La Jornada 29 de octubre de 1998

Pasado y futuro, horizontes para el Museo de la Ciudad de México

José Angel Leyva, especial para La Jornada/ II El Museo de la Ciudad de México es un símbolo fundamental del naciente Instituto de Cultura -que aún escapa a nuestro enfoque-, sea por el peso que implica el nombre del recinto y las posibilidades o responsabilidades que conlleva, sea porque representa una historia de marginación y desprecio, o por la necesidad de hallar un emblema que le dé sentido a su paso por la historia urbana de la capital del país. En cualquiera de los casos, el museo es hoy motivo de una reflexión profunda que empuja hacia otros horizontes, como es la ciudad, la cultura, la historia, el pasado y el futuro.

Varios recintos con un mismo nombre

En este contexto ese espacio responde a diversos proyectos, por lo que puede hablarse de distintos museos bajo la misma denominación. Regina Martínez, subdirectora de la institución, y quien proviene de la pasada administración, explica que éste se creó junto con la red de museos de los años sesenta. Pedro Ramírez Vázquez hizo la adaptación del edificio para un guión museístico básicamente histórico. Los temas de dicho guión no abarcaban los aspectos de la ciudad, aun cuando referían algunos desde la época prehispánica. Sin embargo, el museo fue decayendo y en 1992 se desmontó la museografía, ya caduca, por lo que se efectuó una remodelación completa del inmueble.

Cuando Manuel Camacho fue regente, se pensó en hacer del museo un centro cultural, pero la idea no prosperó y se le entregó, cerrado y sin museografía, a María Amparo Clausell.

``Ella convocó a Carlos Aguirre para que elaborara un guión, eminentemente histórico, para la exposición permanente -continúa Martínez. El hilo conductor era el urbanismo, pero había vertientes que te llevaban a la política, a la sociedad, a la economía. El problema es que tampoco el acervo tiene una sola dirección, pues para complementar las ideas había que trabajar con cosas prestadas.''

El antiguo palacio de los condes de Calimaya alberga, según la dirección del recinto, una de las mejores bibliotecas y hemerotecas especializadas en la ciudad. Más de 16 mil títulos (que incluyen una valiosa colección de bandos y ordenanzas de los inicios del siglo XIX), constituyen sus fondos, amén de una colección de más de 2 mil obras gráficas, pictóricas y escultóricas relacionadas con la ciudad. El edificio mismo es una joya arquitectónica, cuyo origen se remonta al siglo XVI, cuando Hernán Cortés entregó a sus compañeros de armas, y a los civiles que participaron en la Conquista, los solares próximos al centro ceremonial azteca. El primer dueño fue Juan Gutiérrez Altamirano, quien llegó a estas tierras en 1527, después de ser gobernador de Cuba; desempeñó el cargo de corregidor de Texcoco y recibió la encomienda de los pueblos de Calimaya, Metepec y Tepamayalco. Después, en 1616, Felipe III concedió a su familia el título de condes de Santiago de Calimaya, por eso la casona donde construyó su hogar lleva dicho nombre, y es visitada a diario por medio millar de personas.

Martínez reafirma su convicción de que las colecciones deben salir del museo, pues el edificio no tiene capacidad para exhibirlas de manera permanente, ni es adecuado que el acervo permanezca en las bodegas. Museos, delegaciones y diversas instituciones pueden ser espacios alternativos.

Por su parte, Carlos Aguirre recuerda que el recinto surgió en la etapa de oro de los museos, durante el sexenio de Adolfo López Mateos. Al mismo tiempo nacieron el Nacional de Antropología, el de Arte Moderno y el del Virreinato, entre otros.

``El Museo de la Ciudad de México apareció íntimamente ligado a la vida política de la urbe -explica el historiador-, pero su peculiaridad respecto de los otros es que no es nacional, sino sólo de la capital del país. Bajo tales condiciones nace desempeñando un papel secundario y muchos de los objetos que deberían ser parte de su acervo, pues hablan de la larga y cambiante vida de la ciudad, van a parar al Nacional de Antropología, si se trata de piezas prehispánicas, o al del Virreinato si se ubican dentro del periodo colonial, o al de Historia si abarcan más etapas o a cualquier otro, pues como tampoco es un museo de arte, no recibe los mejores productos de nuestros artistas.''

Luego de un divorcio con Socicultur, María Amparo Clausell creó un patronato. Este decidió que para sufragar los gastos de las exposiciones temporales y de la permanente había que rentar el espacio para todo tipo de actividades. Había bodas los sábados, se rentó a partidos políticos, a empresas, etcétera. Con ese dinero se pagó el guión museográfico de Aguirre y se hicieron exposiciones muy costosas como La ciudad de México a través de la cerámica y La dignidad moda diseño, ésta fue la última que realizó la administración pasada, y ofreció una visión de la mujer decimonónica. Se abrió la tienda Calimaya, que generó también recursos. En fin, trabajaba como un museo-empresa. La nueva administración decidió asumir la responsabilidad de sus gastos y borrar esta imagen. De acuerdo con su director, Conrado Tostado, habrá bodas, bailes de 15 años, festejos sociales, en menor cuantía, pero los habrá.

Saltar los muros e invadir las calles

Si como opina Carlos Aguirre, el museo debe restringir sus actividades a la historia de la ciudad y a tratar de adaptar sus contenidos a las dimensiones físicas del inmueble, el proyecto de la actual dirección tira en sentido opuesto, ya que se propone saltar los muros del palacio de los condes de Calimaya y expanderse por las calles de la megalópolis, incluyendo otras partes de la Zona Metropolitana, donde habitan muchos de los que allí laboran, pero sienten y se consideran habitantes de la urbe. Aguirre tampoco comparte la idea de que el recinto sirva para dinamizar la parte viva de la ciudad, porque ésta no necesita que le revelen o activen sus partes vitales, pues es un organismo vivo. ``Para lo que sirve el museo es para representar de manera simbólica, emblemática, la inmensa riqueza del pasado de la ciudad'', afirma Aguirre.

Tostado aclara que de ningún modo se pretende abandonar el museo como tal, incluso hay un programa de rescate que incluye acondicionamiento de las bodegas, limpieza de cantera y viguería, elaboración y publicación de un catálogo razonado y de un banco de datos del acervo, conservación y restauración de la colección, impulso de políticas para adquirir más piezas y edición de un libro sobre la historia del antiguo Museo de la Ciudad de México. No obstante, no conciben este centro como un recinto cerrado, sino como un polo de irradiación de sus contenidos, que no son sólo históricos sino que pretenden romper con las fronteras que los separan del arte, la antropología, la poesía, el urbanismo, la religión, la arquitectura, la ciudad.

``El concepto fundamental de nuestros objetivos es revelar el patrimonio vivo de la ciudad de México, revelarnos a nosotros mismos en relación con las cosas, en la dimensión de su riquísima heterogeneidad, determinada por su historia y por los movimientos étnicos de los últimos años, que nos muestran una ciudad criolla, mestiza e indígena.''

Hablan de un patrimonio vivo con y para los habitantes de la ciudad, pero ¿cómo aprovechar ese recurso para atraer a los visitantes de la ciudad?, ¿Cómo hacerlo un atractivo para el turismo local y extranjero? Ana Elena González, responsable del seminario y la diseñadora del proyecto sobre el agua, responde que como es un museo interdisciplinario, es importante consolidarlo como sitio donde los mexicanos entendamos los procesos de transformación de la ciudad. Por ejemplo, muchos niños ignoran que esta urbe se halla asentada en terreno lacustre. Este asunto está vinculado directamente con nuestras relaciones con el agua. ``El patrimonio vivo no lo es sólo en términos del habitante y del visitante, sino de toda la ciudad, con sus monumentos, sus calles, sus barrios, con lo que contamos y coexistimos en la cotidianidad.''

Devolver los deseos a las personas

La idea central del proyecto, su espíritu, es insertarse en los estilos de vida, como en Iztapalapa; allí piensan convocar, ya sea en panaderías o misceláneas, a los pobladores para que ofrezcan sus testimonios orales, recogerlos y devolver a las personas su memoria. Eso, coinciden los investigadores, es su propósito central: regresarle los deseos a las personas.

Para el director está claro que el museo puede sumarse a las investigaciones que se realizan en diversos puntos del DF e integrarlas para elaborar un diagnóstico de la urbe a partir de tres puntos: la relación con la naturaleza, como es el agua, consigo mismo, el cuerpo, y con el prójimo, la vida en el barrio y entre los barrios. Tostado confiesa que todo es nuevo a pesar de su antigüedad, y ellos aprenden a descubrirlo, como lo ilustra con una anécdota:

``Apareció en mi oficina una mujer joven, guapa; me pidió apoyo para una muestra de fotos en Tepito. Le dije que teníamos proyectos para trabajar en los bares de los barrios, con charlas de escritores e intelectuales. Insistió en que primero debía visitar su barrio. Me aguardaba un número importante de personas, incluyendo niños con flores y regalos. Fotógrafos, camarógrafos de video y 25 guardaespaldas que nos acompañaron por las vecindades. Ella no era una muchacha, sino una señora joven que mostraba su dominio en Tepito. Los guardaespaldas abrían paso a la comitiva en los comercios. No era en definitiva el estilo de gobierno social que yo esperaba, sin embargo, reconozco que son formas asumidas por los colonos y que esa manera de organizar su vida no hace más o menos mala a la ciudad, pues atiende a su propia cultura.''