Olga Harmony
Las criadas

En un conocido ensayo acerca de esta obra (que se incluye en el volumen San Genet, comediante y mártir), Jean Paul Sartre concluye que en ella se dan todos los elementos que ha descifrado en la producción de Jean Genet, de acuerdo con su vida, y que aquí sería imposible reproducir. Basten algunas referencias que permiten su desentrañamiento. Sartre parte de la propuesta inicial del autor de que sea escenificada por jóvenes varones y concluye que es un disfraz de su homosexualidad, lo que en el montaje del Foro Stanistablas, realizado con mujeres, no resulta una clave igual, pero sí cabe destacar lo que de ``feminidad sin mujer'', de juego de las apariencias y artificialidad tiene el texto. Y, en efecto, los tres personajes femeninos representan un papel. Clara (o Claire) juega a ser la señora y en ese juego Soledad (o Solange) es Clara. La señora misma representa su papel, de amante sacrificada por amor al señor, pero su amor mismo no escapa al fingimiento: ``Yo quería ser la joven prostituta que acompañara a Siberia a su amante''; ante las criadas finge ser ``buena'' y cariñosa.

Siguiendo a Sartre, los torniquetes o vueltas de tuerca de que habla son reflejos de la ambivalencia del propio Genet, ese hombre incapaz de establecer una relación humana. Por un lado, las sirvientas -muy aparte de que Genet se basara en un caso real- son dos, porque el autor mismo tiene en sí esa dualidad de pasividad y fuerza, de ``ser uno y el otro''. Aman a la señora (y la imitan) porque ella es parte del mundo burgués que las ve ``con indiferencia despiadada'' cuando no con franco desdén, pero al que quisieran acceder. Odian a la señora porque representa a una sociedad que Genet odia y desea destruir. Cada una de ellas ama y odia en la otra aquello en que se reconoce.

El juego de apariencias se va haciendo inextricable. Clara es la débil que finalmente es la fuerte ante una Soledad que muestra sus debilidades pero será condenada -y así encontrará el sentido de su vida- por el crimen que en realidad es el suicidio de su hermana. Clara-señora ofende y golpea a Soledad-Clara en un exagerado y falso retrato de la ama, tanto para vilipendiarse a sí misma como para que Soledad pueda representar como asesinato lo que será su suicidio.

Adriana Roel como directora, y sus actrices, sobre todo Patricia Reyes Spíndola y Pilar Pellicer, han encarado la artificialidad del texto como un inmenso ritual que finalmente concluye. Al mismo tiempo, Roel ha desestructurado el texto (y no recuerdo qué tanta semejanza haya en ello con el montaje de su maestro Dimitrio Sarrás, pero en todo caso el mérito de esta escenificación es suyo y a ella atribuyo el análisis) en los diferentes cambios de tono que Sartre llamaría torniquetes. Al principio, una excelente Patricia Reyes Spíndola en su papel de Clara que imita a la señora exagera el tono de falso refinamiento que después le veremos a Alejandra Bogue, muy bien, como la señora (y por cierto la altura de esta modelo y actriz es tal, que al principio se puede pensar en un hombre travestido, y su elección pone de relieve el simbolismo de la dependencia de las criadas, ``inferiores'', de menor categoría y por tanto también de menor tamaño). Pilar Pellicer, también muy convincente como Soledad, en ese momento es una débil y servil Clara.

El tono de ambas se hará casi -nunca del todo- natural, una en apariencia fuerte y la otra tímida y apocada. Luego, al planear el crimen que nunca llevarán a cabo, caen en un éxtasis de desenfrenado ritual, para adoptar un culpable aire de humillación y apocamiento ante su patrona. En seguida, aparece la frustración en su actitud, para abrir paso a esa ``pirámide de apariencias'' en que cada vez se contaminan más las personalidades de cada una y la señora. Tanto esta disección del texto como el trazo escénico de Adriana Roel son impecables, aunque este último no hubiera sido posible sin la escenografía y vestuario de Guillermo Barclay que, junto con la música de Eduardo Gamboa, son los apoyos de la dirección, más destacable el trabajo de Barclay por la pequeñez del espacio del foro, que en apariencia no hubiera admitido la suntuosa recámara de mantenida que pide Genet.

Barclay da en dorados y palo de rosa todo el ambiente requerido que incluye una escalera a puerta practicable, los jarros con las flores pedidas en el texto, el tocador y los amplios espejos, los pedestales con jarros de flores, la amplia cama, un pequeño sillón casi recamier. Pero aparte del milagro de realizar esa escenografía en ese espacio, la sabiduría de Guillermo logra un ambiente decadentista y elegante de demimondaine.

Es de esperar que la compañía que ahora inicia, Roel-Reyes Spíndola, tenga larga vida y muchos buenos frutos.