detengan la caída hacia el insoldable precipicio; y a pesar de todo la tierra se mueve. Nunca la fatalidad es absoluta porque a su lado se producen y reproducen fuerzas que la relativizan y frustran. Recuérdese que al ser colgados por Calleja, en Granaditas, los rostros sin cuerpo de Hidalgo y Morelos, los mexicanos presentidos por Clavijero y acunados en Dolores y en Chilpancingo en un trienio del naciente siglo XIX, creyeron en la muerte de los sentimientos de la Nación, y no obstante los muchos reculamientos que han ocurrido desde aquellos dramáticos años, México se hizo y ha mantenido como tierra soberana.
En ese clima sagrado estamos celebrando dignamente los éxitos de hombres que en provincia forjan con increíbles esfuerzos y bienes espirituales que dan salud y grandeza al país; se trata de respetables personalidades que simbolizan los altos valores que dan presencia a la Patria en la historia universal. Ni la añosa e inmisericorde conquista del siglo XVI ni las gigantescas traiciones de Santa Anna ni las tiranías fecundadas en el hombre fuerte porfirista ni las actuales supeditaciones al supremo poder financiero transnacional, han logrado abatir el ímpetu cultural de un México capaz de vencer las crisis que lo abruman. Sin apoyo oficial de ninguna clase, local o federal, Guillermo Ruiz Reyes, un noble hijo de la profunda y admirable cultura poblana, edificó en la ciudad angelical un centro científico reconocido en el mundo del saber por la seriedad y responsabilidad de sus investigaciones y actividades docentes. La semilla de tan noble tarea hay que buscarla hace alrededor de medio siglo, en un modesto laboratorio clínico cuyos servicios de alta calidad generaron los recursos indispensables para poner en práctica un proyecto científico cimentado desde el principio en la fecundidad del entrelazamiento continuo de práctica médica y teoría biológica. Ahora Guillermo Ruiz Reyes desde la provincia prueba de manera clara y rotunda que el centralismo en el conocimiento que nos sedujo por mucho tiempo es una lamentable falacia. La riqueza espiritual de México está por igual en nuestra bellísima capital que en nuestras fascinantes provincias, y ésta es la riqueza que en tiempos decadentes nos hace levantar la cara y sonreír ante el futuro. El reconocimiento nacional otorgado el pasado viernes 24 a Guillermo Ruiz Reyes como Médico Emérito es un reconocimiento a la honestidad, la nobleza, la rectitud y el brillo de la inmaculada cultura mexicana.