Casi nunca puede decirse que algo importante de veras está pasando, mientras esté pasando. El presente es negocio complejo, siempre. Pero, anestesiando la cautela, ocurre la tentación de decir que algo importante podría estar a punto de ocurrir en Europa. Me refiero, naturalmente, a la recién concluida cumbre europea de los quince primeros ministros de la Unión Europea. De pronto el clima pareció cambiar, de una obsesión a otra: de la estabilidad monetaria y la salud fiscal al desarrollo con creación de empleos. El todo, envuelto en una vestidura de moderación, sabiduría y pragmatismo, que son virtudes con las cuales los europeos juegan a menudo a las escondidas. Una historia continental de extravío y búsqueda, dos polos opuestos que dan movimiento al todo.
¿Qué está ocurriendo? Sencillo: una nueva izquierda ha llegado a asumir tareas de gobierno y trae a ellas una preocupación esencial: estar en la historia sin perder aquello que da un significado positivo al vivir en sociedad. Una izquierda que no es tradicionalmente socialdemócrata sino necesariamente nueva. Y se propone a sí misma como candidata para llevar el mundo más allá de las turbulencias inevitables de la actualidad hacia algún lugar desde donde el futuro sea menos obsesivo o el presente menos insoportable.
Una nueva izquierda europea que busca reconstruir su espacio después de las estrecheces de la realidad aceptada de la socialdemocracia o, en el otro extremo, convertida en sueño, y delirio, de armonía final. Una nueva izquierda, con responsabilidades de gobierno, que necesita consolidar su confianza en sí misma siendo lo que es: laica y dialogante. Para evitar que se refuerce la vieja izquierda religiosa: hacedora de absolutos redentores. Mejorar el nivel de vida de la gente en un contexto de transición epocal y conservar la vocación a la sociedad, a un espacio colectivo de protección y seguridad. Esto tal vez sea la nueva izquierda: una apuesta a mantener y mejorar redes mínimas de convivencia civilizada mientras nos acercamos a un universo de cambios profundos.
Por primera vez ocurre un dato común incuestionable: las principales potencias europeas, Alemania, Francia, Inglaterra e Italia, están gobernadas por una generación de entre 50 y 60 años educada en seguir siendo de izquierda cuando el mundo exterior no era el mejor ambiente para operaciones de este tipo. Nuevos líderes, como Blair, Jospin, D'Alema y Schroeder. Se trata de relanzar ahora el crecimiento, de alcanzar mayores grados de cooperación entre las políticas económicas nacionales y convertir la batalla contra el desempleo en una prioridad esencial. Reconociendo lo obvio: si el desempleo es una experiencia dramática siempre, lo es más en una situación social de abundancia.
En la historia, como en la experiencia individual, perder las ocasiones es un infortunio. Y eso la izquierda europea de estos años debe evitar: perder la ocasión de reforzar la solidaridad dentro de Europa y fuera de ella en el ciclo histórico en que esto es posible. La moneda única no podía seguir agotando un universo de razones vinculadas a la calidad de la vida de la gente. No se hace una Europa sólida con europeos desesperados.
Sólo queda esperar que el reto de la izquierda que viene del viejo continente sea asumido por los sectores laicos y progresistas de muchos países del tercer mundo. La izquierda latinoamericana, por ejemplo, ha dado muestra de saber perder en grande en casi todos los países de la región en los últimos años. Una vocación al martirio electoral que sería sano revertir. Pero no puede excluirse la existencia de sectores que necesitan en la derrota electoral la confirmación de una moralidad superior que aleja de las triviales responsabilidades de gobierno. Y convierte la lucha política en un capítulo de Robin Hood.
Si Europa será capaz en los próximos años de avanzar en bienestar y, al mismo tiempo, en solidaridad, habrá dado un aporte determinante a muchos, mostrando que si el desarrollo requiere sacrificios, requiere también buenas políticas, intuiciones y decisiones.
Hay más necesidad, me atrevo a pensar, de caminos viables que de declaraciones altisonantes sobre revoluciones que asustan a los electores, hacen dudar sobre el pluralismo de los revolucionarios y su salud mental y mantienen la izquierda fuera de su aporte de solidaridad e ideas en este fin de milenio. Con la izquierda al gobierno en Europa, una parte del primer mundo tendrá una mayor capacidad de escuchar. Otra oportunidad que valdría la pena no desperdiciar.