La carrera para la sucesión presidencial del 2000 ya se inició, como fue pronosticado desde el que llamé ``último informe'' de Zedillo en septiembre pasado. Esta sucesión no será igual, ni parecida, a las anteriores. Tendrá signos propios que ya comienzan a definirse; y uno de éstos es que nadie, entre los que han dicho aspirar a ser candidatos para la grande, ha planteado continuar con la política económica y social del neoliberalismo defendido desde la Presidencia de la República.
En los partidos políticos, incluso en Acción Nacional (PAN), hay indicios suficientes de que el neoliberalismo, que ya llegó a su fin en otros países, no será bandera de nadie, deslindándose así del gobierno actual cuya cuenta es ya regresiva no sólo en Los Pinos sino como deseo vehemente en todo el país. En otros términos, todo mundo espera que el zedillismo acabe y todo mundo quisiera que terminara antes de tiempo, aunque sabemos que no va a ocurrir.
La impopularidad del actual gobierno es la mayor que se ha dado en la historia de las sucesiones presidenciales del régimen posrevolucionario, incluso mayor que el desprestigio del gobierno delamadridista. Este dato de la impopularidad es muy relevante como marco de la sucesión presidencial. Será ésta la primera vez que ni siquiera los aspirantes del Revolucionario Institucional (PRI) querrán ser identificados con el presidente saliente; algo así como mejor no me ayudes, compadre.
Para el PRI esta circunstancia es inédita: querrá contar con el aparato de gobierno, como en el pasado, pero no con el gobierno en sí. El gran problema será, para los priístas que no quieren ser identificados con el gobierno y sus políticas, que la presidencia de su partido sigue obedeciendo a quien la puso, es decir al Presidente de la República y, por lo mismo, tendrán que vencer en el interior de su partido las tentaciones presidenciales por definir la candidatura, por más que Zedillo haya declarado que no intervendrá. Hay indicios, sin embargo, de que la presidencia del PRI, su cúpula en su conjunto, ya no dirige ni impone como en el pasado. El juego más o menos libre de los gobernadores priístas en las sucesiones estatales de este año induce a pensar que las decisiones no se toman ya en el centro sino en cada estado de la Federación. Es decir, el centro de las decisiones se le ha escapado a la dirigencia nacional, como se vio claramente en Tamaulipas.
Esta tendencia descentralizadora del PRI hace pensar que la candidatura más fuerte para la Presidencia no necesariamente saldrá del gabinete presidencial, sino posiblemente de alguno de los estados o, por lo menos, que desde los estados más o menos independientes del gobierno federal se tratará de influir para que el candidato priísta no sólo no sea identificado con Zedillo sino que tampoco signifique un continuador de su política. Si esta lógica es correcta y permanece el año entrante, es previsible que la ya pospuesta asamblea nacional del PRI (ahora pensada para marzo o abril de 1999) intente redefinir el carácter del partido y, desde luego, su propuesta para el caso de que siga siendo gobierno. Si esto ocurre, como pienso que ocurrirá, Zedillo tendrá dos opciones en el próximo año: cambiar su discurso (aunque difícilmente su política) o reafirmar su intención de guardar una sana distancia con su partido y quedarse solo en una dinámica de mutis discreto y continuo hasta la sucesión.
Lo que no puede negarse es que los priístas más interesados en la sucesión y en mantener el poder saben que para tener éxito requieren cambios importantes y deslindes suficientes de lo que ha significado el salinismo y el zedillismo, sobre todo en términos de pérdida de soberanía y de aumentos de la pobreza y las desigualdades sociales y económicas en el país. Los priístas menos comprometidos con el zedillismo saben bien que para ser competitivos en el 2000 tienen que rechazar el modelo neoliberal que tan altos costos sociales ha acarreado a los mexicanos. Y los partidos de oposición con posibilidades de triunfo también lo saben. Si esto es cierto, se entrará en la fase de las definiciones en la crítica y en las propuestas, y Zedillo se quedará solo pues parece que no está dispuesto a cambiar.